Sábado, 24 de Mayo 2025

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¡Han pasado treinta años!

Por: José M. Murià

¡Han pasado treinta años!

¡Han pasado treinta años!

¡Parecía que la casa no acabaría de moverse nunca! Pero como era de adobe no le pasó nada. Había llevado ya a mi hijo a la secundaria y despedido en la puerta a un amigo que regresaba a Puerto Rico y volví a la cama con el periódico, pero preferí prender la televisión para ver a mi amiga María Victoria Llamas dando las noticias. ¡Entonces comenzó todo! La señal duró poco: Mariví decía “está temblando, tengan calma…” cuando se apagó. Todavía alcancé a telefonear a la Secundaria y me dijeron que todo estaba bien. Mi hijo volvió pronto.

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Me bañé, y me fui en coche a la oficina. El radio ya iba dando malas noticias y empecé a toparme con edificios caídos y mucha zozobra. Poco después ya no pude pasar. Regresé a casa y reemprendí el camino en bicicleta. Cuando llegué a Tlatelolco todo era un caos pero mi oficina, con el Archivo Histórico y la Biblioteca, ubicados en el exconvento, donde estuvo preso Pancho Villa y dicen que la Guadalupana se le apareció a Zumárraga, estaba intacto. Los indios lo habían hecho bien, pero detrás de él faltaba algo grande: la mitad del edificio “Nuevo León” había desaparecido y la montaña de sus restos (escombros y tantas cosas más, así como muchos cuerpos) quedaban ocultos a mi vista tras el propio edificio colonial.
    
No volví a casa hasta cuatro días después. Hice de todo. Mandar mensajes a consulados y embajadas dando noticias y establecer un mecanismo para localizar gente, coordinando radioaficionados con nuestras telefonistas. Mi obsesión era hacer llegar una fe de vida a mi hija y a mi papá que estaban en Europa. Tardé dos días en hacerlo. Según las noticias que les habían llegado nos daban por muertos.

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Se instaló un gran campamento en la zona arqueológica de Tlatelolco —previa confrontación con los guardianes—; casi llegué a las manos con el cura, pues me reclamó que la iglesia no tenía agua para las pilas de agua bendita, porque los baños del exconvento no paraban de funcionar y pretendía que no dejara entrar a la gente a hacer sus necesidades… No sé bien como llegó mi combi con mi equipo de acampar. Éste quedó entre los montículos prehispánicos y con el vehículo me cansé de transportar heridos al Hospital “La Raza”: muchos llegaron muertos.

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Por cierto que nunca vi en Tlatelolco a Plácido Domingo, en cambio la TV lo halló cuantas veces fue. Luego de la réplica sísmica del día siguiente me encargaron la evacuación de la torre de Relaciones Exteriores, pues apareció una grave fisura en los cimientos… Lo principal se hizo en 24 horas continuadas…
    
Nunca había visto ni sentido tanto dolor pero hice frente a todo, mas ahora, tres décadas después, no he podido concluir como quería porque ya no pude más.  

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