Lunes, 13 de Octubre 2025
Suplementos | La dicotomía entre 'buenos' y 'malos'

¿Ciudadanos vs políticos?

Esta dicotomía nos impide criticar las iniciativas por su sustancia, centrándonos en que unos son 'buenos' y otros 'malos'

Por: EL INFORMADOR

La apuesta para nuestra democracia es hacer que de poco en poco políticos y ciudadanos sean sinónimos.  /

La apuesta para nuestra democracia es hacer que de poco en poco políticos y ciudadanos sean sinónimos. /

GUADALAJARA, JALISCO (25/ENE/2015).- El discurso político en México se ha tornado dicotómico: ciudadanos contra políticos. Los primeros, honrados, trabajadores, incorruptibles; los segundos, abusivos, corruptos y sedientos de poder. No dudo que haya buenas razones para establecer esta dicotomía. Es innegable que en este país, en Jalisco también, se ha configurado una clase política que domina los cargos públicos y negocia como propio lo que es de todos. Este diagnóstico provoca que periodistas, especialistas y analistas políticos pongan tanta esperanza algo ilusa en el poder de las candidaturas independientes. Es como si las candidaturas independientes fueran el vehículo de salvación de una ciudadanía desprotegida ante los abusos de una clase política que está lejos de representar los intereses de la población. Sin embargo, más allá de las candidaturas independientes, este discurso ciudadanos vs político, ¿qué tan útil es para el debate político en México? ¿Esta dicotomía nos sirve para explicar la crisis de representación en México?

De entrada, es importante señalar que esta aparente dicotomía entre ciudadanos y políticos no es un asunto nuevo y hay buenas razones para observarlo en el día a día de nuestra democracia. México es uno de los países de América Latina en donde menos mecanismos de participación ciudadana existen. Hacer un referéndum, un plebiscito o una iniciativa popular es prácticamente imposible. Asimismo, es uno de los marcos normativos que más atribuciones concede a los partidos políticos y que más cierra la posibilidad de que ciudadanos sin partido se postulen para cargos de elección popular. Hay que admitirlo, los partidos políticos se han vuelto hegemónicos en prácticamente todos los espacios de representación, incluso en aquellos donde no deberían extender sus tentáculos (Poder Judicial o universidades, por ejemplo). Es decir, el sistema de partidos en México es uno de los más protegidos del mundo, desde el punto de vista jurídico, económico y político.

Sin embargo, este discurso dicotómico no es nuevo; es más, lo podemos identificar como un discurso común en la política. Ahí tenemos la “casta” en Italia y España; la partidocracia en Francia o la oligarquía en Sudamérica. La división en dos del espectro político es tan viejo como la política misma. Sin embargo, la división entre políticos y ciudadanos que han utilizado partidos políticos como Acción Nacional (PAN), en el pasado y lo han retomado a nivel nacional en el presente, o Movimiento Ciudadano (MC), actualmente en Jalisco, plantea al menos cinco dilemas que es necesario atender de fondo.  

Dilemas

En primer lugar, y desde mi punto de vista el más preocupante de los argumentos: “Los problemas de este país se resolverán cuando se vayan los políticos malos y lleguen los ciudadanos buenos”. Es decir, aquellos que ejercen el poder en los gobiernos son corruptos por naturaleza y constituyen el cáncer a combatir. Parte de la idea de que la corrupción se encuentra encapsulada en el Gobierno, y que por lo tanto la reforma debe ser ahí y sólo ahí. Por lo tanto, obvia que los problemas gubernamentales en México son más complejos que las personas que ocupan los cargos, ya que los malos gobiernos no son sólo producto de malos gobernantes, sino también productos de instituciones pervertidas que bien podrían “torcer” a supuestos ciudadanos con buenas intenciones. Es decir, las nuestras son instituciones que generan incentivos que premian la corrupción y que castigan la honestidad.  Esta dicotomía moraliza la política y nos aleja de las necesarias reformas institucionales.

De la misma manera, esta narrativa de ciudadanos vs políticos crea la “falsa percepción” de que reformando el Gobierno, todo lo demás encontrará su cauce. Cuando la corrupción, la falta de observancia al estado de derecho, una economía que no crece y la inseguridad rampante no son problemas que se deriven únicamente del Gobierno, sino que están presentes en los barrios, las colonias, las escuelas, los hospitales, los comercios. ¡Bueno sería que todo nuestro problema fuera el Gobierno!

En segundo lugar, al reducir el espectro político a dos actores (ciudadanos y políticos) se pone más atención  al mensajero que al mensaje. El problema de esta narrativa es que califica cualquier iniciativa que tiene su origen en la sociedad civil como algo positivo o anhelable, sin  entrar a fondo al análisis de los impactos de la propuesta. En contraposición, cualquier propuesta que nazca de los “políticos”, provoca un juicio condenatorio casi en automático. Digamos que nos despoja de la postura crítica al calificar tal o cual iniciativa por su origen y no por su sustancia. Esto genera que el periodismo, los medios de comunicación y la opinión pública no se metan a analizar a fondo las consecuencias positivas o negativas de tal o cual política pública.

La propuesta de candidaturas independientes entra en esta categoría. Si bien, muchos dijimos que son necesarias para restarle poder a los partidos políticos que controlan todo el espectro de representación, también era importante señalar que sólo le estamos dando la vuelta al verdadero desafío: reformar de fondo el sistema de partidos y generar mejores condiciones para que los ciudadanos puedan fundar partidos, así como involucrarse en candidaturas externas. Otros, por el contrario, le dieron a los candidatos independientes una función mágica: ahora sí vienen los ciudadanos (y apareció Lagrimita). Algo así como el discurso que llevó a Silvio Berlusconi a la jefatura del Gobierno en Italia o el discurso anti-partidos de Fujimori en Perú. No conozco ningún sistema democrático de avanzada que se base en candidatos independientes; su importancia es innegable, pero su impacto es mínimo.

En tercer lugar, confunde la deformación de la política con la esencia del quehacer político. Es cierto, la política se ha deformado alejándose de lo que debería ser. Secrecía, negociaciones oscuras, dinero que puede comprarlo todo, marketing e imagen por encima de propuestas, o corrupción. Sin embargo, la política en esencia no es ni debe ser nunca sinónimo de todo eso. La política es la herramienta que nos dotamos como sociedad para resolver los problemas inherentes a la pluralidad. Pensamos distinto, por ello la política es el arte de ponernos de acuerdo para lograr los objetivos comunes. Al plantear la dicotomía político-ciudadano, lo que se denigra no es al político corrupto, indigno, sino a la política en general. Así, la ciudadanía escucha política y ya recibe todas esas cargas negativas que la perversión del concepto le ha provocado.

En cuarto lugar, si bien pone en el centro de la discusión a los políticos que deshonran su profesión (lo que de entrada es un acierto), también esconde a muchos otros culpables de en la problemática del país o del Estado. ¿No es cierto también que detrás de un político corrupto podemos encontrar a un empresario corruptor que llena de billetes al político a cambio de contratos, obra pública o una licitación a modo? ¿O no es cierto que detrás del problema de inseguridad en que vivimos no sólo están políticos incapaces, sino también narcos despiadados que están dispuestos a todo por unos dólares? ¿No es cierto que detrás de los malos servicios de telefonía o internet, o incluso televisión, hay monopolistas que se resisten a abandonar su férreo control del mercado? Se debe admitir, muchos problemas surgen de un Estado incapaz de regular, pero eso no excluye a muchos más sectores sociales y económicos que se encuentran vinculados a los problemas tenemos como sociedad. Creer que todo es culpa de los políticos, nos lleva a una confusión y a un reduccionismo claro.

En quinto lugar, mete a todos los políticos en el mismo cajón. “Todos los políticos son iguales”, así de fácil. Sin ningún acercamiento crítico y partiendo de una base empírica muy limitada, esta narrativa dicotómica provoca que perdamos el juicio para identificar las diferencias que sí existen entre políticos y entre proyectos partidistas. No es cierto que Andrés Manuel López Obrador, Enrique Peña Nieto y Gustavo Madero sean lo mismo. Tampoco es cierto que Enrique Alfaro, Ricardo Villanueva y Alfonso Petersen representen lo mismo.

Matices


La brocha gorda de esta dicotomía lleva implícito el asignarle valores negativos a toda la clase política, sin importar trayectoria, propuestas, logros o fracasos. En el mismo ejemplo, tampoco es capaz de dividir entre “ciudadanos”. Al ser el ciudadano una oposición al político que representa todo lo malo y corrupto, eso quiere decir que el ciudadano que no es político significa todo lo bueno, deseable e incorruptible. Así, le damos el mismo juicio al ciudadano que atiende bien sus deberes, paga impuestos y es ético en su relación con los demás, que aquel ciudadano que paga viola las normas, corrompe y abusa de los demás. Esta dicotomía nos traslada al relativismo, donde uno es según el lado de la moneda en la que se encuentre.

He decidido poner especial énfasis en lo que considero nocivo para el discurso político, aunque es innegables que esta narrativa acarrea consecuencias positivas: pone en el centro del debate la apertura del sistema político; visibiliza la actuación opaca de aquellos que como clase monopolizan el acceso a los cargos públicos; evidencia a deformación de la política en una actividad que abandona su naturaleza pública para constituirse en un negocio privado de unos pocos. El discurso ciudadanos vs. políticos tiene esos matices, esas dos caras, una que deforma el debate político y otra que lo enriquece.

En México vimos en la pluralidad política, expresada en el voto, la base del cambio institucional en el país. La decepción para muchos ha sido más que profunda. La transición en el año 2000 no sólo no resolvió los problemas de fondo del país, sino que la transparencia y la pluralidad parecen haberlos multiplicados. Sin embargo, la dicotomía ciudadanos-políticos nos aleja de las soluciones estructurales a los problemas que vive el país. Ni la impunidad, ni la falta de Estado de derecho, ni menos la corrupción, son problemas que sólo afectan a los políticos. Este discurso fue clave para crear el Instituto Federal Electoral (IFE) o para constituir los organismos autónomos de transparencia o fiscalización a nivel estatal y nacional. Sin embargo, no resulta tan efectivo para resolver problemas como el Estado de derecho o la corrupción. En conclusión, ciudadanos y políticos no deberían ser enfrentados ni en el discurso, por el contrario la apuesta para nuestra democracia es hacer que de poco en poco políticos y ciudadanos sean sinónimos.

Tapatío

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