Suplementos | Algunas señales cotidianas de que la próxima gran guerra mundial será por agua El crepúsculo de los dioses Algunas señales cotidianas que aumentan la posibilidad de que la próxima gran guerra mundial sea por agua Por: EL INFORMADOR 17 de mayo de 2015 - 05:33 hs El agua ha adquirido un tono esmeralda encantador, como de fórmula química, y está cubierta de una espuma que parece sorbete de lima. YOUTUBE / GUADALAJARA, JALISCO (17/MAY/2015).- Viernes, 1 de la tarde. Tocan a la puerta. Son los trabajadores de la construcción vecina. Vienen a avisar que están dañadas las tuberías de drenaje externo que conectan mi casa y la que ellos se encuentran remozando. El jefe del piquete me informa que se trata de unos ductos de barro del año de la canica y más vale cambiarlos de una vez. Como ambos corren uno al lado del otro, se ofrecen a cambiar el de mi propiedad. Acepto de inmediato. Hay un problema, eso sí: las tuberías se sustituirán a primera hora del sábado y no se podrá utilizar agua en la casa sino hasta el domingo, para que el cemento y resane que rodearán los tubos fraguen apropiadamente. Ni hablar: mejor un día sin agua que una tubería al borde de la muerte. Viernes, 4 de la tarde. Se me ocurre una idea estupenda. Empacar familia y dos maletitas e irse a pasar el día a un hotel. Los calores están insoportables y, por un precio conveniente, se puede tener un día de alberca, aire acondicionado y cocteles servidos en una tumbona, en vez de arracimarse en la casa de la tía y esperar que las horas pasen mirando la televisión. Hago una búsqueda en internet y luego de meditar sobre alternativas, elijo el Gran Hotel X, clásico de la ciudad, que tiene un jardín y una alberca enorme y por el que no me paro hace 35 años. Llamo y en un minuto reservo alcoba por una tarifa muy razonable. Cuelgo con la sensación de ser un genio. Sábado, 11 de la mañana: nos presentamos al hotel tres horas antes del Check-in y, oh milagro, nuestra habitación está lista. Nos conduce un botones simpático y dicharachero. La recámara es amplia. Los muebles y los cuadros parecen sacados de una película de Julio Alemán, la alfombra huele a humedades pretéritas y no hay rastros de aire acondicionado, aunque sí una chimenea decorativa que parece completamente fuera de lugar y en cuyo interior, con un escalofrío, descubro una lagartija momificada. Sábado, 11:20 de la mañana. La alberca, tal como esperaba, es enorme. Está vacía. En su borde, encaramado, un mozo se encuentra desenredando cables. El agua ha adquirido un tono esmeralda encantador, como de fórmula química, y está cubierta de basura y una espuma que parece sorbete de lima. Ante nuestro pánico, el hombre explica que él no es el alberquero (que está en su casa, “enfermo del coraje”), sino que nomás está viendo si puede hacer algo. La alberca lleva una semana fuera de servicio y no tiene para cuándo resucitar. Sábado, 11:35 de la mañana. En la recepción, reclamo por no haber sido informado del estado deplorable de la alberca al reservar o al registrarme. Una sonriente señorita se limita a decir que sí a todo y llama a un gerente que, luego de ofrecer “unos coctelitos gratis”, que rechazamos, accede a devolver el dinero. “Qué le vamos a hacer. Ojalá regresen”. El botones amable lleva las maletas de regreso al automóvil y nos confiesa que su vida es muy dura. Sábado, 12:15 de la tarde. Llamo al Mediano Hotel X, que está a cinco minutos de mi casa. Tiene alberca y, según aseguran, funciona. No cuenta con las estrellas ni la solera del Gran Hotel X pero sí con aire acondicionado. Cuesta 100 pesos menos. Sábado: 1:20 de la tarde. Junto a la alberca, leo el periódico. Un articulista vaticina que la próxima gran guerra mundial será por agua. Decido que sí. Salto a la alberca. Temas Tapatío Antonio Ortuño Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones