Se han esgrimido como motivaciones para acabar con el ambulantaje: que son una competencia desleal para el comercio formal que paga impuestos; que causan mala impresión a los visitantes y, que fomentan la piratería.Este problema recae sobre las autoridades municipales y es tan añejo como la vida misma de las ciudades. Sin embargo, es un fenómeno que no nada más se da en nuestro medio, pues en urbes cosmopolitas como Nueva York y Londres, también existe el ambulantaje y puestos fijos y semifijos en los que se expenden bolsas para mujer de imitación de marcas famosas, corbatas, lentes para sol y otros artículos; en varias ciudades europeas se venden castañas asadas, pretzels y otras golosinas en las entradas de grandes almacenes; la diferencia estriba en que están debidamente reguladas y no se permite que proliferen, además, los reglamentos se respetan.Los vendedores ambulantes constituyen un problema socio-económico en los países con un alto índice de desempleo. En México este fenómeno existe desde la época de la conquista; fueron españoles los primeros ambulantes que a su vez heredaron la costumbre de los moros. Los aztecas y otras razas indígenas expendían sus mercaderías en los tianguis, había ambulantaje vendiendo agua natural y pulque, según muestran los códices.A medida que ha aumentado la población se ha agudizado el problema, al grado de que los esfuerzos que ha hecho el actual Ayuntamiento —que va de salida— han sido infructuosos porque no se ha buscado una alternativa que les ofrezca la oportunidad de obtener ingresos para su sustento ya que, por humanidad, no se puede simplemente prohibirles su actividad dado que la miseria no se puede extinguir por decreto.El problema del ambulantaje no se podrá resolver con los reglamentos actuales. Se requiere un estudio socio-económico que determine cuántos vendedores ambulantes hay, cuales son los lugares de venta acostumbrados, qué mercancías expenden, cuántas personas dependen de ellos y si son originarios de la zona metropolitana o emigraron de otras entidades.Un gran porcentaje de estos vendedores lo constituyen los indígenas que vienen de fuera a ofrecer frutas silvestres, flores, hongos y yerbas medicinales. Otro segmento son campesinos emigrados a la ciudad que venden cualquier mercadería mientras consiguen trabajo; hay también desempleados, mujeres y niños que venden chicles, papas fritas, dulces, mazapanes, matamoscas, limpia parabrisas y diversos productos más. Están también los que se instalan en camellones y glorietas, pequeños artesanos que ofrecen su producción de juguetes de peluche, sillas de ixtle, cuadros y pinturas, cestos de mimbre y otros más. Como se podrá observar el problema no es sencillo y para solucionarlo, una vez estudiado a fondo, se pueden ubicar en lotes baldíos, casas deshabitadas del centro de la ciudad en forma temporal, construyendo galeras desmontables como los llamados “mercados de pulgas” que existen en muchas ciudades de Estados unidos y Europa, en los que se permite a pequeños granjeros instalar los domingos los llamados “farmer markets” con instalaciones desmontables, sólo por mencionar algunas soluciones, que debe haber muchas más, pero lo que se requiere es voluntad y firmeza de las autoridades.
