Suplementos | Nunca conocí a nadie que fuera capaz de faltar a la verdad tan cínicamente Dígale que no estoy Durante algún tiempo tuve la oportunidad de convivir con un mitómano, nunca conocí, antes ni después, a nadie que fuera capaz de faltar a la verdad tan cínicamente Por: EL INFORMADOR 9 de agosto de 2015 - 05:35 hs El 'dígale que no estoy' telefónico, que es un clásico en todas las oficinas y hasta en algunas casas. YOUTUBE / GUADALAJARA, JALISCO (09/AGO/2015).- Escribía hace una semana sobre esos taimados, tan abundantes en nuestro medio, que no pagan lo que deben por trabajos ya entregados. En el fondo, el problema no es solamente el perjuicio que causan a la cartera de quien les ha proporcionado un servicio (que no hay que olvidar), sino la mentira que intentan sostener, citando al acreedor a reuniones que quedan en viles plantones, o prometiéndole depósitos y cheques que no “caen” ni “salen” por causas que siempre se atribuyen a la mala suerte y que muy rara vez tienen que ver con ella: mala suerte, en todo caso, la de quien les acepta una oferta a esos pillos. Ahora me enfocaré al recurso principal de esos tunantes: el de mentir. Vivimos en una costa sobre la que revientan las olas infinitas de la farsa cotidiana. El “dígale que no estoy” telefónico, que es un clásico en todas las oficinas y hasta en algunas casas. El “perdona pero no recibí tu correo” (o mensaje, o WhatsApp) con que se justifican toda clase de negligencias conyugales, fraternales y laborales. El “híjole, se me terminó” del comerciante que en realidad todavía no recibe el producto solicitado. El “no traigo taxímetro, se me descompuso hace cinco minutos”. El “este viernes sin falta le entregamos”. En fin. La lista de lo que se dice a sabiendas de que no es verdad resulta potencialmente interminable. Durante algún tiempo tuve la oportunidad (digna de un psicólogo) de convivir con un mitómano. Éramos compañeros de trabajo (yo, periodista y él fotógrafo). Nunca conocí, antes ni después, a nadie que fuera capaz de faltar a la verdad tan cínicamente. En un par de años de trabajo común se las arregló para pedirles dinero prestado a dos docenas de personas. No devolvió un peso nunca, como si fuera cosa de principios. Pero esos préstamos, muchos de los cuales tuvieron a mujeres como víctimas, porque el fulano también se aventuraba por los terrenos del donjuanismo, fueron crímenes veniales al lado de su golpe maestro: contratado en el extranjero, el tipo decidió huir sin pagar, claro, pero llevándose piezas más valiosas que unos pesitos. A mí, que no lo frecuentaba y con quien no sostenía ninguna deuda, intentó venderme un automóvil: andaba en busca de un vehículo económico y el sujeto me ofreció el que solía usar. Ignoraba yo que la verdadera propietaria era una fotógrafa de otro medio. Por suerte, desconfié y le pedí papeles que no estuvo en condiciones de proporcionar. Allí se le cayó el teatro. Cuando no quiso devolverme los únicos mil pesos que llegué a darle (con los que en teoría iba a pagar un par de multas pendientes, para dejar arreglado el refrendo) le confisqué su equipo de fotografía. No sé cómo, pero para recuperarlo obtuvo el dinero y pagó en tiempo y forma el rescate. El equipo lo tenía consignado a plazos por la empresa y me pareció evidente que se iría sin liquidarlo. Avisé a la administración. Sin embargo, nadie tomó la medida elemental de volver a confiscárselo, porque otra compañera, embaucada también, había accedido a firmar como aval. Ella tuvo que afrontar el pago cuando el tipo se fue con todo y cámara y lentes. Los correos electrónicos, referencias, teléfonos y datos de localización que había dejado eran todos falsos, por supuesto. Volví a topármelo muchos años después, en la fiesta de prensa de un festival de cine. Le recordé la historia del hurto y pregunté si había reparado el daño. El tipo dio una risotada. “No. Pero mañana mismo les escribo”. Lo dejé allí, triunfante y pérfido. Aún vive y aún engaña. Temas Tapatío Antonio Ortuño Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones