Ir a Sayula siempre es grato. La antigua capital de la Provincia de Ávalos es un muy noble pueblo. Si bien ha sufrido con cuantía el maltrato de la falsa “modernidad”, conserva una dignidad y un señorío que se perciben claramente. Gente amable y trabajadora, un humor sureño entrañable, antiguas sabidurías: todo esto y mucho más ha construido uno de los pueblos claves para entender a Jalisco.La capilla, posada como una agraciada paloma en el cerrito de Usmajac, recibe a quien se aproxima a Sayula. El viejo y airoso chacuaco de la hacienda de Amatitlán saluda, orgulloso de su estampa y su estatura.De tantos pueblos ejemplares se puede decir que fueron víctimas de la citada falsa “modernidad”. ¿Pero cuál hubiera sido la modernidad a secas, la deseable? Una que, como tanto dijo Octavio Paz, supiera conciliar la tradición con las nuevas hechuras. Porque sin asumir y saldar cuentas con la tradición estamos condenados a permanecer en un limbo, pardo y destructivo, ajeno a la modernidad verdadera. A esa que “nos hace contemporáneos de todos los hombres”. Una modernidad que nos hace dueños tanto de las herencias como del presente, de nuestro destino.Se dice a veces que el “hubiera” no existe. Tan existe que es un verbo que nos ayuda, hoy, a entender, aprender lección, imaginar alternativas, ponerlas en práctica. Así con las ciudades. Sayula, como tantos otros lugares, fue una población armoniosa y sensata hasta el fatal embate de los años cincuenta del pasado siglo. Todavía por esos años se había terminado de dar allí una fascinante floración de un peculiar y bien aclimatado estilo arquitectónico art-déco, tanto en múltiples ejemplos domésticos, que aún subsisten, como en los muy interesantes cines de la época.Porque fue a medio siglo que cundió la noción destructora, y peor, totalmente descongraciada, de las cajas de zapatos “funcionalistas”. Desde Guadalajara se envió claramente el mensaje: era válido demoler para dar paso al “progreso” representado por la intensiva destrucción del patrimonio para hacer más anchos los arroyos de las calles en beneficio de los coches, o simplemente para hacer edificaciones “nuevas” y chatas, para ser “modernos”. La verdadera modernidad comprende el pasado y lo aprovecha. La falsa “modernidad” hace tabla rasa y construye contextos alienantes, ajenos, extralógicos.Casa por casa, cuadra a cuadra: cajas de zapatos, fantasías “californianas” o “tejanas”, aluminios dorados, narcoarquitectura de rejas garigoleadas y cupulitas: el destino de tantos pueblos. ¿La alternativa? Aprender, como en Sayula, de los muy nobles portales de espléndidos arcos trilobulados, de tantas casonas adecuadas y dignas, de la Parroquia, de su iglesia frontera, del Santuario de Guadalupe, de los buenos jacales y los ranchos y haciendas circundantes. No en forma, sino en esencia: lo bien hecho, lo adecuado al clima, a los materiales y técnicas constructivas sensatos, y al espíritu del lugar y de sus habitantes. Y esto, precisamente, es lo que es vigente hoy, es lo moderno, lo que algunos arquitectos sayulenses sin duda entienden y hacen.Sayula tiene una portentosa colección de portales. Son, quizá, la marca identitaria más poderosa del pueblo. Tal vez no haya otro lugar, en muchos lados, que pueda enorgullecerse de tal cantidad de metros lineales de dignidad y gracia, de cobijo frente a la intemperie, de la materialización de solidaridad y hermandad que los portales entretejen entre casas y vecinos. Sean estos portales añosos y venerables la guía para construir una Sayula moderna, reconciliada y orgullosa de su antiquísima y vigente raigambre.