Jueves, 25 de Abril 2024

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El Chiva Número Uno

Por: Raymundo Riva Palacio

El Chiva Número Uno

El Chiva Número Uno

Jorge Vergara nunca ha sido un hombre fácil de tratar. Oscuro cuando como pequeño empresario fracasaba; arrogante cuando se volvió millonario. Introvertido, pero de carácter fuerte; espléndido con los suyos, pero también rencoroso. Es de un temperamento difícil y cuando no le genera confianza su interlocutor, simplemente lo ignora. No es una persona que se abra fácilmente, y puede llegar a ser irritante en su trato por sus formas despectivas. Pero cuando las barreras se caen, se vuelve un enorme contador de chistes.

Vergara es un hombre muy público y, a la vez, muy desconocido. Su pasado lo guarda en caja fuerte, como si hubiera cosas de las cuales no quisiera acordarse. Pero su biografía no es tanto de claroscuros sino de un vendedor de toda la vida, vuelto empresario exitoso que esconde una labor filantrópica de la cual jamás habla. “Es muy especial”, dicen quienes lo conocen de tiempo. “Con unos es déspota, pero también es muy dadivoso, algo que heredó de su padre”.

Nació en Guadalajara en marzo hace 57 años, en una familia de clase media donde el jefe de la casa, don Jorge Vergara Cabrera, era administrador de empresas relacionado con una de las familias más conocidas en esa capital, a la que le manejaba el negocio familiar “Válvulas Urrea”. Fue el tercero de cinco hijos, pero muy apegado a los padres, que cuando lo enviaron de niño a Estados Unidos a aprender inglés, fue uno de los traumas más grandes que tuvo en su vida, como reconocería a algunos de sus cercanos hace años.

Jorge Vergara creció en un entorno empresarial por lo cual no fue extraño que las ventas guiaran su carrera. Sin embargo, empezó mal. Trabajó en una Volkswagen, donde era tan malo para vender, que lo corrieron. El gerente de la distribuidora jamás se imaginó que eso sería algo que no le perdonaría. Una vez millonario, Vergara compró la distribuidora y la demolió, como una forma peculiar de cobrar aquél agravio.

El resto de sus negocios no terminó así. Abrió un negocio de carnitas en Plaza Tepeyac, una zona clase media de Guadalajara, que no tuvo éxito. Entró en la desarrolladora Asolar para vender condominios y tiempos compartidos en Manzanillo, pero lo mejor que le sucedió en ese tránsito laboral fue haber conocido a un representante de Herbalife, para quien se convirtió en vendedor. De ahí saltó a Omnitrition, una corporación estadounidense donde realmente comenzó el cambio de su vida.

Su primera esposa, Maricruz Zatarain, convenció a los dueños de Omnitrition que le dieran la representación, a la cual entró en una sociedad en partes iguales con Vergara. Resultaron estupendos vendedores y registraron la marca en México a espaldas de los propietarios estadounidenses. Más adelante concluyeron el proceso y sobre la base del éxito en México, compraron todas las acciones a la corporación, que renació como Omnilife, una empresa dedicada a la venta de productos multi vitamínicos y suplementos alimenticios.

En 20 años, Vergara construyó un emporio a la vez que desarrolló un sentido filantrópico extraordinario. Por ejemplo, cuando el accidente nuclear en Chernobyl, en la vieja Unión Soviética, trajo a un grupo de niños para tratar de curarlos con sus productos. Resultado de esa experiencia, junto con Maricruz, de quien se divorció tiempo después, adoptaron una niña rusa, que se sumó a la hija y el hijo que tenían.

Vergara hizo crecer a Omnilife como resultado de un liderazgo que nunca mostró en sus primeros años de empresario.

Sus pares le reconocen su habilidad en los negocios, pero quienes tratan cotidianamente con él en ese campo, le critican que, “como buen multimillonario, es muy mal pagador”. Al mismo tiempo, en esta dualidad de su vida, es considerado “un excelente patrón” que estimula constantemente a quienes trabajan con él. Cada año realiza convenciones con sus vendedores, a quienes trata de manera espléndida. No es inusual que rente barcos para llevarlos de crucero, o que haga fiestas donde contrata grandes artistas para que les actúen.

A mediados de esta década su amigo Carlos Moyano, que había sido portero de El Tapatío, un equipo de futbol de Segunda División, y formaba parte de los accionistas del Guadalajara, lo persuadió a buscar que los propietarios de las Chivas, que nunca habían sido afluentes, que siempre tenían problemas de dinero y que en ese momento pasaban por uno de esos trances para que le vendiera sus acciones. Vergara, como muchos tapatíos, tenía en el Atlas a su equipo favorito, pero le agradó la idea y en 2002 adquirió el equipo al negociar con 250 accionistas del equipo. Un pequeño grupo de ellos, sin embargo, nunca lo reconoció y lo demandó para que se revirtiera el cambio de estructura de propiedad, de Asociación Civil a Sociedad Anónima, para que Vergara pudiera adquirir las acciones. Hace unos días, un juez civil falló a su favor y resolvió positivamente para él un juicio mercantil.

El juicio nunca interrumpió su avance empresarial. Incluso, abrió una franquicia de las Chivas en Estados Unidos dos años después, con un propósito de abrir el mercado hispano y extender la vida profesional de sus jugadores. El futbol fue la nueva rama del negocio, con un equipo valuado en 150 millones de dólares y jugadores que ha exportado a ligas del mundo, como Javier “El Chicharito” Hernández, que fue transferido al Manchester United por 50 millones de dólares.

Para darle una mayor estructura financiera al grupo que tiene operaciones en 22 países, contrató a Angélica Fuentes, una empresaria proveniente de una familia de gaseros de Ciudad Juárez, a quien conoció a través del matrimonio de Alberto y Guadalupe Navarro —dueña del equipo de fútbol juarense Cobras—, con quien se casó por tercera ocasión —la segunda fue con una propietaria de galerías— en Los Cabos, donde fue la ceremonia civil, y en la India, donde organizo una ceremonia religiosa que duró tres días, a la cual invitó a un grupo selecto de personas para que los acompañaran.

Las imágenes de Vergara y Fuentes encima de un elefante en la India durante la ceremonia religiosa, le ganó la imagen de extravagante. En realidad, Vergara era considerado “especial” entre sus conocidos de tiempo atrás, no sólo por su extraño carácter entre introvertido, desconfiado y prepotente, sino por sus actitudes que para muchos pueden ser extravagantes, como el hecho que siempre trae en la mano uno de los productos de Omnilife, y nunca usa calcetines porque los considera antihigiénicos. O como cuando tenía su jet 767 para transportar a las Chivas —que dejó de rentar a un jeque árabe por cuestiones de dinero—, no permitía que nadie subiera con zapatos. La única persona a la cual no se atrevió a pedirle que se los quitara fue Marta Sahagún, la esposa del entonces presidente Vicente Fox, de quien fue muy cercano.

Gran emprendedor, incursionó en la producción de películas, y en 2010 inauguró el nuevo estadio de las Chivas, bautizado como Omnilife, dentro de lo que será un enorme complejo de múltiples sitios de eventos llamado “JVC”, las iniciales de su padre. Vergara no se detiene jamás. Su vida dio un giro hace casi dos décadas, cuando hundido, laboralmente fracasado, salió de la mediocridad en la que se encontraba para convertirse en un multimillonario polémico, criticado y admirado, que aunque no habla mucho, dice suficiente.

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