Martes, 13 de Mayo 2025

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En plural

Por: Antonio Ortuño

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Un amigo, que ha visitado en varias ocasiones ferias del libro importantes en otras geografías (hablo de Europa), suele explicarnos a los no iniciados que la gente que las visita es, en buena medida, profesional de la industria y su asistencia obedece a motivos de negocio. Las presentaciones dedicadas al público no son tan abundantes como en la FIL, dice, sino que el programa es dominado por actividades especializadas y concretas, que se enfocan a ciertos grupos de interés: agentes y scouts, editores, traductores, libreros… Total, el asunto es que su comentario se extiende a que el hecho de que la FIL esté “llena de vida”, es decir, de visitantes más o menos voluntarios que asisten a sus mil y un mesas y presentaciones, hace muy difícil transitar por sus pasillos, en especial a partir de que se terminan los llamados “días de profesionales”, las puertas se abren al público desde las 9 de la mañana y la Expo se abarrota de escolares.

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“En Londres o Frankfurt ves a los visitantes como tiburones. Van directo a sus presas. Acá las personas van a paso de ‘gallo-gallina’ y se estacionan a medio pasillo a saludar a un vecino o a mirarse los pies”. Es cierto. Los tapatíos tenemos una vocación de glorietas Minerva asombrosa. Una porción considerable de la gente que va a la FIL lo que busca es un paseo agradable: da unos pasos, se asoma a un pabellón o al de al lado y se detiene a darle el abrazo a alguien o a mirar en lontananza. Los profesionales tienen su área propia pero la feria, en general, es de los errabundos.

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Viene el último fin de semana y, con él, la multitud. Me parece perfecto: no podemos quejarnos de que las mayorías no se acercan a los libros y luego volver a quejarnos porque no lo hacen en perfecto orden.

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