Miércoles, 04 de Diciembre 2024
Suplementos | Tal vez el Dios en quien creemos no es un Dios que es Padre

El miedo y nuestras dudas

Aunque muchos fuimos bautizados, habría que preguntarnos en qué Dios creemos para vivir en esa situación

Por: EL INFORMADOR

    ¿Por qué si los seres humanos fuimos creados para la felicidad y la libertad, tantos hombres y  mujeres frecuentemente vivimos en un temor o miedo constantes, oprimidos, angustiados, etc.?

      Si por miedo --y de acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, se entiende como “la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”; o también como “el recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”--, es claro que una de las principales razones consiste en que vivimos engañados, ya sea porque nosotros mismos así lo hemos creído, u otros nos han hecho creer, conceptos totalmente falsos de lo que es la vida, del para qué vivimos, de cuáles son nuestra misión y nuestro fin en la misma.

     Y aunque muchos fuimos bautizados, decimos ser cristianos y creer en Dios, habría que preguntarnos en qué Dios creemos para vivir en esa situación, y darnos cuenta de qué tanto y de qué manera en quien creemos es en el Dios de Jesucristo.

     Tal vez el Dios en quien creemos no es un Dios que es Padre, que es Amor, que es infinitamente misericordioso, bondadoso, comprensivo, respetuoso de nuestra libertad, que perdona y olvida nuestras ofensas y que siempre procura lo mejor para sus hijos, sino más bien creemos en un dios tirano, vengativo, inflexible, castigador, rencoroso, etc., y lógicamente en ese “dios” no se puede confiar.

     Y como no confiamos en Él y, por menos que queramos --aunque nos creamos autosuficientes, muy capaces de cualquier cosa--, todos terminaremos por reconocer, en el fondo de nuestro corazón, nuestra debilidad e impotencia; el miedo y los temores llegarán a invadir nuestra existencia, impidiendo nuestra realización como personas humanas, y por ende nuestra felicidad.

     Es preciso, pues, abrir los ojos y conocer el verdadero rostro de Dios, el que Jesucristo vino a revelarnos; y para lograrlo, hemos de conocer a Jesucristo, su Enviado, quien afirmó: “El que me conoce a mí, conoce al Padre”. Y para conocerlo, no basta con llenarnos de conceptos intelectuales, sino que es indispensable tener un encuentro personal con Él; una vez conociéndolo, podremos confiar en Él; y una vez confiando, el miedo se alejará de nosotros.

     Ahora bien, en el Dios verdadero, el que nos reveló Jesucristo, hemos de confiar en forma absoluta, como lo afirmó el gran teólogo y doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino: “Esta confianza del hombre en Dios ha de ser certísima, porque Él todo lo sabe, es todopoderoso y quiere nuestra salvación”. No puede haber vacilaciones, pues “el hombre que vacila se parece a las olas del mar, que se levantan y agitan según el viento. Un hombre así no espere nada del Señor” (Stgo 1, 6).

     Por lo tanto, quien llega a confiar en Dios de esa manera, con esa certeza y firmeza, está preparado para ser auténtico discípulo, es decir seguidor de Cristo, y también apóstol a carta cabal, o sea enviado a predicar, a extender el Reino de Dios.

     En el relato evangélico que la Iglesia nos propone para este domingo, el miedo tiene un papel protagónico, siendo un gran contraste con respecto a la confianza que hemos de tener en Dios. Así, nos dice que “a la madrugada Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. ‘Es un fantasma’, dijeron, y llenos de miedo se pusieron a gritar. Pero el Señor Jesús les dijo: ‘Tranquilícense, soy yo; no teman’.Entonces Pedro le respondió: ‘Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua’. ‘Ven’, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como comenzaba a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!’. En seguida Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’”. (Mt 14, 22-23).

     Jesús, por medio de este pasaje, nos exhorta a no tener miedo, a confiar en Él, a creerle a su Palabra por sobre lo que diga el mundo; los medios de comunicación social; los pronósticos de los agoreros de desastres; los falsos conceptos de las múltiples doctrinas que pululan en nuestro medio; las visiones antropológicas equivocadas y contrarias a la visión del Dios creador y por tanto dueño de todo; y especialmente por sobre las falsas imágenes de Dios que se tenían antiguamente y las que se propalan hoy día, especialmente por los nuevos movimientos de “espiritualidad” que distorsionan la verdadera personalidad de nuestro Dios, que es Padre y que no sólo se interrelaciona con nosotros, sus hijos, sino que habita en nuestro ser por su Espíritu (Cfr, 1 Cor, 3, 6) y que nos ama infinita, incondicional y personalmente.

     Para ello es preciso tener un encuentro personal con Él, y tenerlo cada día, en la oración, en la Eucaristía, en la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, medios por excelencia que el mismo Dios nos ha dado para encontrarlo.

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj@yahoo.com.mx
       

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