Hace algunas semanas en este espacio señalaba el imperativo de que la Presidencia de la República hiciera algo con la finalidad de influir en la opinión pública norteamericana para detener a Trump. También indicaba el cómo: exigiendo a los dos candidatos el libre tránsito de personas que más tarde que temprano llegará entre México, EEUU y Canadá; pero haciéndolo con pinzas para no afectar la relación bilateral porque no se sabe quién ganará.Pero no. Lo que se hizo fue una metida de pata colosal propia de una visión diplomática de elefante y notablemente ingenua, que además fortalecer al antimexicano xenófobo, debilitar la ya de por sí mermada imagen presidencial, ridiculizar al país y enardecer a la población, también complicó la de por sí ya muy complicada relación bilateral.Prácticamente todos los analistas y toda la opinión pública enfureció al enterarse que el Presidente Peña había invitado a “dialogar” tanto a Trump como a Clinton y que el primero ya prácticamente venía en camino a sostener una reunión privada en los Pinos. Y la furia estuvo más que justificada. En primer lugar, no se puede tener atención alguna con un candidato que se ha dedicado a insultarnos. Y en segundo lugar al notar una evidente “autocelada” peligrosísima. Al que se le ocurrió esta genialidad lo que hizo fue ponerle una trampa a la Presidencia en la cual, dado el colmillo retorcido del gringo y la poca habilidad del Presidente en el arte de la oratoria, cayó redondito. Así el nivel de los “estrategas” presidenciales. Trump no se “chamaqueó” a Peña. Lo hizo su propio equipo, o él mismo. Además, mintió descaradamente en la cara de EPN —ya se sabía que iba a deformar la entrevista ya que es un mitómano empedernido— y no reaccionó. Además, el norteamericano controló el escenario y se puso a dar y quitar la palabra en la sesión de preguntas y respuestas como si él fuera el mandón y nadie le puso un alto.Un fiasco total. Mejor lo hubiera “desinvitado”, las consecuencias habrían sido mucho menores. Una humillación que como país no merecemos. Todo lo contrario. Es momento de también comenzar a exigir a los candidatos norteamericanos un trato especial que México merece de dicho país por tanto daño que nos ha irrogado nuestra vecindad a pesar de la integración económica y las alianzas recientes para beneficio conjunto. Finalmente, ahora más nunca le urge a Peña Nieto que gane Hillary Clinton. De ocurrir lo contrario será recordado como aquel Presidente que por su imprudencia e impericia apoyó la victoria de un candidato que odia expresamente a nuestro país. Pero que mejor ya ni le muevan por la elección de por allá, no vaya a ser que se siga auxiliando, con su diplomacia de islote pitero del caribe que no da para más que servir de paraíso fiscal, a nuestro enemigo declarado.