Jueves, 15 de Mayo 2025

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Coaliciones y soluciones políticas distintas

Por: Javier Hurtado

En materia política, dos acontecimientos han marcado el fin del año 2015: el anuncio de coaliciones electorales para los comicios locales que se celebrarán en nuestro país el año entrante, y el resultado de las elecciones generales en España del domingo pasado. Ambos sucesos —aunque distantes geográficamente y de naturaleza distinta— interpelan la forma tradicional de cómo en México se realiza la política.

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En un sistema parlamentario como el español, las coaliciones son gubernamentales, se dan después de las elecciones y se discuten de cara a la Nación. En cambio, en el sistema presidencial mexicano, las coaliciones han sido electorales, previas a las elecciones, y se basan en un pacto entre líderes.

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En nuestro país las coaliciones pueden clasificarse en tres grandes tipos: 1.- las del PRI, para apabullar a la oposición con sus antiguos aliados (PARM y PPS) o las que ahora realiza con el PVEM  para eludir la restricción al tope del 8%  a la sobrerrepresentación; 2.- las de los partidos pequeños para salvar el registro aliándose con alguno de los tres partidos grandes; y 3.- las de PAN-PRD para montonear al PRI, en un ejercicio pragmático de sumar votos para tratar de superar los del adversario.

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En los tres casos lo que menos importa es tener un programa o proyecto político común,  mucho menos que sea de cara al electorado. Esto, y el que cada partido compita por separado con un mismo candidato hace que más que coaliciones electorales sean candidaturas comunes; en el fondo un fraude al electorado.

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La declaración de Agustín Basave, presidente nacional del PRD, las describe de manera nítida: “Aprobamos ya dos alianzas la primera, la de Zacatecas sería con un candidato nuestro quien nosotros designemos y la segunda de Durango la que Acción Nacional designe, fue un acuerdo que logré con Ricardo Anaya”. Más claro ni el agua.

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En cambio, en España la posibilidad de una coalición gubernamental se está discutiendo públicamente, con pleno respeto a los órganos colegiados de dirección de los partidos  y tratando de interpretar fielmente el mandato del electorado expresado en las urnas. La simple suma aritmética para el logro de una posición de poder, o para superar numéricamente a un adversario común está por completo descartada, incluso entre partidos ideológicamente afines que disienten en tan solo un punto  (como lo es el diferendo sobre Cataluña entre el PSOE y Podemos) que les impide concretar el acuerdo para formar gobierno. La diferencia entre esto y las coaliciones PAN- PRD son abismales y hablan de la precariedad (por no decir miseria) e ínfimo nivel de nuestra democracia: aquí en las coaliciones primero son los intereses de los líderes, después los del electorado.

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El otro punto a contrastar —no por ello menos importante— es el de las salidas o soluciones a los problemas de la política: mientras en España los críticos de los partidos tradicionales crearon nuevas instituciones partidarias, en México el cuestionamiento del viejo sistema de partidos no se encauza a formar nuevos partidos, sino a empoderar personalidades  “independientes” o “caudillos de la democracia”.

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Han pasado ya 87 años del discurso de Plutarco Elías Calles en el que señalara la necesidad de que México pasara “de la condición histórica de país de un hombre a la de Nación de instituciones y de leyes”, y en vez de avanzar en el logro de ese objetivo cada día retrocedemos.

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