Suplementos | No todas las celebridades dañan el debate público con sus intervenciones Celebridades y política No todas las celebridades dañan el debate público con sus intervenciones. Ahí tenemos los casos de Cuarón y González Iñárritu Por: EL INFORMADOR 8 de marzo de 2015 - 02:14 hs Hay un tipo de celebridad a sueldo que envilece la política y juega a mantener intactos los intereses de los partidos políticos. EL INFORMADOR / E. Torres GUADALAJARA, JALISCO (08/MAR/2015).- “Lagrimita”, Carmen Salinas, Cuauhtémoc Blanco, María Rojo y Daniel Osorno. Todos ellos tienen algo en común: aparecerán en la boleta electoral el primer domingo de junio. Celebridades que entran en la política. Sin juzgar sus motivaciones, algunas seguramente intachables y otras definitivamente no, lo que es innegable es que las celebridades juega hoy un rol clave en la política. Si bien, desde los tiempos del PRI hegemónico las celebridades servían como válvula de legitimidad, hoy en día su influencia se ha multiplicado y aparecen bajo cualquier signo partidista. Ante la crisis de credibilidad de los partidos políticos, que se refleja prácticamente en cualquier encuesta que usted revise y ante la poca reflexión que tienen muchos ciudadanos a la hora de emitir su voto, las celebridades son una forma de hacerse llegar de votos en un entorno de desprestigio de la política y poco valor del voto. Es ante todo una apuesta pragmática: en una sociedad harta de los políticos de siempre, caras conocidas del mundo artístico o deportivo son muy rentables. Las celebridades juegan un rol político en todas las democracias. La declaración de un famoso, ya sea actor de cine o cantante de música, puede ser más potente que mil discursos. Por más que la celebridad tenga muchas veces los mismos males que se les achacan a los políticos —pérdida de contacto con la realidad, ganancias exorbitadas, pragmatismo— lo cierto es que el vínculo entre el ciudadano y la celebridad es más bien emocional, un vínculo que va más allá de la racionalidad de un proyecto político. Lo vemos en Bono, Maná o Shakira. En Angelina Jolie o en Juanes. La celebridad se construye en ciertas causas, ahí donde no hay riesgo para su fama ni de lastimar a sus fans. Esta credibilidad de las celebridades es siempre una tentación para los políticos. Sin embargo, si bien es innegable que los políticos y las celebridades caminarán en sendas paralelas mientras la credibilidad de los segundos sea oxígeno para los primeros, es importante señalar que detrás de la postulación de celebridades a cargos de representación popular hay innumerables riesgos que no debemos pasar por alto. Por más que sea su derecho, y que sea sana la intervención de las celebridades en la vida pública, no debemos soslayar una diferenciación: no va a ser nunca lo mismo la trillada y potente frase de Alejandro González Iñárritu sobre el “Gobierno que merecemos” que la postulación de la actriz Carmen Salinas en la lista de plurinominales del PRI. Tampoco es lo mismo las preguntas sobre la Reforma Energética de Alfonso Cuarón que la candidatura de “Lagrimita” a la Alcaldía de Guadalajara. Por lo tanto, la intervención de las celebridades en la política puede ser positiva o negativa, todo depende de lo constructivo de su discurso y la sinceridad de sus motivaciones. Existen tres argumentos a favor, desde mi punto de vista, para ver como algo positivo la inclusión de celebridades en las listas de representación política: las celebridades representan un capital social que si es utilizado para causas ejemplares es posible lograr cambios profundos en algunas políticas. Lo demuestran las celebridades que se han vuelto activistas en materia de medio ambiente o combate a la pobreza, una reunión de estas celebridades con un mandatario es más eficaz que decenas de visitas diplomáticas. El ruido que puede provocar una “estrella” ante un problema concreto es mucho más intenso y punzante que aquél que puede lograr un político. Son capaces de generar agendas, por ello si están enfocados en temas que preocupan a la ciudadanía su intervención en el debate público podría ser de gran provecho. Otro punto a considera es que su prestigio podría estar por encima de los intereses de los partidos políticos. No encuadra en todas las candidaturas, pero es cierto que una celebridad con un capital social bien ganado y trabajado, difícilmente tendría el incentivo de poner eso en riesgo ante tentaciones de partidos políticos. Eso pasó con el grupo de intelectuales que apoyó en su momento a Andrés Manuel López Obrador en México o a José Luis Rodríguez Zapatero en España, la política partidista no los atenaza, su credibilidad trasciende por mucho a la posibilidad de sanción de los partidos políticos. En tercer lugar, las celebridades llegan a lugares inalcanzables para los políticos, por lo que el debate público se amplía. Una declaración de Carmen Salinas, un posicionamiento sobre algún tema polémico, puede atraer a un público que sin ese hecho ni siquiera voltearía a ver a la política. Ese público que no tiene interés en el debate político, ya sea por desilusión o aburrimiento, suele prestar atención cuando celebridades hablan de tópicos públicos. ¿Un altavoz? En el caso de México, considero que los argumentos negativos siguen pesando mucho más que los positivos. Lo vemos en el caso de las celebridades Galilea Montijo y Raúl Araiza presumiendo los logros —ficticios— del Partido Verde; a “Lagrimita” jugando a ser candidato independiente, pero con el claro propósito de evitar que uno de los candidatos gane —Enrique Alfaro— o a Cuauhtémoc Blanco, un futbolista que acepta que nunca ha votado en su vida, pero aún así tiene la desfachatez de pedir que le voten para ser presidente municipal de Cuernavaca (y lo peor por un partido que se asume socialdemócrata). Las celebridades en México, que van a cargos de representación proporcional, por lo general son instrumentos utilizados por los partidos políticos con un propósito: más votos. Lo puede hacer un partido mayoritario como el PRI o alguno que quiere seguir viviendo del presupuesto como el Partido Socialdemócrata de Morelos. Y es que más posibilidades de voto significan más dinero de empresarios; significa más lana pública; significa más poder y significa más nómina y puestos a repartir. Es un negocio redondo para los partidos políticos en un entorno donde muchos ciudadanos no reflexionan sus votos. Los riesgos de la política de celebridades a la mexicana En primer lugar, la política existe para resolver las diferencias de proyectos en una sociedad democrática. La política existe porque pensamos distinto y queremos cosas distintas para nuestra sociedad. Si desaparecen los proyectos, desaparece también la política. No tiene razón de ser. La inclusión de celebridades, al estilo “Lagrimita” o Galilea Montijo, es la claudicación de los proyectos como forma de entender la política. No importa qué se vende, sino quién lo vende. No importa si detrás de su cara en los anuncios de televisión o de sus voces en la radio, hay un vacío inmenso de proyecto político. Lo importante es su rentabilidad como producto comercial, es más la apuesta de una empresa privada o de una franquicia que de un partido político. Las celebridades sin proyecto matan a la política. En segundo lugar, las celebridades como las antes referidas se convierten en productos a merced del “mejor postor”. Quien paga manda, no hay independencia de ideales (algo que también pasa en muchos partidos políticos). “Problema que se resuelve con dinero sale barato” dice el viejo adagio. Para los partidos políticos, las celebridades cumplen un rol que es barato en comparación con lo que dejan a cambio. Veamos al Partido Verde que utiliza a celebridades de telenovelas desde la elección de 2009 y hoy es cuarta fuerza política nacional (y según todas las encuestas pisándole los talones al PRD). Sabemos que es mucho más rentable poner a los actores de novelas a rendir cuentas en los spots que pasarle la bolita a Arturo Escobar para que saque cara por lo que hace y ha dejado de hacer el Verde. Este tipo de política vulnera el principio mismo de la rendición de cuentas. Eso es falsear la política y distorsionar la democracia. En tercer lugar, los partidos políticos maquillan sus problemas de credibilidad con rostros familiares y conocidos por buena parte de la ciudadanía. La inclusión de celebridades tiene una dinámica muy perversa: conserva intactos los privilegios de los partidos políticos sin asumir responsabilidad alguna. Juegan con el hartazgo de la gente. Es una lógica perversa: como sé que estás harto de mí y de mi partido, y asumo que la mayoría de los ciudadanos no razonan demasiado el voto, te propongo una cara conocida, un maquillaje que en esencial protege los mismos intereses. Es lamentable porque significa que los partidos políticos lo que están buscando es ver cómo sobreviven en un mar de descrédito y desconfianza. Le pasó a Berlusconi en Italia: puso a modelos a sabiendas que los italianos estaban hartos de los partidos políticos. Los partidos políticos jugando no a ver cómo resuelven su crisis de credibilidad, sino a ver cómo la profundizan. En cuarto lugar, la agenda de las celebridades se reduce a ellos mismos. ¿Alguien se pregunta qué acciones emprendería el payaso “Lagrimita” si es alcalde de Guadalajara para ordenar las fianzas públicas del municipio? ¿A alguien le pasa por la cabeza cuál es la posición de Carmen Salinas en materia de reforma de transparencia? ¿O alguien sabe qué piensa Cuauhtémoc Blanco de los problemas de inseguridad en el municipio de Cuernavaca? La intervención de celebridades en la vida pública provoca que la mayoría de la discusión gire en torno a la persona misma, privándonos de conocer qué piensan sobre los temas y cómo piensan resolverlos. No todas las celebridades envilecen el debate público. Hay quienes, como González Iñárritu o Cuarón, se esfuerzan por elevar el debate y utilizar su presencia como altavoz para causas ignoradas. Sin embargo, si bien estos casos pueden llegar a ser loables, existe la otra cara: la celebridad como Patiño de los partidos políticos y sus intereses. No es difícil saber que la popularidad política de estos personajes está íntimamente vinculada al descrédito que vive la política y los partidos, y que sus candidaturas se vuelven eficaces en un contexto en donde la mayoría de la ciudadanía vota sin pensar su decisión a conciencia. Y a los partidos parece no preocuparles esa falta de credibilidad, sino por el contrario, buscan con celebridades lucrar con ella. Temas Política Tapatío Enrique Toussaint Orendain Lee También José Jerí asume como presidente de Perú Congreso de Perú destituye como presidenta a Dina Boluarte La distopía de Clara Brugada Premio Nobel de la Paz es para María Corina Machado, líder opositora de Venezuela Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones