Viernes, 26 de Abril 2024
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Cristo descubre el sentido del dolor

Jesús va a tomar la forma de esclavo para así cumplir la voluntad de su Padre

Por: EL INFORMADOR

El escándalo de Jesús no sólo es anunciar su deseo de ir a Jerusalén, sino su proyecto de salvación y el modo como quiere hacerlo. ESPECIAL /

El escándalo de Jesús no sólo es anunciar su deseo de ir a Jerusalén, sino su proyecto de salvación y el modo como quiere hacerlo. ESPECIAL /

PRIMERA LECTURA
Jeremías 20, 7-9:

“Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir”.

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los romanos 12, 1-2:

“No se dejen transformar por los criterios de este mundo”.

EVANGELIO
San Mateo 16, 21-27:

“El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga”.

GUADALAJARA, JALISCO (03/SEP/2017).- Todavía allá lejos, en Cesárea de Filipo, y rodeado solamente de los doce discípulos, el Señor Jesús da a éstos y a todos los hombres, el valor y el sentido del sufrimiento.

Allí en ese lugar apartado, primero manifestó que Él era el Mesías esperado, el Hijo de Dios hecho hombre. Luego declaró “piedra fundamental” de su Reino a Simón, a quien le dio su nuevo nombre: en adelante se llamaría Pedro, y a él le dio los poderes de abrir y cerrar las puertas del Reino, con las llaves en la mano.

Todo esto de suma importancia. Mas luego les puso en claro cuál habría de ser el rumbo por donde habría de ir el Mesías allí recién revelado.

Los israelitas esperaban un Mesías vencedor al estilo humano, con potente espada en la diestra y sus enemigos, los adversarios del pueblo de Israel, derrotados a sus pies.

Mas el verdadero Mesías, el que ellos no aceptaron, se presentó —y ahí está el misterio de cuanto a Dios se refiere— a ser antítesis y paradoja del pensamiento común de los mortales:

Vino a padecer y a morir en la cruz. Así, con entera claridad, Cristo les anuncia que va a subir a Jerusalén y allí va a ser llevado a los tribunales, va a ser calumniado y condenado a muerte de cruz. Allí sufrirá y morirá para poder triunfar con su resurrección.

Éste que ven los doce, cuya divinidad acaba de confesar Pedro, va a tomar la forma de esclavo para así cumplir la voluntad de su Padre, de redimir a todos los hombres, para llevarlos de la esclavitud a la libertad, de la muerte eterna a la vida eterna.

Es éste el infinito precio de la redención: que muera el Hijo para que todos los hombres vivan.

“Dios te libre, Señor, no te sucederá tal cosa”. Asombro, sorpresa fueron, para las mentes de los doce discípulos, las palabras con que el Señor anunciaba su obra redentora.

En su interior tal vez alentaban, como el pueblo judío, la esperanza de un reino fácil, glorioso, humano, mundano.

Pedro quiere disuadir a Cristo; quiere apartarlo de ese mal camino según el mero criterio humano. No pueden admitir que su Señor padezca muerte violenta a manos de sus enemigos.

“Tome su cruz y sígame” La más alta escuela para entender y vivir el sufrimiento, es la de Cristo, con su vida, su ejemplo.

El Papa San Luis Magno dijo en breves palabras, mera síntesis, la doctrina de la cruz: “Baja, si quieres subir; pierde, si quieres ganar; sufre, si quieres gozar; muere, si quieres vivir”.

En el Sermón de la Montaña el Señor llama bienaventurados a los que lloran, porque ellos serán consolados. La sabiduría está en aceptar cada quien su propia cruz, echársela valientemente al hombro y asociarse estrechamente a la cruz redentora de Cristo, un día, y otro y todos los días, y con más amor cuando se siente el zarpazo de esos inesperados dolores.

Hay que cargar, pues, la cruz por amor a Cristo. Ese amor hace ligero el peso de nuestra cruz. Es la historia oculta, sólo manifiesta a los ojos de Dios, de muchos, incontables cristianos que llevan su cruz fielmente y sin descanso, en estos tiempos cuando muchos sólo buscan el confort o se dejan llevar por el hedonismo, que no es otra cosa sino satisfacer a su potro salvaje. Ser cristiano es ser seguidor —no sólo admirador— de Cristo. Y ha de seguir cargando la cruz, como Cristo ha cargado la cruz de todos. No es fácil, pero es la salvación. Es la sabiduría de hacer meritorio el dolor, para la salvación propia y del género humano.

José Rosario Ramírez M.

El escándalo de Jesús

El anuncio de Jesús a sus discípulos de que tiene que ir a Jerusalén para padecer, ser condenado a muerte y resucitar, hace que sus apóstoles pongan el grito en el cielo, los ofuscó tanto el anuncio de la muerte que no se percataron de la promesa de la resurrección.

Ante tales palabras del Maestro, después de haber sido reconocido y proclamado como Mesías, Hijo de Dios vivo, por parte de Pedro. Les escandaliza esta noticia, motivo por el cual viene la disuasión de parte de quien recién lo ha proclamado como el Cristo diciendo: “No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti”. Ahora Pedro le quiere corregir la plana a Dios, y guiarle la mano como maestra de primeras letras para que le salgan derechitas las vocales.

San Pablo en varios de sus escritos, realiza una teología de estos escándalos, muy comunes en Jesús, dados nuestros apegos: “No se dejen transformar por los criterios de este mundo, sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios”. El escándalo de Jesús llega a ser tal en la medida que más apegados estemos a los criterios del mundo y con ello contrarios a la voluntad de Dios, por lo mismo, Cristo reprende a Pedro diciendo: “¡Apártate de mí Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”.

El escándalo de Jesús no sólo es el anuncio de su deseo de ir a Jerusalén, sino su proyecto de salvación y el modo como quiere hacerlo efectivo: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. No sólo era ir a morir a Jerusalén, era ser crucificado, un tormento reservado a los esclavos, delincuentes y lo considerado como lo peor de la sociedad, la cruz es todo un escándalo.

Para el creyente que no se deja escandalizar por Jesús, la cruz no es una ignominia sino un título de gloria, primero para Cristo, luego para los cristianos. Hoy el escándalo de Jesús seguirá siendo tal, en la medida que estemos más aferrados a nuestros criterios y modos de querer entender el misterio de la salvación apartándonos de los de Cristo, pretendiendo al igual que Pedro, corregir a Dios diciéndole que hacer, en vez de hacer vida lo que recitamos diariamente en la oración del Padre Nuestro: “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.

Siempre será mejor dejar a Dios ser Dios, y dejarnos conducir por sus caminos, no importando que se dirijan a Jerusalén e impliquen padecer y morir, porque tenemos la certeza de la resurrección.

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