Suplementos | Enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común El pecado social Enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común Por: EL INFORMADOR 16 de julio de 2011 - 09:55 hs El sexto pecado social es enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común. La cualidad de obsceno merece una indagación. El término proviene del latín obscenus que significa repulsivo o detestable, y dos términos relacionados estrechamente son inmoral y deshonesto. Entonces, sin dar números para los límites obscenos de enriquecimiento, lo que causa desazón y resentimiento es que tal enriquecimiento sea a expensas del bien común. Creo que personas que han llegado a enriquecerse como fruto de su trabajo honesto, como por ejemplo Bill Gates, no caen dentro de la categoría de la que estamos tratando. Esto tiene que ver más con lo que la legislación define como peculado, el fraude y la malversación de fondos públicos, y toda la gama de delitos relacionados. No entraremos en más detalles, pues la inmensa mayoría de la población entiende perfectamente a lo que se refieren los delitos --los noticieros dan cuenta de ellos con mayor frecuencia de lo que quisieramos escuchar-- y a quienes les corresponde la responsabilidad de su comisión. El último pecado social es consumir drogas. El Catecismo de la Iglesia Católica (2291) expresa que “el uso de las mismas, fuera de las prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. Su producción clandestina y su tráfico son prácticas contrarias a la ley moral por el daño que causan. El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la moral”. Las adicciones son, sin lugar a dudas, graves problemas de salud pública aún fuera del ámbito doctrinal. Dabemos que la adicción es un estado de dependencia a algo y de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, es una enfermedad física y psicoemocional. Y sabemos también que el adicto adquiere un aumento de tolerancia a la sustancia y queda atado al hábito de consumo; experimenta una creciente dificultad para dejar la droga, sustancia o experiencia y el miedo a los síntomas de retiro de la sustancia es el mayor obstáculo, aún para personas que están convencidas, en el campo moral, de que deberían de superar la adicción. La droga no es el problema principal del adicto puesto que, desde cualquier punto de vista, el consumo de droga es sólo una respuesta tramposa a la falta de sentido positivo de la vida. De hecho, la droga no entra en la vida de una persona como un rayo con el cielo sereno sino que, como la semilla, echa raíces en un terreno preparado por largo tiempo. De acuerdo con algunos especialistas, quien hace uso de la droga vive en una condición mental semejante a una adolescencia interminable. Tal estado de inmadurez tiene origen y se desarrolla en el contexto de una falta de educación. La persona inmadura proviene con frecuencia de familias que no consiguen transmitir valores universales, ya sea por una falta de autoridad adecuada, o porque la terrible influencia de una sociedad centrada en el consumismo que ha dado un viraje hacia una axiología en la que el “tener” está por encima del “ser”. Así, el uso de las drogas comienza porque la persona ha perdido el sentido de la vida y de la dignidad lo que con frecuencia conduce a la frustración y a la autodestrucción. Este contexto ha sido influenciado grandemente por la industria del espectáculo que favorece la difusión de las adicciones. Con mensajes directos e indirectos se crean modelos de vida basados en sistemas de antivalores para los que la droga es una fácil e inmediata, pero falsa, respuesta a la necesidad humana de satisfacción y de verdadero amor. Ante este problema la Iglesia propone una respuesta específica basada en los valores morales humano-cristianos disponibles para todos con métodos abiertos a todos: creyentes o no creyentes, adictos o personas en riesgo de serlo, jóvenes o ancianos, sujetos provenientes de familias “sanas” o sin familia. La propuesta de la Iglesia es un proyecto evangélico sobre el hombre. Anuncia a cuantos viven el drama de la adicción el amor de Dios que no quiere la muerte, sino la conversión y la vida. (Cfr. Ez 18, 23). Que el Señor nos bendiga y nos guarde. Antonio Lara Barragán Gómez OFS Escuela de Ingeniería Industrial Universidad Panamericana Campus Guadalajara alara@up.edu.mx Temas Religión Fe. Lee También ¿Habrá suspensión de clases el 12 de diciembre? 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