Martes, 17 de Junio 2025
Suplementos | El diccionario define a la vanidad como algo con calidad de vano, y a vano, como aquello falto de realidad, sustancia o entidad

El don de discernimiento

La persona vanidosa, finalmente, se olvida de Dios, pues en su lugar pone todas sus cosas superfluas, intranscendentes, fatuas

Por: EL INFORMADOR

     El diccionario define a la vanidad como algo con calidad de vano, y a vano, como aquello falto de realidad, sustancia o entidad; como algo hueco, vacío y falto de solidez.
     La persona vanidosa se crea un mundo ficticio, inventado, con el fin de, ante los demás, aparecer como lo que no se es, buscando el reconocimiento, la honra, el ser ensalzada. Busca también las riquezas que son perecederas y espera de ellas lo que no podrá obtener. Piensa solamente en esta vida presente y pasajera, y se olvida de la venidera que es eterna. Se deja guiar solamente por lo fascinante de lo material, descuidando y hasta olvidando la primacía de los bienes espirituales.
     La persona vanidosa, finalmente, se olvida de Dios, pues en su lugar pone todas sus cosas superfluas, intranscendentes, fatuas.
     Por algo Santo Tomás de Aquino la definió como “una manifestación de la soberbia que se dirige a buscar la excelencia en cosas de poco valor”.
     Por otro lado, San Agustín afirmó que “la vanidad siempre se contrapone a la verdad, que permanece siempre y nunca desfallece”.
     Nada más anticristiano --que además contradice el mensaje esencial de Cristo--, que la suma de la soberbia y la mentira; es decir, ese amor por uno mismo, desaforado y desmedido, totalmente egoísta y egocéntrico, que suscita en la persona ese sentimiento y esa autoimagen de semidiós, aunado a una actitud de estar creando, suscitando, inventando mentira tras mentira para poderlos sostener; se miente y se engaña a sí mismo, a los demás y hasta se trata de engañar a Dios.
     Y entiéndase que no  hablamos de un sano amor a sí mismo, basado en una visión humilde y sencilla de la realidad humana, a los ojos de la fe y fundamentado en la propia dignidad de hijos de Dios, creados a imagen y semejanza de Dios y redimidos (o comprados) con la sangre del verdadero Cordero de Dios: “Han sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o  plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo…” (1Pe 1, 18-19).
     Es por ello que para quien vive esta realidad, al escuchar la Palabra de Dios, ésta  siempre le parecerá una locura, algo imposible o insufrible, una doctrina para gente de otra dimensión y hasta de otro planeta.
     Así, al escuchar de labios de Jesús, como el Evangelio de hoy nos lo narra, sus palabras  acerca de que “Si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”.
      El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna” --entendiendo ese amor como el amor desordenado a sí mismo, el egoísmo; y ese aborrecimiento, precisamente el rechazo a ese amor desordenado, egocéntrico--; y quienes se aman a sí mismos, no sólo no acogen las palabras de Jesús, sino que las rechazan, perdiendo con ello la vida, las gracias y bendiciones que trae consigo el escucharlas y el ponerlas en práctica, y por ende viven en el error, en el mundo de las tinieblas y del mal.
     Dios nos ha dado a todos sus hijos, por medio de su Espíritu, y en el don de discernimiento, la capacidad de distinguir lo que es y viene de Él y lo que no. Usémoslo para distinguir lo que es vano, vacío, intrascendente, insustancial y ficticio, y así no dejarnos llevar por la vanidad que seguramente nos orillará a rechazar la doctrina de Jesús y, consecuentemente, a la misma persona de Él.
      En este tiempo de conversión que es la Cuaresma, revisemos nuestra propia vida y realidad y démonos cuenta de qué tan vanos somos, y de a qué tenemos que renunciar, por amor a Jesús, quien nos amó primero muriendo y resucitando por nosotros para ser salvos, para que nuestra vivencia de la Pascua, ya próxima, sea auténtica y plena, y el mismo Espíritu pueda operar en nosotros ese cambio que es la conversión, y así iniciar o bien continuar, haciéndola crecer,  esa vida nueva que Jesús vino a traernos y que basta nuestra decisión para recibirla.

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj(arroba)yahoo.com.mx

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones