Viernes, 17 de Mayo 2024
Suplementos | El oficio de preservar la historia

El comercio de antigüedades, en franca evolución

Ser anticuario ha variado de significado con el paso de los años, pero permanece inmutable su importancia como un oficio de preservación de la historia

Por: EL INFORMADOR

Conocimiento. Los anticuarios saben que no todo lo antiguo necesariamente es bueno.  /

Conocimiento. Los anticuarios saben que no todo lo antiguo necesariamente es bueno. /

GUADALAJARA, JALISCO (09/MAR/2014).- Tradicionalmente, se concibe a un anticuario como un “aficionado” a aquellos objetos que, de diversa naturaleza, se distinguen por haberse producido en un pasado más o menos distante; con todo, como una práctica que inició en el medieevo y se refería casi en exclusiva a la posesión de textos, con el tiempo ha ido transformando –y continúa así– para, hoy día, aludir casi en exclusiva al comercio de distintos artículos (de uso u ornato) que con el paso de los años adquieren un valor añadido por su belleza y conservación, entre otras cualidades, y que constituyen desde enseres para la decoración hasta posesiones que se consideren como “una inversión”.

En este sentido, célebre por siglos en Europa como una actividad que prefiguró desde estudios arqueológicos y filológicos hasta el coleccionismo riguroso, el oficio de “anticuario” tal cual parece haberse desdibujado en la actualidad. Con una experiencia de prácticamente toda la vida en el ramo, Ismael Guerra –cuyo padre inició con el establecimiento Antigüedades Sevres hace 85 años– es enfático al consignar que “no cualquiera” puede dedicarse a esta actividad con solvencia y, especialmente, con la capacidad de ofrecer a los clientes “seguridad y garantía” sobre aquello que adquieren como una antigüedad.

Guerra destaca que hubo en esta ciudad una generación de verdaderos anticuarios, algunos de los cuales se reunieron en la ya extinta Anticuarios de Jalisco AC, que entre sus miembros tuvo a Mario Collignon de la Peña, Ismael Guerra (padre), Ricardo Hecht y Ricardo Chávez, entre otros; en aquel tiempo, el negocio floreció con características un poco diferentes a las de hoy día y, asimismo, refiere Guerra que resulta necesario “conocimiento y estudio de la historia, así como relaciones”, para llevar a buen recaudo actividades que incluyen la “compraventa, valuaciones y subastas”.

Con todo, hay especializaciones en este rubro. Con treinta años como comerciante de antigüedades, José Luis Fernández –del Bazar de Antigüedades Casagrande– se ha dedicado en buena medida a los muebles antiguos y, especialmente, “a los pianos”; comenta que “se ha reducido drásticamente el comercio de antigüedades en sí” –aquellas que cuenten con 100 años o más desde su producción– para dar paso objetos “no tan viejos” pero que despiertan el interés de los clientes, esto es, además de los muebles, porcelanas, cristales o pinturas, se añaden artículos como radios o fonógrafos, lo mismo que otros enseres de uso cotidiano apenas unas décadas atrás.

Ahora, el caso de Armando Boyzo Nolasco es un poco distinto; inició hace poco más de veinte años como comerciante de antigüedades pero, en ese trayecto, ha conseguido especializarse en pintura antigua y muebles; convencido de que adquirir una antigüedad significa “una inversión” que puede integrarse al patrimonio, también hace énfasis en las cualidades artísticas de estos objetos que se sustentan “en su originalidad y belleza”, de ahí su convencimiento de que esta forma de comercio “nunca va a desaparecer”.

Respecto de lo anterior, comenta José Sánchez Carvajal –de Antigüedades Sicomoro, con 14 años de experiencia– que en la actualidad el comerciante de antigüedades “compra con base en sus clientes, puesto que se trata de un negocio cambiante en el que hay que estar a la moda de lo que vende”; asimismo, coincide en que hay “excepciones” a la regla que convierte en “antiguo” un objeto de más de 100 años, esto es, ahora se consideran en este ámbito artículos art nouveau, art déco y de mid century design, pues este tipo de comercio se ha convertido “en un mundo tan amplio y tan vasto que es difícil que alguien se especialice”.

Así, pasada una época de “esplendor”, para Sánchez Carvajal, enfocado más en el comercio para la decoración que en el coleccionismo, se debe ser conciente de la importancia del conocimiento de los materiales con que se trabaja pues, insiste, “no todo lo antiguo es bueno y caro, el tiempo por sí solo no da valor a una pieza, es la historia detrás del objeto lo que da ese valor agregado”.

Por otra parte, con más de veinte años en el comercio de antigüedades, Alma Arias es un personaje singular y, aunque coincide con la opinión de que se está “en una época de cambio”, su incursión en este ámbito estuvo marcada por la necesidad pero, con todo, ha logrado permanecer y mantenerse; en sus palabras, la base del atractivo que las antigüedades siguen despertando se debe a que “siempre van a ser nostalgia” y, asimismo, es un gusto “que se transmite”.

Lo mismo que Sánchez Carvajal, Arias hace énfasis, primero, en que el perfil del consumidor o coleccionista de los objetos que comercializa “se ha modificado”, de constituir personas de edad, ciertos recursos y educación, ahora se han incrementado los jóvenes profesionistas que “rondan los 25 años o poco más”; ahora bien, al ampliar sus productos “a todo lo decorativo antiguo y coleccionable”, para ella es claro que “para todo hay mercado” y, aunque “todo pase, la antigüedad no es moda”.

Como una variante de la actividad, pero que corresponde a un fenómeno que ocurre en todo el mundo, en Guadalajara también existe un “mercado de antigüedades” que se ubica en el espacio público; su nombre popular es El Trocadero y se sitúa en la conocida Plaza de la República, en Av. México y, con más de dos décadas en el lugar, ha pasado a formar parte del paseo dominical y, gracias a ello, incrementado sus visitantes (aunque no la clientela, en voz de algunos comerciantes establecidos, la cual más bien se ha reducido en años recientes).

Una de las primeras personas en establecerse en esta zona de mercado fue la propia Arias, para quien es sencillo consignar, en cuanto a este mercado, que –finalmente– “se trata de comercio, y se vale todo”; sin embargo, lo que no se negó es que con el tiempo las actividades se diversificaron y fue “imposible controlar eso”, aunque no deja de ser “un paseo dominical agradable” en el que se congregan 134 vendedores en el camellón de la plaza.

Finalmente, están por manifestarse nuevos cambios para el comercio de antigüedades; continúa como un negocio rentable, señala Sánchez Carvajal, pero que atiende a nuevos retos, toda vez que hay “nuevos compradores”, con un perfil de edad menor que hace años y, asimismo, las redes sociales e internet contribuyen a crear “clientes potenciales más informados”.
Después de todo, Sánchez Carvajal afirma que el ser anticuario no deja de ser “una profesión de riesgo” que va más allá de lo económico, porque “se sustenta en el prestigo, que es algo que se construye”.

SABER MÁS

Orígenes e historia


En los países de habla hispana, el anticuario es considerado como un “erudito” que estudia las cosas antiguas, sin que eso signifique que siga un método científico.
En México, el desarrollo de los anticuarios se ha dado con métodos “audodidactas”, cuyo oficio se transmite de forma familiar y generacional.
Además de conocer la historia, los anticuarios deben conocer sobre subastas y valuaciones.

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> Antigüedades Sevres
A. Hidalgo 1599, entre Marsella y Alfredo R. Plascencia, colonia Americana.
Tel. 3616-5417, correo electrónico: antiguedadessevres@gmail.com

> Bazar de Antigüedades Casagrande
Alfredo R. Plascencia 58, colonia Americana.
Tel. 1523-2847, correo electrónico: pepelufe@hotmail.com

> Antigüedades El Blasón
Av. México 2136-A, colonia Americana.
Tel. 3331-7110, correo electrónico: gabinomoya1@hotmail.com

> Antigüedades Mi Bazar
Av. México 2180, colonia Americana.
Tel. 3615-3018, celular: 3334801343.

> Sicomoro Antigüedades
Av. México 2130, colonia Americana.
Tel. 3615-4420, correo electrónico: jose.sanchez@sicomoroantiguedades.com

> Tienda de Antigüedades
Alfredo R. Plascencia 128, entre Justo Sierra y Av. México, colonia Americana.

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