Sábado, 25 de Octubre 2025
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'Creer en Cristo…'

Creer en la Iglesia y asumir las consecuencias con una Fe viva

Por: EL INFORMADOR

Cristo ha venido a ser semejante en todo a nosotros, para que nosotros seamos hijos con Él. ESPECIAL /

Cristo ha venido a ser semejante en todo a nosotros, para que nosotros seamos hijos con Él. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Ezequiel 2, 2-5


“Ellos, te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos”.

SEGUNDA LECTURA:

Segunda carta de San Pablo a los Corintios 12, 7b-10

“Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”.

EVANGELIO:

San Marcos 6, 1-6


“No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

GUADALAJARA, JALISCO (05/JUL/2015).-
En este décimo cuarto domingo ordinario del año, el evangelista San Marcos narra una escena en la sinagoga de Nazaret.

Reunidos ahí como cada sábado, los ojos de todos están puestos en alguien a quien han visto entre ellos por años, y llamado por lo mismo Jesús de Nazaret.

Han escuchado un  mensaje sublime, que ha brotado del pecho de Jesus, han admirado su sabiduría, su elocuencia; y sin embargo la actitud de todos ha sido sólo de admiración, tal vez de escepticismo y de crítica negativa. Se preguntaban: ¿de dónde le vienen a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?

La resistencia a la palabra de Dios es el mecanismo del que se ha valido el hombre para no encontrarse con la verdad.

Para oír y aceptar la voz de Dios, el hombre del siglo XXI no lo va a encontrar como los nazarenos, un día sábado en la sinagoga.

El hombre tiene una extraña manía de engañarse a sí mismo. Si alguna presión lo atrae, sea deportiva o política; si se siente seducido por las modas, la publicidad y las novedades, aunque siente o presiente que en el fondo de todo eso hay falsedad, engaño, se deja envolver por esas redes, sabe que lo que hoy llama fuertemente su interés, mañana ya no valdrá; que pasará como sus héroes deportivos o artísticos y que para no quedarse vacío habrá que buscarse otros ídolos, aunque sean pequeños y perecederos.

En cambio, la Iglesia siempre es la misma: no cambia ni desaparecerá, porque “Cristo, el único mediador, estableció en este mundo su Iglesia Santa, comunidad de Fe, esperanza y amor, como un órgano visible. La mantiene sin cesar, para comunicar a todos, por su conducto, la verdad y la gracia”.

Por eso la Iglesia visible y espiritual no se cifra en valores humanos, sino en su fundador “El Hijo de Dios hecho hombre, para hacer a los hombres hijos de Dios”.

Para los instalados, los inamovibles, los comodinos, los cobardes, los que le temen siempre a un mañana que no saben si lo vivirán, es el mensaje de este domingo: creer en Cristo, creer en la Iglesia y asumir las consecuencias con una Fe viva, operante, con una vida congruente a esa Fe.

José Rosario Ramírez M.

Hermano


La palabra hermano, en el sentido más fuerte, designa a los hombres nacidos de un mismo seno materno. Pero en hebreo, como en otras muchas lenguas, se aplica por extensión a los miembros de una misma familia, de una misma tribu, de un mismo pueblo, por oposición a los extranjeros, y finalmente a los pueblos descendientes de un mismo antepasado, como Edom e Israel.

Al lado de esta fraternidad fundada en la carne conoce la Biblia otra, cuyo vínculo es de orden espiritual: fraternidad por la Fe, la simpatía, función semejante, la alianza contraída.

Este uso metafórico de la palabra muestra que la fraternidad humana, como realidad vivida, no se limita al mero parentesco de sangre, aun cuando ésta constituya su fundamento natural.

El sueño profético de la fraternidad universal se convierte en realidad en Cristo, nuevo Adán. Su realización terrena en la Iglesia, por imperfecta que sea todavía, es el signo tangible de su cumplimiento final.

Con su muerte en la cruz vino a ser Jesús el primogénito de una multitud de hermanos: reconcilió con Dios y entre ellas a las dos fracciones de la humanidad: el pueblo judío y las naciones. Juntas tienen ahora acceso al reino, y el hermano mayor, el pueblo judío, no debe tener celo del pródigo, regresó por fin a la casa del Padre. Todos los que lo reciben se convierten en hijos de Dios, en hermanos, no por razón de la filiación de Abraham según la carne, sino por la Fe en Cristo y el cumplimiento de la voluntad del Padre.

Los hombres vienen a ser hermanos de Cristo, no en sentido figurado, sino por un nuevo nacimiento. Han nacido de Dios, teniendo el mismo origen que Cristo, que los ha santificado y que no se avergüenza de llamarlos hermanos.

Cristo ha venido a ser semejante en todo a nosotros, para que nosotros seamos hijos con Él. Hijos de Dios en sentido pleno, capaces de decirle “Abba” —Papá—. Somos también coherederos de Cristo porque somos ya sus hermanos, mucho más ligados a Él de lo que pudiéramos estarlo a hermanos según la carne.

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