Jueves, 09 de Octubre 2025
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Domingo de Pentecostés

El Pentecostés es un día glorioso para los apóstoles, iluminados y fortalecidos con la presencia, sobre ellos y en ellos, del Espíritu Santo

Por: EL INFORMADOR

El Espíritu Santo tomó la imagen de la fuerza para empujar, para alentar, para impulsar a los apóstoles hacia el futuro. ESPECIAL /

El Espíritu Santo tomó la imagen de la fuerza para empujar, para alentar, para impulsar a los apóstoles hacia el futuro. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

• Primera lectura


Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11)

“Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,3b-7.12-13):


“Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo”.

• Evangelio

Evangelio según San Juan (20,19-23):


“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”

GUADALAJARA, JALISCO (15/MAY/2016).-
La Iglesia hoy celebra la solemnidad de Pentecostés, palabra griega que significa “cincuenta días después”. Con esta celebración se hace presente el día glorioso para los apóstoles, iluminados y fortalecidos con la presencia, sobre ellos y en ellos, del Espíritu Santo.

Para el pueblo de Israel era la fiesta de las cosechas; era el día de ofrecer las primicias de Yahveh; era la gratitud por la abundancia de los bienes recibidos. La Iglesia celebra los cincuenta días del Señor Jesús resucitado, culminación de la Pascua y cumplimiento de la promesa de enviarles a sus discípulos un consolador, un Maestro para concluir en ellos la obra de prepararlos, porque debían de ir por todo el mundo con la misión de ser testigos de Cristo resucitado y heraldos, mensajeros, de la Buena Nueva.

El Espíritu Santo es espíritu, por eso es invisible; su acción se oculta, mas se manifiesta de distintas maneras en la vida interior -también invisible- de las almas. Como lo pidió el Señor; “reunidos en un mismo lugar, oyeron primero, con temor tal vez, un gran ruido que venía del cielo; un viento fuerte que resonó por toda la casa donde se encontraban”. El Espíritu Santo hizo así su presentación; ahí se manifestó como un fuerte viento; tomó la imagen de la fuerza para empujar, para alentar, para impulsar a los apóstoles hacia el futuro, hacia la obra de ser la Iglesia ya ellos, de allí en adelante. Han de ser fuertes, han de ir al campo de batalla y han de enfrentarse -corderos en medio de lobos- a peligros, para llevar un mensaje nuevo, la doctrina del amor a Dios a sus semejantes, en ese tiempo de odios, de rencores, de ambiciones y con la siempre realidad dolorosa de los poderosos oprimiendo a los menos desfavorecidos. Han de llevar, con el impulso de ese viento sobrenatural, la alegría de Dios y la ley a donde hallen lágrimas, para enjuagarlas, y tinieblas para dispararlas.

Otro signo del Espíritu Santo: Ahora se manifestó con fuego sobre las cabezas de éstos ante sencillos pecadores y aldeanos de ahí, de los pueblos vecinos. El fuego ilumina y purifica. Purificados de su pasado, movidos con ese fuego- energía transformada- no material sino espiritual; ese mismo fuego divino los iluminó y sus mentes - antes pequeñas, estrechas- se extendieron en amplios horizontes. En esos momentos ya eran sabios, con el tesoro de la sabiduría divina. Ahora ya entendían plenamente el misterio de Dios hecho hombre para traer en la tierra la imagen de Dios, para sembrar el mensaje de vida y de esperanza y pagar con su sangre el rescate por todos los hombres. Esa llama sobre sus cabezas era signo externo de la luz invisible, la interior; sabiduría y fortaleza para cambiar sus mentes, cambiar sus personas y ya para siempre. El fuego del Espíritu Santo los hizo sabios y valientes en un instante. El viento impulso, fortaleció a los apóstoles; el fuego los purificó y los volvió sabios para hablar de las maravillas de Dios.

Los hombres de este siglo XXI desean la presencia del Espíritu Santo en las mentes y en las voluntades de los gobernantes, para hacerlos sabios, honestos e intrépidos en su labor de conducir pueblos y naciones; los maestros, los científicos, los artistas, los padres, todos necesitan en sus vidas la luz y la fuerza del Espíritu Santo y ésta se alcanza por medio de la oración. Cada hombre es un proyecto inacabado y su destino no es temporal, sino eterno y todos los bienes materiales -en distintas maneras, medidas y formas- llegará el momento de dejarlos, sorpresivo y doloroso para los incautos. Este tiempo es un siglo sediento. Urge, con ansias de vida, la lluvia celeste, cuando el Espíritu Santo riegue con sus dones las vidas de los hombres, creados para la eterna felicidad.

La ausencia de valores en el hogar, en la escuela, en la sociedad, produce hombres en serie, hombres con brazos, pero sin cerebro y muy poco corazón.

Amar al Espíritu Santo y hacerlo amar

Con la fiesta de Pentecostés damos por concluido un ciclo extenso conocido como el tiempo pascual, mismo que hace unidad con el tiempo cuaresmal. Pudiera parecer que el don del Espíritu Santo es algo que sucede “al final” de este tiempo extraordinario, y que llega para quitar cierta sensación de “orfandad” ante la muerte de Cristo. Pero, si meditamos a profundidad la Palabra del Padre que nos regala el día de hoy, es fácil descubrir que no es exactamente así. Pablo nos recuerda que “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es bajo la acción del Espíritu Paráclito”. Por lo tanto, si durante el tiempo pascual hemos podido ver a Cristo Resucitado, y lo hemos reconocido como nuestro hermano, Señor y Mesías, significa que el don del Espíritu Santo ya ha estado actuando en nosotros. Y su actuación no permite que nos sintamos huérfanos, sino al contrario, nos reviste del espíritu de filiación que clama en nosotros “¡Abba! ¡Padre!”. El sentido inevitablemente cronológico de la liturgia no debe llevarnos al engaño. Los tiempos de Dios no son como los nuestros. Así el Espíritu Santo tiene que ser esencial en la vida de todo cristiano, no sólo porque es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, inseparable del Padre y del Hijo, sino porque su acción en nosotros es indispensable para seguir a Cristo como Hijo del Padre. Por eso es que desde el bautismo hemos recibido al Paráclito, quien nos acompaña hasta el final de nuestra vida, conozcámoslo y hagamos que todos lo conozcan, sientan y se vivan con su compañía.

Citando al venerable Félix Rougier M.Sp.S. “Amar al Espíritu Santo y hacerlo amar”.

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