Sábado, 11 de Octubre 2025

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El síndrome de Marga López

Por: Alejandro Irigoyen Ponce

Por Alejandro Irigoyen Ponce

El escritor Germán Dehesa, en uno de sus cameos en la película Cilantro y Perejil, lanzó como gran afirmación que los mexicanos tenemos el síndrome de Marga López: una cierta vocación sufridora que nos condiciona como pueblo a buscar y recibir altas dosis de decepción y frustración; como que necesitamos dolor, drama y pataleo para poder sentirnos completos. Muchos años antes, en su viaje por India y en una entrevista que concedió a una cadena televisiva europea, el también escritor Carlos Fuentes caracterizó al mexicano como un ser extraordinario, acostumbrado a sobrevivir aún en los escenarios, que desde la óptica del extranjero, se podrían considerar como imposibles.

El rostro que proyecta una profunda tristeza, con los ojos de borrego a medio morir de la actriz de la llamada época de oro del cine nacional es justo lo que el finado Dehesa quería compartir como su prototipo del ser mexicano. Habría que sumar esa predisposición genética a la mera sobrevivencia que refería Fuentes —esa resignación ante escenarios adversos, a darle buena cara al mal tiempo, a recomponer nuestra propia existencia para “ajustarla” a las desgracias—, y bien se podría explicar el actual orden de las cosas en el país.

Todo esto por la pregunta que más de tres lanzan después de analizar el perfil, trayectoria y herramientas personales de los candidatos a la Presidencia, ¿otra vez apostar por el que consideremos que le puede hacer menos daño al país?

Y entonces habría que buscar la respuesta anclados en una premisa que es realmente simple: una sociedad desorganizada que asume las arbitrariedades, excesos, falta de transparencia y menor vocación a la rendición puntual y clara de cuentas por parte de sus gobernantes, como algo natural, “lo de siempre” y con un lacónico “todos son lo mismo”, pues está condenada sufrir una y otra vez esa alta dosis del “flagelo de la amarga realidad” que pareciera, por su propia apatía, estar buscando.

Pero al margen de la anécdota y por supuesto, a años luz de la moralina, el detalle de fondo es que cualquier actor político, sin importar su nivel, puede dibujar el escenario que políticamente mejor le convenga, porque sabe perfectamente que no tendrá mayor consecuencia. La pobreza, la marginación, los grandes rezagos y problemas que afectan a la ciudadanía son utilizados sin mayor pudor como recursos retóricos, especialmente en campaña, ya que no les reporta ningún riesgo, no obstante que implica un profundo desprecio por la ciudadanía.

Es la vocación sufridora, un pueblo acostumbrado a sobrevivir, sin mayores elementos de cohesión y menos aún herramientas sólidas y prácticas para la movilización que permita oponer, en términos democráticos, resistencia ante el yerro y/o la omisión de la clase gobernante, lo que los vacuna en todos sus excesos.

Con dedicatoria abierta y a propósito del debate que habrán de sostener mañana los cuatros aspirantes a gobernar el país, una frase del escritor español Enrique Jardiel Poncela: “El que no se atreve a ser inteligente, se hace político”. Hoy, a los mexicanos no nos debería parecer tan gracioso, ya que finalmente somos corresponsables, por acción u omisión, de la clase de gobernantes y candidatos que tenemos.

Sí, el síndrome de Marga López a todo lo que da.
 

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