Jueves, 16 de Enero 2025
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El Bautismo de Dios

Ante la llegada del Reino de Dios no debe haber búsqueda de seguridades ni reclamo de privilegio alguno, sino confianza

Por: EL INFORMADOR

El mismo Cristo ha vinculado la salvación al sacramento del bautismo. ESPECIAL /

El mismo Cristo ha vinculado la salvación al sacramento del bautismo. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

Primera lectura


Lectura del Libro del Profeta Isaías (42,1-4.6-7):

“Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones”.

Segunda lectura


Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles (10,34-38):

“Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”.

Evangelio


Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (3,15-16.21-22):

“Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.

Movido por el amor filial


GUADALAJARA, JALISCO (10/ENE/2016).-
En la liturgia de hoy propone reflexionar el bautismo de Jesús. En un momento preciso de la historia aparece Juan en el desierto, cerca del Río Jordán. El austero profeta predica la necesidad de conversión y de un bautismo que manifiesta la acogida. La dureza de sus palabras hace pensar que la llegada del Mesías es inminente: la conversión debe ser predicada con palabras fuertes, que sacudan las conciencias acomodadas en la costumbre de hacer las cosas a la ligera. Ante la llegada del Reino de Dios no debe haber búsqueda de seguridades ni reclamo de privilegio alguno, sino confianza en Dios. El anuncio de Juan sólo es una preparación de la llegada de Aquél que debe ser escuchado y seguido: Jesús.

Lucas menciona muy brevemente en su Evangelio el bautismo de Jesús, pero subraya la presencia del Espíritu Santo que bajó en forma de paloma, y se oyó la voz de Dios que indicaba la filiación divina de Jesús. Ambos elementos confirman el origen divino de nuestro hermano Cristo con el que comienza su vida apostólica, acompañada y guiada por el espíritu del Padre.

En la Carta de los Hechos de los Apóstoles, se presenta la predicación de Pedro en la casa de Cornelio, señalando que aquellos que recibieron el Espíritu Santo al aceptar el Evangelio predicado, pidieron el bautismo. De esta manera, se abrían las puertas a todos los hombres que quisieran pertenecer a la Iglesia. No es suficiente el abrazar el Evangelio para pertenecer a la comunidad cristiana, sino que se hace necesario el bautismo de Jesús. Este acontecimiento sorprendió a los que estaban con Pedro, pero poco a poco entendieron que Dios no hace distinciones entre los suyos. Si Él llama a los hombres para darles la salvación, nadie puede impedirlo, argumentando insostenibles prejuicios.

En el Libro del Profeta Isaías,  Dios encomienda a su siervo que implante su justicia y que reine. Pero hay algo más: es voluntad divina que el siervo realice funciones que no ejercía ningún rey antes que Él: Debe profetizar y enseñar, pues hasta los países del mar estarán atentos a sus enseñanzas. Dios quiere que su siervo dé la vista a los ciegos… y saque de la cárcel a los presos, lo mismo en Israel que entre los gentiles. Cristo es verdaderamente el Siervo del Señor, cuyas actitudes son muy diferentes a las del rey Ciro: no gritará, no levantará la voz. Cristo tiene paciencia de quien es lento e inconstante en su conversión, y por momentos parece dejarse vencer por el desánimo, por su falta de fe, como la mecha que arde débilmente. En todo momento, Jesús manifiesta a los suyos que Dios es un Padre misericordioso, y Él mismo, un buen Pastor, que buscará a la oveja perdida y salvará lo que había perecido. En palabras de aquel sacerdote francés; Félix Roguier M.Sp.S. “La unión con Jesús para ir al Padre bajo la moción de su Espíritu, es el centro de toda nuestra vida espiritual. Pero no perdamos de vista que es el Padre quien primero nos lleva a Jesús”

El Bautismo del Señor

Jesús, el Hijo de Dios, recorre el camino de la humildad penitente. Él, sin culpas, va a donde han ido a purificarse: a las riberas del Río Jordán, en donde su primo Juan, el último de los profetas de Israel, predica la conversión y administra el bautismo de penitencia. Se han de bautizar antes de iniciar su vida pública. Ha sido enviado como profeta, sacerdote y rey de la humanidad nueva. Su misión es universal, su camino, breve, de tres años que culminara en la cruz y en la tumba que quedara vacía —muerte y resurrección— está marcado con la verdad y la vida.

Su bautismo, que no necesitaba, lo toma para que se manifieste el misterio de Dios uno y Trino, epifanía trinitaria gloriosa, y para consagrar su misión de purificar, de redimir, de salvar, de santificar. Es la ley que disipa las tinieblas, y a los que lo reciben con la fe y el bautismo los regenera; es decir, los vuelve a engendrar, ahora en el orden espiritual, y los convierte en hijos de Dios.

Con el bautismo de Cristo llegó a su final el bautismo ese del Río Jordán. “Yo los bautizo con agua para penitencia. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en fuego”.

Para ser cristiano, para empezar a ser cristiano, el inicio es el bautismo. Quien ha escuchado la palabra, la ha recibido con gusto,ha dado señales de conversión y ha hecho la profesión de fe; entonces, ya dispuesto, inclina la cabeza y recibe por las palabras del ministro y el agua, que es la materia, la gracia transformadora. Ya será en adelante un Hijo y podrá llamar a Dios con toda c onfianza, “Padre Nuestro”. El rito esencial del bautismo significa y realiza la muerte al pecado, y la entrada en la vida de Dios, Uno y Trino a través de la configuración con el misterio pascual de Cristo —muerte y resurrección—.

El mismo Cristo ha vinculado la salvación al sacramento del bautismo. Él lo dijo: “El que crea y se bautice se salvará”.

Los cristianos, unidos por una misma cabeza, que es Cristo, forman una sola familia. La salvación no es un  acto individual, sino que todos están unidos, sometidos a una ley de solidaridad, “hemos sido bautizados para constituir un  solo cuerpo y en un solo espíritu hemos bebido del mismo espíritu”. El bautizado, incorporado con los demás bautizados en una misma unidad de fe y de amor, se ha de manifestar singularmente por su espíritu de servicio. Es seguir así el ejemplo del Maestro; es la alegría de salir de sí mismo y contemplar el rostro de Cristo en el rostro y los rostros de los prójimos. Así con una actitud abierta y comprensiva, ni conocerá el tedio ni se albergará el aburrimiento en su corazón, ni podrá lamentarse de aislamiento ni de la terrible soledad, porque siempre estará rodeado de otros muchos seres a quienes amar y a quienes servir. Eso es vivir conforme a la gracia del bautismo.

José Rosario Ramírez M.

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