Martes, 04 de Noviembre 2025
Suplementos | Por: Pedro Fernández Somellera

De viajes y aventuras

Un singular rancho de allá del Norte

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (06/MAR/2011).- Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Habíamos “estudiado” juntos en la universidad y las vidas de uno y otro ciertamente habían caminado por autopistas diferentes.

“Viejo (así le decía cuando éramos compañeros de pupitre en donde tuvimos el privilegio de pacer, no estudiar) pos on tás”, le dije entusiasmado al encontrarlo entre los espacios infinitos de la vida. Una voz cascada y bien timbrada, de buen volumen y con fuerte acento norteño y campirano me contestó: “Pos aquí, pos onde había de estar; aquí sigo sentado en las trancas del corral, esperando que… pos mira, calvo, la verdad es que no sé ni qué espero, ni si lo espero; pero aquí stoy; y sigo estando pa’ lo que se ofrezca ¡Y si no si ofrece… pos hasta mejor!”, contestó dicharachero.

De seguro ese es –y como siempre ha sido– mi amigo el Viejo Maldonado, pensé. Qué bueno que no ha cambiado, porque al correr de los años casi todos nos volvemos serios y enfadosos, creyendo que somos tan importantes que ni el mundo nos merece. “Aijos mano –le contesté–, qué alegría que sigas igualito que cuando nos pelábamos de la escuela pa’ ir al rastro a descabellar las reses cornudas que ibas enviando al matadero según era tu negocio”, dije recordando nuestros ímpetus de juventud que creímos redundarían en fructíferos negocios ganaderos.

“Pos yo sigo en las mismas. Y si estás aquí en Monterrey, quiero llevarte a mi rancho pa’ que veas todo el ganadal que tengo engordando en el montaráz. ¡Qué gusto me da oírte y saber de ti después de tanto año!”, me gritó en el teléfono. No había amanecido cuando una nuevecita –aunque ya muy cacheteada– camioneta llena de artilugios campiranos, se paró frente a mi casa para, entre chiflidos y pitidos, emprender el viaje hasta su rancho.

Sombrero arriscado y barriga cual debe ser, después de haber estropeado mis omóplatos con efusivos abrazos, nos dirigimos con el ruidajal que hacía su camioneta y emocionados con el encuentro después de tanto año sin vernos, hacia el terregal inhóspito norteño. A gritos me platicaba su historia emocionado, mientras yo entrecortado platicaba la mía. En eso estábamos, cuando por ‘ay antitos de Bustamante y sin agua va, dio vuelta a la izquierda por una brecha infame y polvorosa que nos llevaría al famoso rancho.

El pedregal y los brincos ruidosos de la  camioneta, se mezclaban con las historias de nuestras vidas, que a gritos platicábamos. El polvaderón que se metía por orejas y ojos, impedía hilar conversaciones animosas que ansiábamos contar. Un parón en seco y un grito de ¡Buenos diaaas! nos volvió a la realidad. Al calmarse el terregal, el mayordomo apareció entre una nube de polvo. La camioneta dejó de hacer su estruendo y una casita de montaña aplastada por el Sol, surgió entre el terregal.

Maximiano, resguardándose con su sombrero del polvo y del solazo, agarrando las riendas de su caballo, se mostraba contento con nuestra llegada. “Todo en orden patrón”, fue el saludo bronco y cerrero con el que nos recibió. Cuál fue mi azoro, de ver detrás de aquella sencilla casita, un enorme y rico rebaño de reses gordas y bien alimentadas que sesteaban entre el chaparral del monte. “Viejo –le dije–, ¿y con qué las alimentas entre todo este pedregal?”.

“Pos ellas saben. Ellas ramonean (comen de retoños tiernos de plantas y arbustos del desierto) entre los potreros; y cuando vemos que ya se los están acabando, nomás cercamos el abrevadero del lugar y abrimos el de allá más lejos. Ellas lueguito se van al siguiente potrero; son bien listas”, me explicó.

Fue increíble ver aquel ganado gordo y rozagante en medio del desierto. La simple técnica de cerrar un abrevadero y abrir el siguiente en un lugar distante, con la sola atracción del agua, los animales se van a nuevas áreas vitalizadas y llenas de retoños frescos. El agua es la vida, pensé sin mucho esfuerzo.

Es simplemente elemental. Jorge –el viejo Maldonado– me estaba dando, así sin ruidos y gritos una gran lección: todo se puede hacer, donde sea y como sea, con cariño, trabajo, cuidado y esfuerzo. Y también, sin querer queriendo, me enseñó que el agua, fuente de vida, habrá que cuidarla como el valor más preciado que tenemos.Gracias Viejo; ojalá sepamos seguir tus enseñanzas y sencillez que haz conservado a toda costa.

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