LA PALABRA DE DIOSPRIMERA LECTURA Lectura del Libro del Génesis (12,1-4a):“Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición”.SEGUNDA LECTURA Lectura de la Segunda Carta del Apóstol San Pablo a Timoteo (1,8b-10):“Él nos salvó y nos llamó a una vida santa”.EVANGELIO Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (17,1-9):“Señor, ¡qué bien se está aquí!”GUADALAJARA, JALISCO (12/MAR/2017).- En este siglo de prisas, de ansias, hasta el lenguaje coloquial se ha visto precisado a eliminar palabras, a decir lo más con el menor número de sílabas. Nadie ahora, al encontrarlo por la mañana un domingo, le dirá como antes: “Buenos días le dé Dios, don Juan. ¿Cómo amaneció usted?” El saludo siempre es un buen deseo, no sólo cortesía, sino de aprecio. Un saludo es un sincero deseo. Buenos días hoy, mañana, siempre. Gozar de los buenos días y sobrellevar esos otros, los malos que nunca faltan es la vida de todos, siempre. Luces y sombras, a veces risas, a veces llanto y tal vez hasta la angustia, cuando siquiera brotan las lágrimas por el enorme peso de la tribulación. A Pedro, Santiago y Juan, humildes, insignificantes pescadores en el Lago de Tiberíades, el Maestro los sacó del anonimato desde el momento en que los vio con predilección y con amor los llamó cerca de Él, para hacerlos testigos de su vida, de sus obras, y entre ellas, milagros y más milagros; los educó, los pulió, los preparó para hacer de ellos sus testigos y los mejores operarios de su Reino. Muy cerca lo miraban, lo contemplaban, escuchaban el torrente de sabiduría que de sus labios brotaba. Mas, siempre habían visto al hombre, la divinidad se ocultaba. Pero era el momento para mostrarles a ellos, a los tres, quién era: el Hijo de Dios, Dios igual al Padre y al Espíritu Santo. Y para esto, los hizo subir a solas con Él, a un monte elevado.Poco antes les había anunciado a los 12, que iba a subir a Jerusalén a ser entregado en manos de sus enemigos. Lo juzgarían y lo condenarían injustamente, y luego seguirían su pasión, su muerte y su resurrección. Fue un anuncio desconcertante. Se asustaron, se escandalizaron, se desilusionaron. A ellos tres, los principales del colegio apostólico, Jesús les quiso borrar el escándalo de la cruz al manifestar su grandeza, su divinidad. Los llevó aparte, lejos del bullicio de la gente, de las turbas. Los condujo a la soledad, en un monte coronado de peñascos. Allí, en sosiego, cerradas sus bocas y abiertos, muy abiertos, sus ojos, sus oídos y más su alma; allí, libres de preocupaciones y ambiciones, sólo así serían capaces de contemplar esa visión. Allí se transfiguró en su presencia.Su rostro se puso resplandeciente como el Sol, y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. La misión de la Majestad de Cristo los abruma; por primera vez se preguntarán: “¿Quiénes somos, Señor, para gozar de este privilegio? ¿Por qué nos has invitado a contemplar tu grandeza?”. Es un don supremo de intimidad. Ellos, aunque en breve instante, contemplaron el rostro de Dios. El cristiano es un peregrino: va hacia la casa del Padre. El cristiano entona con fervor el salmo: “Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” (Salmo 26).El hombre vive de aspiraciones pequeñas y fugaces; su locura en la búsqueda de los placeres, es signo de limitación, de miopía, de una no pobre, sino miserable, escala de valores. Vive al día o de lo que va saliendo. Muchas veces encuentra la inspiración en los programas de televisión y en el capricho y la superficialidad del mundo de las modas. Nutre su mente, no su espíritu, con algo que no tiene valor, como se dice de ciertas comidas “chatarra”, que agradan, pero no nutren. Y más doloroso aún es ese sopor o sueño. El tiempo de Cuaresma es propicio para despertar, para recordar que el hombre “es polvo y en polvo se convertirá”; pero ese polvo es la parte, los restos, que quedan, y el alma, hecha a imagen y semejanza de su Dios, ha de subir a contemplar el rostro de Dios.José Rosario Ramírez M.Para captar la verdadera identidad de Jesús, lo más decisivo no es estudiar, sino vivir una experiencia diferente: subir con Él a lo alto de una montaña. Levantar el espíritu, mirar la vida desde un horizonte más elevado y no dejarnos arrastrar siempre por la rutina y la inercia que tiran de nosotros hacia abajo. Es lo primero que nos dice el relato de la “transfiguración de Jesús”. La escena es atractiva. Mientras Jesús “ora”, el aspecto de su rostro cambia. Los discípulos que están orando con Él, comienzan a verlo de otra manera. Es Jesús, su Maestro querido de siempre, pero en su rostro comienzan a contemplar el destello de algo nuevo. Sin embargo, junto a Él siguen viendo a dos personajes muy queridos por la tradición judía. Moisés, el hombre que ha guiado al pueblo hasta el país de la libertad y le ha dotado de leyes y normas para vivir en paz. Y Elías, el profeta de fuego, que ha luchado contra nuevos ídolos que han surgido en Israel.Los discípulos no parecen entender gran cosa. Están como aturdidos por el sueño. Pedro propone hacer tres tiendas, una para cada uno. No ha captado la novedad de Jesús. Lo pone en el mismo plano que a Moisés y Elías. La voz que sale de una nube lo aclara todo: Éste es mi Hijo, el escogido; escuchádle a él. No escuchéis a Moisés o Elías, escuchad a Jesús. Sólo él es el Hijo. Escogédle a Él porque es el escogido por Dios.Los cristianos hemos de poner en el centro de nuestra fe a Jesús, no a Moisés. Dejarnos conducir por Jesús hacia el amor, no hacia la ley. Es un error confundir a Dios con un conjunto de obligaciones interiorizadas durante años en nuestra conciencia. Dios está más allá de esas leyes. Quien escucha a Jesús lo va encontrando como fuente de Amor.Hemos de poner en el centro de nuestro corazón a Jesús, no a Elías. Nadie como Él puede liberarnos de los ídolos que albergamos dentro de nosotros. Ídolos construidos por nuestros miedos, fantasmas y deseos de seguridad y bienestar. Es muy difícil quitarle a uno sus “dioses”, pues se queda como vacío e indefenso. Quien escucha a Jesús se va llenando de la fuerza y de la vida que da Dios, y así podemos afirmar que: ¡Es momento de hacer latir nuestro corazón al mundo!