GUADALAJARA, JALISCO (24/JUL/2016).- Tal parece que en todos los idiomas resulta necesario algún nombre para designar a gente que, o bien es desconocida por quien la menciona, o bien carece de importancia decir su nombre, o incluso que merece cierto desprecio del que habla. En español tenemos los muy prácticos términos de fulano, mengano, zutano y perengano (tradicionalmente en ese orden), pero poca gente sabe de dónde vienen. Quienes han vivido en países de lengua árabe se sorprenden al oír lo de “fulano”, pero es que, como explica el diccionario de la Real Academia, fulano viene del árabe hispánico fulán, y éste del árabe clásico fulan, que a su vez posiblemente proceda del egipcio pw rn, que quiere decir “este hombre”. Ya con mengano el origen no es tan claro, porque dice el diccionario que “quizá” también venga del árabe hispánico man kán, y éste del clásico man kan, que significa “quien sea”. Esas palabras deben haber sido adoptadas en tierras ibéricas a raíz de la invasión mora, a principios del siglo VIII, lo cual significa que quedaron incluidas en un español apenas en formación y se han mantenido hasta su versión actual. En cambio, zutano, de la misma familia, se supone que tiene una raíz latina: vendría de scitanus, y éste a su vez de scitus, “sabido” (en el sentido de que el nombre por sabido se calla). Y perengano es ya un mestizaje hispanoárabe: Pere (una variante de Pedro, uno de los nombres más comunes en español) más la terminación árabe. También hay una locución culta que se usa, aunque poco: la latina quidam, que, una vez más, designa a “uno o alguno”. Perengano debe ser, desde tiempos medievales, pariente de Perico de los Palotes, del Pedro el que anda muy agusto por su casa y del eximio Perogrullo, que ya para el Siglo de Oro era un personaje antiguo, y Quevedo inventó la expresión “perogrullada” (en Los sueños, 1622) para nombrar su especialidad, que consiste en decir obviedades. La definición que da la RAE es “verdad o certeza que, por notoriamente sabida, es necedad o simpleza decirla”. Fulano y sus congéneres suelen ir acompañados por “de tal”, a guisa de apellido, lo cual refuerza el anonimato. Perogrullo tiene un primo francés, Monsieur de la Palice, aunque éste sí existió de seguro (1470-1525) y murió batallando en Pavía con Francisco I contra el César Carlos (y también tiene su equivalente a perogrullada: “lapalissade”). El pobre de La Palice no decía tonterías, hasta donde se sabe, pero un epitafio en su tumba (mal leído) rezaba: “¡Ay! si no estuviese muerto / Aún estaría en vida”. El pobre de La Palice debe esa fama espuria a un poeta de mediados del siglo XVII, Bernard de La Monnoye. A veces, cuando no se quiere o no se puede decir en la prensa el nombre de alguien, se usan (y no sólo en español, sino en muchas otras lenguas) las iniciales N.N., que remiten al latín nomen nescio, lo cual quiere decir literalmente “desconozco el nombre”.