Viernes, 26 de Abril 2024

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“Sonido Brahms” esplendoroso

Por: Jaime García Elías

“Sonido Brahms” esplendoroso

“Sonido Brahms” esplendoroso

Se ha vuelto casi una tradición iniciar las temporadas de la Orquesta Filarmónica de Jalisco (OFJ) con programas denominados “Las Tres B” y encomendadas —valga la expresión— a la santísima trinidad de la música: Bach, Beethoven y Brahms. La respuesta del público (teatro lleno en la función dominical) al primer concierto de la segunda temporada, fue excelente. El programa, con Günter Neuhold como director huésped, dejó un grato sabor de boca por el buen gusto —conservador, si se quiere— con que fue confeccionado, por la sobriedad y pericia del ilustre huésped y por la solvencia de los tres solistas participantes.

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Abrió el programa la Pequeña Fuga en Sol menor, BWV 578, de Bach. A tres siglos de su estreno como pieza para órgano y a uno de su transcripción para orquesta, a cargo de Stokowski, la obra conserva intacta su frescura seductora; sirvió, esta vez, para dejar constancia de la ya subrayada sobriedad de la batuta de Neuhold: un director más interesado en la música que en la coreografía.

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El Triple Concierto para violín, cello y piano en Do mayor, Op. 56, de Beethoven, ha sobrevivido a la polémica generada tanto por la originalidad de la dotación de solistas como por el carácter un tanto “light” de la partitura. Su popularidad está más allá de cualquier debate. La versión de la OFJ, con el venezolano Iván Pérez al violín, el cubano Rolando Fernández al cello y el tapatío Saúl Ibarra al piano —muy jóvenes los tres, además—, fue de muy buena factura. La solvencia de los solistas —entre los que sobresalió Fernández, en parte porque su instrumento tiene más peso específico que sus alternantes, al encargarse casi siempre de la exposición de los temas—, la pulcra orquestación de Neuhold y la disciplina del ensamble se sumaron para que así fuera.

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El plato fuerte del programa se cubrió con la Sinfonía No. 2 en Re mayor, Op. 73, de Brahms. Con fraseo impecable, tempo justo, equilibrio magistral de todas las secciones de la orquesta, y mano izquierda (la que aporta los matices y consigue las armonías características del “sonido Brahms”) como de torero caro, Neuhold alcanzó, de nuevo, nota sobresaliente. Ni siquiera los aplausos de la concurrencia —no por mayoritarios menos impertinentes— entre movimiento y movimiento, estropearon el buen sabor de boca que dejó el programa.

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