Martes, 11 de Noviembre 2025
Jalisco | La ciudad y los días por Juan Palomar Verea

Celebraciones tapatías: pensar antes

La urbanización de la Calzada Independencia conllevó, de un plumazo, la condena y supresión del río de Guadalajara

Por: EL INFORMADOR

Es un lugar común recordar cómo el centenario del inicio del movimiento por la independencia nacional coincidió en Guadalajara con la terminación de la primera etapa del Paseo Porfirio Díaz, prontamente rebautizado con su actual nombre, la Calzada Independencia. Lo que entonces fue orgullo y símbolo de progreso y modernidad ha revelado, a lo largo de los años, su cara oscura.

La urbanización de la Calzada Independencia conllevó, de un plumazo, la condena y supresión del río de Guadalajara, señal definitoria de su nacimiento, trazo geográfico esencial. Así, el río de San Juan de Dios fue convertido, para siempre, en un albañal, oculto y cancelado como elemento del paisaje y la topografía.

Algunos ejercicios de planeación y arquitectura, académicos e independientes, han especulado sobre la posibilidad de restaurar una corriente de agua, debidamente acondicionada, sobre parte del recorrido del río desaparecido. Este gesto urbano intenta poner sobre la mesa y comenzar a revertir una funesta tendencia que el entubamiento del río inauguró: la de ignorar y violentar nuestro medio natural. Porque fue clara consecuencia que de esa inercia, ciega a la naturaleza, se siguiera la supresión de cañadas y barrancas, la desecación de cuerpos de agua, la tala de macizos arbolados. Todo aquello que se opusiera a la indiscriminada expansión urbana.

Las consecuencias llegan hasta nuestros días. Baste recordar el grave estado del Río Santiago, el maltrato a la barranca de Oblatos, las urbanizaciones sobre suelos no aptos ubicadas en toda la periferia urbana, las peticiones de entubar –cien años después– uno de los cuerpos de agua subsistentes a cielo abierto: el arroyo de Atemajac.

Por estos días el Ayuntamiento de Guadalajara anuncia una muy cuantiosa medida urbana que, de quererlo o no, estará asociada a los fastos del Bicentenario. La pavimentación con concreto hidráulico de 33 arroyos de vialidades. Más de mil millones de pesos y un crédito gravoso para la ciudad. Habría que insistir antes de que sea tarde. Antes de lanzarse a troche y moche a reafirmar la injusta supremacía del tráfico automotor sobre la convivencia citadina, antes de sellar miles de hectáreas a la precipitación pluvial, antes de ratificar el equivocado rumbo de la movilidad urbana ahora imperante, habría que considerar otras alternativas.

Porque, hasta donde se sabe, se trata de arreglar 33 arroyos de calles, el espacio destinado al tráfico automotor. Si se toma el cuidado de analizar cada caso, se podrá encontrar el hecho de que, además de los vehículos de motor, por esas vialidades circulan y conviven miles y miles de peatones: también hay banquetas, casi siempre en muy mal estado, y que es preciso arreglar. Habría que tomar en cuenta el Plan de Movilidad no Motorizada. Establecer las ciclovías que sean pertinentes. También se podría disponer que, sin mayor demérito del tráfico rodado, se ganaran significativos espacios para la gente de a pie (nada menos que 40% de quienes circulan) para la convivencia, para la instauración de nuevos espacios verdes. También se podría pensar en un sistema de pavimentación que lograra infiltrar el agua de lluvia en lugar de seguir contaminándola y tirándola a la barranca por colectores cada vez más saturados. Más allá de todo esto, puede ser la oportunidad de comenzar a acordar la movilidad de la ciudad a criterios que abran un futuro mejor.

Ante la medida pavimentadora anunciada, coincidente con el Bicentenario, hay dos caminos: uno, arcaico y costoso, es la tendencia que inauguró la supresión del río de San Juan de Dios. El otro, más moderno y sustentable,  exige más reflexión, creatividad, visión y responsabilidad.

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