Lunes, 03 de Noviembre 2025
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Alarmas

Hemos asumido con una tranquilidad pasmosa, en Guadalajara, que los robacarros operen con impunidad casi total

Por: EL INFORMADOR

Nos parece una gracia el hecho de que uno llegue a la famosa zona de 5 de febrero y le ofrezcan las autopartes robadas como quien ofrec EL INFORMADOR / A. García

Nos parece una gracia el hecho de que uno llegue a la famosa zona de 5 de febrero y le ofrezcan las autopartes robadas como quien ofrec EL INFORMADOR / A. García

GUADALAJARA, JALISCO (06/SEP/2015).- Van cinco veces que me roban los espejos del auto. Dos veces han intentado llevárselo entero pero han fallado (estoy tocando madera). La primera ocurrió hace 10 años, sobre la calle de López Cotilla, a la altura de la Colonia Americana, la noche antes de que me mudara de allí. La ventana estaba saltada y el empaque plástico roto pero o el ladrón no pudo con el seguro (cosa que resulta difícil de creer) o atinó a pasar alguien por la calle que lo asustó lo suficiente como para hacerlo retirarse antes de consumar el hurto.

La segunda sucedió hace unos días, con todo y que mi auto estaba en la cochera de mi actual domicilio y tras una reja. Al parecer el ladrón buscaba la llamada “llave para el valet” que incluyen algunos modelos y al no hallarla en la guantera, como suele estar (soy un torpe y se me rompió y nunca la repuse) abandonó el intento y se fue. Claro: resulta escalofriante abrir el coche una mañana y toparse con la guantera abierta y el manual de instrucciones despanzurrado por ahí. Un amigo, reportero policiaco, me aseguró que el procedimiento es usual: “A veces, los chamacos que roban carros son tan hábiles y tan flojos que mejor se buscan otro carro parecido si no hayan la llave del valet. Para qué le batallan”.

Hemos asumido con una tranquilidad pasmosa, en Guadalajara, que los robacarros operen con impunidad casi total. Miles de autopartes y cientos de vehículos desaparecen y nos limitamos a reponer unas y cobrar el seguro de los otros sin que nadie tomes acciones directas. Nos parece una gracia el hecho de que uno llegue a la famosa zona de 5 de febrero y le ofrezcan las autopartes robadas como quien ofrece caramelos. De cuando en cuando las autoridades les arman a los pillos una redada, sí, y truenan un par de bodegas. Sí. Pero el negocio no sólo vuelve a florecer, sino que lo hace en el mismo punto geográfico. ¿Suena lógico?

En lo que llevo en mi actual domicilio, más o menos cerca del centro de la ciudad,  mis vecinos han sido objeto de varios robos, tanto de autos completos como de partes sueltas. En unos pocos años se han multiplicado entre los vecinos candados, bardas, rejas, cámaras, alarmas (esos aparatos inmejorables que suenan enloquecedoramente cuando alguien pone el estéreo muy alto en las cercanías de donde están instaladas pero callan si alguien se lleva lo que, en teoría, se encargan de asegurar). Existe la conciencia plena de que dejar el auto en la calle es una invitación a ser robado y se procura, al menos, estorbar cualquier incursión.

Tres veces ha acudido la policía municipal a mi calle para tomar conocimiento de esos robos. ¿Qué se recuperó o avanzó? Nada. Estamos resignados a que los ajustadores de los seguros sean las únicas personas que van a preocuparse por nosotros (con todas las reservas del caso, pero son sin duda más confiables para ayudarlo a uno que las autoridades).

Un amigo al que comento esto, y que tiene ínfulas de sociólogo, me repone que en una sociedad donde la gente es asesinada o desaparece sin dejar huella con tanta frecuencia como en la nuestra, los robos hace tiempo que pasaron a ser cosa menor. Ambos nos reímos cuando un tercer amigo nos señala que el Presidente acaba de decir, en su Informe, que los delitos se han reducido en lo que va de su sexenio comparados con el anterior. “La verdad, tenemos suerte”, me dicen. Encima de todo, habrá que quemarle su varita de incienso en agradecimiento al azar.

Tapatío

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