Suplementos | Se acercó para ser ungido como rey, como sacerdote y como profeta El Bautismo del Señor Al ser bautizado el ser humano se regenera, se incorpora a la Iglesia y queda participando de sus dones y de su misión Por: EL INFORMADOR 10 de enero de 2015 - 23:10 hs 'Se oyó entonces una voz del Cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias'. EL INFORMADOR / LA PALABRA DE DIOS PRIMERA LECTURA: Isaías 42, 1-4.6-7 “Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones”. SEGUNDA LECTURA: Hechos de los Apóstoles 10, 34-38 “Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”. EVANGELIO: San Marcos 1, 7-11 “Yo los he bautizado con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo”. GUADALAJARA, JALISCO (11/ENE/2015).- El culto cristiano pone fin al tiempo navideño y al tiempo de epifanía con la celebración litúrgica del Bautismo del Señor. Juan derramó el agua sobre la cabeza del Señor y “al salir Jesús del agua vió que los cielos se abrían y el espíritu en forma de paloma descendía sobre Él”. Luego el momento sublime: “Se oyó entonces una voz del Cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias”. Así fue manifestado. Para la salvación de todos los hombres, el Verbo de Dios se revistió de la naturaleza humana, para así, en medio de los hombres y en todo semejante a los hombres, menos en el pecado, abrir los ojos de los ciegos, hacer caminar a los cojos y los tullidos, dar libertad a los prisioneros, evangelizar a los pobres y entregarse a la muerte para el rescate de todos. Juan el Bautista, con humildad y apegado a la verdad, declaró que Él bautizaba con agua, pero que después de Él iba a venir quien bautizaría con el Espíritu Santo; y sería un sacramento, o sea un signo sensible que da la gracia. Este bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana; es el pórtico de la vida del espíritu, la vida interior, la vida del alma; es la puerta que abre el acceso de los otros sacramentos. Por el Bautismo el ser humano se limpia de todo pecado, es regenerado; es decir, toma otra naturaleza, que se incorpora a la Iglesia y queda así participando de sus dones y de su misión. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles hay un momento de gracia en el que un dignatario etíope recibió el Don del Bautismo, más antes la inquietud en buscar la luz con la lectura de las Sagradas Escrituras. El ángel del Señor le habló a Felipe, uno de los 12 apóstoles, diciendo: “Levántate y ve hacia el mediodía por el camino que por el desierto baja de Jerusalén a Gaza, geografía muy conocida en estos días”. Allí se encontró con ese etíope ministro de Candaces, reina de los etíopes; estaba sentado en su carruaje leyendo al profeta Isaías. Le preguntó Felipe: “¿Entiendes lo que vas leyendo? ¿Cómo voy a entenderlo, si alguien no me lo explica?” siguió el diálogo y Felipe le explicó las profecías, le abrió los ojos a la Fe y el etíope acabó diciendo: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”. Felipe entonces, lo bautizó. El bautizado es un hijo adoptivo de Dios. San Pablo dice: “Más al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley para que recibieran la adopción”. Por ese motivo los bautizados, al dirigirse en su oración a Dios, pueden con toda seguridad llamarle con el nombre de Padre. Así con el bautismo de Cristo, se le pone punto final al tiempo de Navidad. José Rosario Ramírez M. Un hombre de una sola pieza El Bautismo del Señor ha venido por medio de un hombre, Juan el Bautista, primo de Jesús, y cabe mencionar, el niño que visitó la Virgen María cuando se enteró que su prima Isabel estaba encinta. Juan convirtió a muchas personas para Dios, bautizándolos con agua pero anunciando que vendría el que los bautizaría con el Espíritu Santo. Hijo de Zacarías y Santa Isabel, celebramos su fiesta justo seis meses antes que Jesús (24 de Junio), y es uno de los pocos al que se le celebra el día de su nacimiento en las memorias litúrgicas: Jesús, 25 de diciembre; María, 8 de septiembre y Juan Bautista. La infancia de Juan se desconoce, pero se cree que lleno del Espíritu Santo huye al desierto viviendo toda su juventud en penitencia y oración. Se vestía únicamente con piel de camello y comía frutas silvestres, raíces, langosta y miel silvestre. Su única preocupación era anunciar el reino de los cielos, y a la edad de aproximadamente 30 años, conducido por el Espíritu Santo, se dirige al Jordán para predicar a las personas diciendo: “El que tenga dos túnicas que reparta con quien no tenga ninguna; y el que tenga alimentos que haga lo mismo”. Juan no conocía a su primo Jesús, pero para ello el Espíritu Santo le dio una señal; “Aquel sobre quien vieres que me poso en forma de paloma, Ése es” y fue así que habiendo llegado Jesús al Jordán le reconoció. Juan muere decapitado por la orden de Herodes, debido a un juramento que le hizo a la hija de Herodías, su entonces esposa. Fue un hombre que sin duda su vida entera la dedicó a preparar el camino de Jesús, a evangelizar por y para Él. Familia y paz Hoy por hoy se ha llegado a niveles francamente delicados y preocupantes, en los que reina la violencia personal interior y exterior, y de ahí se proyecta a los demás ámbitos: violencia en la familia, en las empresas, en la sociedad, en las naciones, en el mundo. Violencia de todo tipo: verbal, física, psicológica, armada, etc. Violencia que como uso inmoderado de la brutalidad se hace presente, dando al traste a la tranquilidad y sosiego de la persona y llegando a aniquilar la paz interior y en los demás ámbitos. La violencia se genera primeramente en el corazón humano, como resultado de su insatisfacción, de su frustración ante los fracasos en la vida, de no aceptar la realidad, de los rencores y odios que abriga en su corazón, particularmente el odio a la vida misma. Luego esta violencia personal se proyecta a la familia. Todos nacimos y crecimos en una familia y, aunque no se viviese en su seno, siempre hay una relación, influencia, y si en el ámbito personal no se tiene paz interior ni exterior, sino por el contrario se es un agente de dificultades, de conflictos, de violencia, de guerra, ésta última, inevitablemente se desatará en el seno del núcleo familiar. Se llega a perder el respeto por las personas, por las costumbres, las creencias y hasta por la misma vida. Ello lleva a la destrucción de la integridad de las personas, de las relaciones y de la estabilidad emocional de las mismas y hasta de la vida de éstas, incluyendo la de los no nacidos. Cuando la familia es sana, justa y pacífica, la sociedad también lo es, y las posibilidades de desarrollo se extienden a los demás ámbitos de la existencia humana. Mas cuando en ella se cometen toda clase de atropellos, opresiones, injusticias, privando a sus miembros de aquello a lo que tienen derecho, son presa fácil de la miseria tanto espiritual como material, produciéndose así la irritación, el coraje, la ira, el deseo de venganza, y de todo ello surge la violencia. Y las consecuencias, las estamos viviendo, primordialmente y a partir de la realidad familiar: niños, adolescentes y hasta jóvenes abandonados, dentro de un mundo paupérrimo, en el que abunda el alcoholismo, la drogadicción, el sexualismo; que está en dispersión total; lo que suscita una sociedad despersonalizada por el cúmulo de familias desintegradas, muchas veces violentamente, viviendo en un subdesarrollo moral y material, y como la sociedad es la suma de sus pequeñas sociedades, es decir las familias, entonces tenemos como consecuencias a sociedades, ciudades, estados, países, continentes, el planeta Tierra sin paz, en estado permanente de guerra. La paz, siendo un don de Dios, se construye, lo mismo que la violencia, día a día; no es un estado fortuito de la persona, la familia, la sociedad. Paz y familia serán temas a reflexionar durante este año, para llegar a encontrar soluciones, y no al estilo humano, sino conforme a la voluntad de nuestro Dios y Creador. Francisco Javier Cruz Luna No basta estar bautizado El tiempo de Navidad se cierra litúrgicamente con la festividad del Bautismo de Jesús en el Río Jordán, cuando fue a que Juan el Bautista lo bautizara como a todos los que se acercaban a él. Todos iban a purificarse, a recibir el perdón de sus pecados, pero Jesús, que no tenía pecado, se acercó para ser ungido como rey, como sacerdote y como profeta… Ese día se oyó la voz del Padre que decía: “Este es mi hijo muy amado…” Y Juan el Bautista lo presentó a todos como el que borraría todos los pecados del mundo... el que nos bautizaría en el Espíritu Santo. En el día del Bautismo a cada uno dice Dios: “Tú eres mi hijo muy amado”, y Cristo Jesús nos hace participar de su sacerdocio, de su profetismo y de su realeza. Por eso hay que tener en cuenta que al llevar a nuestros hijos al Bautismo, es para inscribirlos en la Iglesia, como parte de la familia de Dios. Desde ese momento cada uno se convierte en templo vivo de Dios donde vive la Santísima Trinidad, ya que el sacramento, por la gracia de Jesucristo nuestro Señor, realiza lo que simboliza. Por lo tanto es un compromiso comportarse como hijo de Dios. Lo mismo que un padre que se desentiende de fu familia, o del que irresponsablemente engendra un hijo, es muy mal visto y es una persona nefasta para la sociedad, para el mundo y para todo el contexto humano, de la misma manera el hijo de un buen Padre, como es Dios, que desconoce a sus padres, no es una buena persona. Pero el que está con Dios y vive en gracia puede bendecir, porque participa del sacerdocio de Cristo. La mamá, el papá o la catequista pueden enseñar a rezar, porque tienen ese don sacerdotal, aunque no sea ministerial como los que reciben el Sacramento de la Ordenación. Por el don profético todos podemos dar una buena palabra o un consejo en nombre de Dios, aunque cualquiera puede hacerlo humanamente… Como reyes cada persona tiene una dignidad muy elevada y debe guardar su lugar a ese nivel en el cual Dios lo ha puesto y donde quiere que se conserve. No hay raza, ni casta, tan grande es la dignidad del que asea los zapatos como del que da clases en la universidad. Todos como hijos muy amados de Dios. Pero no basta estar bautizado, es necesario llevar una vida digna, comportarse a la altura y reconocer a nuestro Dios con amor, en su triple dimensión de Padre, Hijo y Espíritu Santo: Dios Creador, Dios salvador, Dios santificador. Oración Señor, yo sé que Tú me amas desde antes de que naciera, y que me diste la plenitud de tu gracia desde el día en que me llevaron al Bautismo, para que ese día renaciera a una vida nueva en plenitud, como hijo muy amado, como templo divino y como heredero de la misma gloria que el Señor Jesús nos prometió. Ayúdame, Señor a no fallarte nunca, para que Tú me reconozcas siempre. Amén. María Belén Sánchez, fsp Temas Fe. Lee También Evangelio de hoy: ¿Acaso Dios encontrará fe en la tierra? Evangelio de hoy: Jesús se deja encontrar en nuestro sufrimiento Evangelio de hoy: El justo vivirá por su fe Evangelio de hoy: El inmenso abismo Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones