Miércoles, 14 de Mayo 2025

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Excesos de virtud

Por: Paty Blue

Dicen que dijo el poeta que “los excesos, hasta en la virtud, son malos” y, aunque no me consta que lo dijera, como algunos afirman que lo hizo, pues nada mejor dicho, dicen, por Juan José Arreola, el insigne e ilustrísimo vate de Zapotlán a quien hoy, como a muchos otros memorables y cercanos afectos que se nos adelantaron en el viaje, conmemoramos con cariño y respeto.

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El caso es que, como si anduviéramos faltos de azotes retóricos por parte de los fundamentalistas promotores de la sana nutrición, ahora resulta que los expertos cuidadores de la salud mundial les han proporcionado un nuevo y rotundo argumento, para descargarlo con furia sobre la testa de quienes nos da por desoír las medidas alimenticias extremas, con tal de asegurarnos el equilibrio mental cometiendo algunos pecadillos gastronómicos, aunque sea de cuando en vez, porque tampoco el horno está para bollos, aunque contengan gluten.

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¿Qué sería de mi vida si renunciara radicalmente al tocino crujiente para acompañar mis hotcakes de harina integral, con mantequilla sin grasas trans y rociados con harta miel sin carbohidratos? ¿Cómo podré calmar mis apetitos nocturnos con unas ramas de apio, en sustitución de uno de esos maravillosos dogos que venden frente a mi casa? No creo que esa inocente salchicha con su pizca de nitrito de sodio, pero dorada en margarina light, bañada con crema deslactosada y cátsup artificialmente edulcorado sea capaz de provocarme nada más que una profunda satisfacción que me conceda un sueño reparador. ¿Cómo podría llamar vida a la permanente abstinencia de un delirante bife, asado a término medio, pero acompañado con harta lechuga y jitomate bañados con sanísimo aceite de oliva? Semejante dimisión me abriría en el ánimo un hueco del tamaño del desembolso que supone embodegárselo pero, nomás por si acaso, omitiría las papas fritas con que eventualmente completan el platillo, porque el aceite hidrogenado y frito a altas temperaturas, las grasas saturadas y transgénicas, así como las acrilamidas (cualquier cosa que signifiquen), como que me dan agruras.

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¿Y mi desayuno ejecutivo de todas las mañanas? Ni cómo declinar la práctica coyuntura de romper las ayunas a bordo del auto, con rumbo al trabajo, con un café descafeinado con crema libre de azúcar, complementado con una dona sin betún (aunque eventualmente añado un plátano para hacerlo almuerzo continental), porque ora resulta que las apetitosas roscas, por su harina blanca, aceites hidrogenados, azúcar y acrilamidas  son uno de los cancerígenos más efectivos. ¡Ay de mí!

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Lo peor de la hecatombe por venir, a partir de la reciente revelación de la OMS sobre los alimentos potencialmente cancerígenos, es la muy cercana visita de una lejana prima que solo se nos acerca para hacernos reconvenciones y recomendaciones, desde el pináculo físico y moral de su virtuoso veganismo, sobre el infausto destino que nos aguarda a la vuelta de la esquina, si persistimos en no purificar nuestro organismo, a base de purgar nuestros nocivos hábitos. Y es tan dogmática, exagerada y metiche, que llenaría cabalmente los zapatos de un enérgico talibán. Seguro por eso y por sus radicales aprensiones digestivas fue que, recientemente, quién sabe qué dolencia intestinal pilló a consecuencia de su porfiada y desmedida ingesta de vegetales. Para sanarse, bien haría su galeno en prescribirle que haga dos planas de la sabia frase del vate de Zapotlán, acerca de los excesos.  

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