Lunes, 17 de Noviembre 2025
Suplementos | Por Pedro Fernández Somellera

De viajes y aventuras

''Excursionando en el Gran Cañón del Colorado''

Por: EL INFORMADOR

El formidable Río Colorado viene corriendo desde allá desde donde las montañas crecieron con los movimientos que la tierra sufrió hace un montón de millones de años, cuando las placas tectónicas lentamente se movieron (y se siguen moviendo) provocando la aparición de las altas montañas del centro, en la parte norte del continente americano.

Ahí en esas cimas, allá arriba en las Montañas Rocallosas, sucede un fenómeno geográfico por demás interesante llamado la División Continental (Continental Divide). Esta línea divisoria marca la dirección que tomará el agua que se precipita en toda la región. Si cae al lado izquierdo de esta línea provocada por las enormes rocas e impresionantes acantilados, el agua se deslizará hacia el poniente, y tarde que temprano, por los pequeños lechos montañosos y los grandes ríos, caerán hacia el Océano Pacífico. Y si el agua cae en el lado oriente, correrán por las planicies orientales hacia el Océano Atlántico y el Golfo de México; precisamente por eso, por ahí dividirse las aguas, a éste parteaguas se le llama la División Continental.

El Río Colorado -inicialmente con gran ímpetu, y más tarde con calma y dedicación- al ir bajando entre cimas y barrancas hacia el poniente aumentando cada vez su caudal al  transcurrir entre aquellos lugares montañosos -que no sin grandes cataclismos se formaron- ha ido construyendo muy lentamente curso de los siglos con su insistente trabajo de erosión, labrado y corte el imponente Gran Cañón que ahora conocemos.

Durante unos seis millones de años, de agua, vientos y arena, hielos y deshielos, el imponente río ha cavado al menos unos mil 400 metros de dura roca y piedras y areniscas, dejando expuestos los estratos, desde los más recientes hasta los más antiguos en las partes bajas, cuya edad se ha calculado en la friolera de unos mil 800 millones de años.

Gneiss y Schist (esquisto) se les llama a éstas capas que el mismo río con su trabajo erosionante ha hecho aparecer para nosotros. Verdaderos e invaluables libros abiertos son de la historia de nuestro planeta por ser estratos (ahora ante nuestra vista) que se formaron allá en aquellos tiempos cuando apenas surgían las primeras algas, bacterias y micro organismos que fueron el inicio de la vida en el planeta, donde al compactarse capas y más capas de polvo, rocas y materiales volcánicos, dejaron en ellos impresas sus antiguas figuras.

Unos mil 400 metros de profundidad se ha calculado que tiene de profundidad el cañón desde la punta a la que le llaman Yavapay hasta el lecho del río; y entre 12 y 26 km. es lo que tiene de ancho esta impresionante herida. Cada capa parece comprender a  un periodo diferente que narra sus propios sucesos con diferentes colores, formas y texturas.

Cinco o seis millones de años de trabajo constante, y muchos metros de historia son las capas exuberantemente expuestas en las paredes del cañón; maravilla de la naturaleza al alcance de cualquier gente sensible y tesoro para los interesados en la materia.

Dado que el trabajo de erosión ha sido mas intenso en la ladera norte del cañón, lo más conveniente es dedicarse a excursionar por la ladera contraria, o sea la del sur, para así poder ver con más detalle -la que queda al frente- en su máximo esplendor.

El punto ideal es situarse en lo que le llaman el Grand Canyon Village, donde hay un pequeño hotel y se pude disfrutar de los magníficos servicios del parque, que incluye un servicio de autobús que va continuamente hasta dejar a los pasajeros en los puntos que son clave para el inicio de las diferentes excursiones.

Una caminata que les pudiera recomendar, sería el salir temprano en el autobús, hasta llegar al punto final de su recorrido: El Descanso de la Ermita; para luego regresar a pie por una veredita que hay por todo el filo de la barranca hasta regresar al Canyon Village nuevamente.

Hay que tener, una mediana condición, ya que son cómo 15 km. de recorrido. Hay que llevar bastante agua, y algo de comer; una chamarrita, buenas botas, los ojos bien abiertos y un espíritu muy libre y limpio para impresionarse con aquellos panoramas milenarios que nos hacen entender lo efímero de nuestra existencia.

Como la vereda va curveando sobre de los acantilados, el cambio de panorama es diferente a cada instante. Las nubecillas hacen que la luz varíe por momentos. ¡Un verdadero banquete a cada paso! pero… ¡con cuidado!... que uno de esos pasos puede ser el último, ya que en ocasiones la vereda pasa por el filo de algunos precipicios…  

¡Que la gocen! De verdad vale la pena.

Sus comentarios siempre serán bien recibidos, agradecidos
(y contestados) en
deviajesyaventuras@informador.com.mx

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