Martes, 13 de Mayo 2025

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Ruido, tanto ruido

Por: Diego Petersen

Ruido, tanto ruido

Ruido, tanto ruido

Los días previos a Navidad un amigo me llamó por teléfono sólo para informarme que iba a quemar el bar de enfrente de su casa porque era espantosamente ruidoso día y noche, pasando del reguetón al disco, del ballenato al tecno sin parar y las autoridades de Guadalajara no hacían nada. “No se culpe a nadie, soy yo el que va a rociar gasolina y echar un cerrillo”. La imagen del Lisbeth Salander en el segundo libro de la Trilogía Millennium, de Stieg Larsson era inevitable. Mi amigo haría lo mismo que la heroína desadaptada del thriller hizo con su padre, e igualmente no podía culparlo, sólo que en la vida real las consecuencias no las maneja el autor de la novela.

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Los vecinos del Estadio de los Charros, que debería ser los principales apoyadores de la novena jalisciense, se han convertido en sus principales detractores. El ruido que sale del estadio se escucha a 15 cuadras a la redonda. Cada mañana, ante la noticia de que los Charros perdieron una vez más viene el festejo: no habrá postemporada para los Charros, ni noches ruidosas para los vecinos en enero.

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Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma. Con esa convicción, no del todo católica hay que decirlo, el cura de una parroquia de un barrio de clase media decidió que, si los feligreses no iban a misa, la misa iría a casa de los feligreses: instaló un equipo de sonido en el atrio y hoy en esa colonia la misa es obligatoria hasta para los perros que tienen que escuchar a fuerza el sermón.

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Todo mundo tiene derecho a escuchar la música al volumen que desee, a apoyar a su equipo con porras, gritos y sombrerazos e incluso a cantarle a su Dios lo más alto posible, si cree que así lo escucharán mejor en el más allá. A lo que nadie da derecho es a que ese ruido salga de su propiedad. A lo que nadie tiene derecho es a que su música, sus porras o sus plegarias invadan el espacio de otro.

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Hay muchas maneras de insonorizar, de controlar el ruido. ¿Sale muy caro? Quizá sí, pero el costo lo tiene que pagar el que hace el ruido, no el que lo padece. El límite de ruido que se puede emitir está reglamentado por los ayuntamientos, pero estos no están haciendo la chamba. Acuden sólo cuando hay denuncias, y en la mayoría de las ocasiones el resultado es contraproducente para los vecinos pues aquello termina en una mordida y el señalamiento de quién es el vecino denunciante.

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La convivencia social y la calidad de vida pasa en gran medida por controlar la contaminación auditiva. Ahora sí que, parafraseando a Benito Juárez, “entre los matrimonios y entre los vecinos, el respeto al sueño ajeno es la paz”.

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