Feliz el viajero que ande por Roma en estos días: desde el 4 de febrero se puede visitar, por el rumbo del Coliseo, el gran palacio que Nerón se mandó hacer en las faldas de la colina del Palatino durante los años que van del gran incendio del año 64 (que se le achaca y que, convenientemente, le despejó los terrenos para su proyecto) y el final de su reino en el 69. Pero no se trata de una visita como la que se hace a cualquier edificio en ruinas: como explica un artículo en ABC,* es una iniciativa pionera que usa elementos de la vanguardia tecnológica aplicada a la arqueología, pues ofrece una “experiencia multisensorial y dinámica”, un viaje a la vez virtual y real que, gracias a los visores que ofrecen una reconstrucción en tercera dimensión, es “capaz de recuperar una memoria cancelada desde los tiempos de Trajano”. A finales del siglo XV, un joven romano que andaba por esos lugares de repente cayó por un agujero y se halló en una especie de gruta llena de pinturas sorprendentes. Los artistas de la época (Ghirlandaio, Rafael, Miguel Ángel, Pinturicchio, que dejaron sus nombres en las paredes, como buenos grafiteros) exploraron luego esas salas asombrosas, cuyos frescos inspiraron un estilo nuevo de decoración fantasiosa que bautizaron como “grotesca”. Los historiadores del arte consideran que, en el caso de Rafael, se inspiró ahí para la decoración de las cámaras -llamadas precisamente Estancias de Rafael- que pintó en el palacio Vaticano. La influencia de esas pinturas redescubiertas sobre el arte de la época fue instantánea y enorme. Los renacentistas supieron muy bien desde el principio dónde había caído el que halló las “grutas”, porque los muy chismosos y prolijos historiadores romanos (Suetonio por supuesto, pero también Tácito y Plinio el Viejo) describen con lujo de detalles la Domus aurea. Pero ver las pinturas directamente fue para la época del Renacimiento una revelación que ponía formas y colores a su idea del mundo antiguo. La importancia de la Domus aurea en términos arquitectónicos y decorativos, más allá de su opulencia inaudita y sus dimensiones faraónicas, fue decisiva en la antigüedad misma y hasta el Renacimiento. La sala de banquetes redonda, con su cúpula de 13 metros de diámetro, abierta por un óculo y soportada por ocho pilares, prefigura la del Panteón. Están además ahí los primeros mosaicos del mundo antiguo sobre paredes verticales y bóvedas (antes sólo se usaron en el piso), técnica que se perpetuó sobre todo en la decoración de las iglesias. El edificio, hecho de ladrillo y concreto, estaba rodeado de jardines con lagos artificiales. El conjunto tenía una superficie de más de un kilómetro cuadrado. En su Vida de Nerón, Suetonio relata que los romanos, ante tal despliegue de megalomanía, repetían un chiste: “Roma se convertirá en su casa. Ciudadanos: emigrad a Veyes, si es que esa maldita casa no llega hasta Veyes” (que es una población a 16 kilómetros al noroeste de Roma).*http://www.abc.es/cultura/arte/abci-domus-aurea-neron-renace-201702040154_noticia.html
