Lunes, 17 de Junio 2024
Suplementos | Por: José Luis Cuéllar de Dios

Aprender de ellos

Jenni y la boda real

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (13/MAY/2011).- Jenni es una niña de ocho años con discapacidad intelectual moderada, al igual que sus otros tres hermanos que manifiestan el mismo síndrome. Con motivo del Día del Niño asistió al programa de televisión Esperanza de Dios, un proyecto de vida que se trasmite todos los jueves de 16:30 a 17:30 horas por el canal católico de María Visión –¿hasta cuándo la televisión abierta dedicará tiempo a tratar y difundir este tema? –, en cierto momento se le preguntó a Jenni que regalo deseaba; contestó, con el inevitable candor que la distingue: una cama. Por unos segundos reinó el silencio en el foro televisivo, luego ampliaron la pregunta: ¿por qué una cama? La respuesta, implacable y contundente provocó risa, de esa risa que nace de nuestro interior como manifestación de frustración y amargura: ¡para ya no dormir en el suelo! Jenni vive, junto con su madre, padre y tres hermanos, en un espacio al que sería un despropósito llamar casa, de aproximadamente 40 metros cuadrados.

Curiosa coincidencia, molesta asociación; en la noche de ese mismo día aparecían en la televisión las imágenes que trasmitían la fastuosa e ilimitada “boda real”. En un inevitable acto de asociación mental, recordé lo que unas horas antes pedía Jenni, sólo una cama para no dormir en el suelo. Traté de desprenderme mentalmente de la molesta asociación, ideas que en muchas ocasiones las cubre una indeseable capa de moralina. No pude eludir el que supuse inevitable tema. Por un lado, la tragedia que significa el fatal e inexplicable hermanamiento entre pobreza y discapacidad; por el otro, la dichosa y también inexplicable coincidencia entre abundancia y exaltación. Corona de espinas que significa llanto y desolación, corona de joyas preciosas que ratifican status de realeza. De dónde proviene esta misteriosa y abrumadora realidad que inclina la vida de los seres humanos hacia la fatalidad o hacia la riqueza, el inextricable destino de todos nosotros. Vidas que se desarrollan bajo el signo de la pena y la humillación, vidas cuyo destino, desde siempre, lo define una especie de aura sagrada, una cierta forma de inmunidad ante la desesperanza y el desconsuelo. De dos ratificaciones no me libré, por una parte que la promesa de seguir a Dios no necesariamente implica atender al más desprotegido, y por la otra, que la fastuosa ceremonia de la boda real de alguna forma comprueba que la esclavitud, en diferentes formas y versiones, está aún latente.

Se dice, y es un acierto, que el comparar nos permite aprender, como la excepción confirma la regla, en este caso la comparación me provocó más que aprendizaje una incómoda confusión. Finalmente pude librarme del espinoso y complicado tema, estaba seguro que podría llevarme a interpretaciones inútiles, aventuradas e inseguras. Lo logré cuando entendí que la melancolía que produce estos estados mentales está frecuentemente encubierta con un cierto matiz de resentimiento, lo cual de suyo resulta peligroso para la salud mental.
Mejoró el episodio cuando en los siguientes días supe que algunas personas –tres para ser exactos– le habían regalado cama a Jenni, una de ellas, por cierto, con su nombre en la cabecera. Por lo pronto dentro de esa incontable masa desposeída que forma el colectivo de la discapacidad, una niña de tan sólo ocho años y sus tres hermanos que también manifiestan discapacidad, ya podrán, todos, dejar de dormir en el suelo. El tema del espacio no creo que sea obstáculo, ese lo resuelve el ingenio que nace de la necesidad, amén de los amenes.

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