El camino sin fin

GUADALAJARA, JALISCO (19/JUN/2016).- En el año del señor de 1989 pasé dos semanas con mi madre y mi hermana en Nuevo Vallarta, que no era por entonces el enclave de hoteles “All Inclusive” y casotas de millonario que es hoy, sino un modesto conjunto de condominios no demasiado lujosos. Fueron unas vacaciones perfectas: las playas del litoral nayarita son una hermosura desde que el mundo es mundo y además una chica italiana bastante simpática intentó enseñarme a nadar. Nada de eso, sin embargo, tendría importancia para efectos de este texto si no hubiera sido por lo siguiente: recuerdo muy bien que una mañana, mientras esperaba que mi amiga bajara a la alberca, me puse a leer un periódico local. “La nueva ruta Guadalajara-Vallarta, esencial para el progreso”, decía el encabezado. El cuerpo de la noticia indicaba que en unos pocos meses se construiría una autopista nueva que ahorraría a los turistas que vinieran de Guadalajara las curvas horrorosas de la cordillera nayarita y aceleraría notablemente el trayecto. El gobierno federal había dado luz verde al plan y todo era cosa de sentarse a esperar la licitación y la construcción. A mí, que venía de ocho horas de autobús y recordaba el cruce a vuelta de rueda de las curvas con escalofríos, me pareció una noticia sensacional.

Pasaron 27 años. La chica italiana ya podría ser abuela a estas alturas. Yo he encanecido tanto que la gente me confunde con mi tío Guillermo, que anda rondando los 70. Eso sí: la nueva autopista a Vallarta sigue sin inaugurarse. Alguien me dirá que las mejoras y ampliaciones que se le hicieron a la ruta tradicional no son menores y que ya es casi imposible que uno haga ocho horas a la costa a menos que le toque un accidentazo enfrente. Alguien más presumirá de formar parte de esa raza de tapatíos que dicen: “Yo hago tres horas y media a Vallarta y eso porque me detengo en Sayulita para comprar un vino muy bueno que vende un gringo”. Será el sereno pero el hecho es que las curvas siguen ahí y la autopista nueva, que las evitará, se pasó más de dos decenios en el tintero y todavía no ha terminado de ser construida.

Hace poco más de un año estuve en Tepic. Por circunstancias que no viene al caso explicar, terminé en una lonchería, en la que sostuve una plática con un funcionario del gobierno nayarita que acababa de bajarse de una pickup rotulada del tamaño de un transbordador espacial. “¿Usted viene de Guadalajara?”, me dijo. “Ah, pues ahora que inauguren la autopista, el mes que viene, casi le va a salir más rápido irse al mar que venir acá”. Eso dijo el tipo y le pegó un mordiscón a su lonche de pierna. “¿El mes que viene? ¿A poco ya terminaron la autopista’”, repuse, esperanzado. “Ya nomás falta balizar un tramo pero ya está toda. Ya hasta andan dando recorridos los influyentes”, confesó él, relamiéndose los bigotes. Era, huelga decir, una confesión apócrifa, al menos según las más recientes notas periodísticas que he leído al respecto y que aseguran que los recortes presupuestales han impedido terminar la obra y mandaron la inauguración hasta el 2018, si bien nos va.

Una de esas notas, por cierto, dice que la tardanza obedece a que las autoridades han sido muy respetuosas del medio ambiente. Cosa que me parece muy admirable, a menos que uno recuerde que las mismas autoridades están permitiendo que una promotora turístico-inmobiliaria le dé en la torre al litoral para construirle un recinto a una franquicia del Cirque du Soleil pagada con nuestros impuestos.

O sea que lentos y depredadores.

Nos pintamos solos.