LA PALABRA DE DIOS Primera lecturaLectura del libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18):“El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido”.Segunda lecturaLectura de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18):“El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”.EvangelioLectura del santo evangelio según San Lucas (18,9-14):“¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.GUADALAJARA, JALISCO (23/OCT/2016).- Este domingo es el momento de ver a la Iglesia -es decir, a todos los bautizados- con los ojos, el pensamiento y el corazón puestos en el Señor Jesús, en el postrer minuto de su vida visible y audible en Galilea. En el monte se acercaron los once discípulos, y por última vez a sus oídos llegó la voz del Maestro: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundo” (Mateo 28,19-20).Con este último mandato de Cristo cierra San Mateo su Evangelio. Ni una letra más.Allí terminaba una etapa de la historia de la salvación. Se elevó el Señor a las alturas; ya no lo vieron más. Ahora les tocaba a ellos, y luego a sus discípulos y después a los discípulos de los discípulos; y un siglo, el segundo y otro y otros más, hasta el 21, continuar la obra del Maestro.Allí, por voluntad del Señor, fue marcado el estilo de la Iglesia por Él fundada: El signo característico sería siempre el mismo: ser misionera.Desde ese momento los discípulos fueron apóstoles -enviados- y misioneros -maestros-. Llevarían un mensaje, la buena nueva, primordial por ser el testimonio vivo de que el Hijo de Dios se hizo hombre; que fue llevado a los tribunales, condenado a muerte injusta y neciamente, y levantado en una cruz donde entregó su vida por todos los hombres; al tercer día resucitó glorioso, para que por Él todos tuvieran vida eterna.Así, enseñar a toda la gente constituyó a los discípulos en maestros para enseñar una sola lección: la del amor “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su propio Hijo; y tanto amó el Hijo al mundo, que se anonadó, se entregó a la muerte -y muerte de cruz-por la humanidad, pero el Señor lo resucitó”.Y para hacer partícipes a todos los hombres del misterio de la redención, engendrarlos, hacerlos nacer en la nueva. naturaleza de hijos de Dios por el sacramento del bautismo: “Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.De este bautismo con fuego del Espíritu Santo, fue del que habló Juan el Bautista, porque él bautizaba con agua como signo de arrepentimiento, de conversión; mas éste seria un nuevo nacimiento, para ser por adopción hijos del Padre y hermanos del primogénito Jesucristo, engendrado, no creado, higo del Padre por naturaleza.Y después del bautizo, les recalca el deber de enseñar a los bautizados: “Observar todo cuanto yo os he mandado. No sólo ser bautizados y crecer, sino vivir conforme a la fe recibida” Allí en ese solemne momento, en esa despedida, con ese mandato nació la vocación misionera de la Iglesia, y siguió y sigue vigente el mandato, ahora en otras formas, con otras voces.En la voluntad del Señor, en su mente, están todos los hombres de todos los tiempos, de todos los continentes, de todas las razas, lenguas y culturas. Es la voluntad salvífica universal; es la razón del misterio de la redención.Mas esa voluntad salvífica universal ha quedado, desde ese día, en la responsabilidad de todos los bautizados.Así se expresaron los obispos de todo el mundo, convocados, reunidos en el Concilio Vaticano II: “La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, sabe que tiene que llevar a cabo todavía una labor misionera ingente. Pues unos dos mil millones de hombres -cuyo número aumenta cada día y se reúnen en grandes y determinados grupos con lazos estables de vida cultural, con antiguas tradiciones religiosas, con firmes vínculos de relaciones sociales, nada o muy poco oyeron del Evangelio. De ellos, unos siguen alguna de las grandes religiones; otros permanecen alejados del conocimiento mismo de Dios; otros niegan expresamente su existencia e incluso a veces la combaten.José Rosario Ramírez M.Cuando nos miramos a nosotros mismos con realismo y reconocemos nuestro propio mal sobre el fondo de nuestro verdadero valor, aprendemos a mirar a Dios y a los demás con ojos nuevos. A Dios con agradecimiento; a los demás con misericordia. Y así nos vamos haciendo justos, esto es, nos vamos justificando: justos con Dios, fuente y origen de todo valor, al que agradecemos sus dones y pedimos que nos perdone y levante cuando no estamos a la altura; y justos con los demás, a los que aprendemos a no despreciar, y también a no envidiar, pues descubrimos que en cada uno reside en valor exclusivo y único, una riqueza propia, que también me enriquece a mí.De hecho, la esencia del amor cristiano no privilegia la preferencia hacia los pobres y desgraciados porque considere que esas posiciones sean deseables por sí mismas, sino porque descubre en los prostrados por el sufrimiento, la pobreza o la injusticia una dignidad contra la que estas situaciones atentan; el amor cristiano se inclina sin temor con la intención de levantar al que se encuentra en una situación humillante. Y así ayuda a que cada uno pueda llegar a ser sí mismo y realizar su misión en la vida.Concluyendo, la Palabra de Dios nos llama hoy a mirarnos a nosotros mismos con realismo, a descubrir y reconocer nuestra pobreza, a implorar de Dios su misericordia (una buena ocasión para acercarse al sacramento de la reconciliación), para así quedar justificados, esto es, hechos justos y, por eso mismo, ajustados en nuestro quicio vital, más plenamente nosotros mismos. Así podremos realizar mejor la misión que la vida, nuestras propias decisiones y, en último término, Dios nos han confiado para bien nuestro y de los demás. Así nos lo enseña la carta a Timoteo, que no es una profesión de orgullo consumado, sino el reconocimiento de que la obra buena que Dios inició en él, el mismo Dios la lleva a término. Y ese término, lo dice también Jesús en el evangelio, y da de ello testimonio Pablo, no es la humillación sino el enaltecimiento del hombre en la plena comunión con Dios.