En materia política, dos acontecimientos han marcado el fin del año 2015: el anuncio de coaliciones electorales para los comicios locales que se celebrarán en nuestro país el año entrante, y el resultado de las elecciones generales en España del domingo pasado. Ambos sucesos —aunque distantes geográficamente y de naturaleza distinta— interpelan la forma tradicional de cómo en México se realiza la política.En un sistema parlamentario como el español, las coaliciones son gubernamentales, se dan después de las elecciones y se discuten de cara a la Nación. En cambio, en el sistema presidencial mexicano, las coaliciones han sido electorales, previas a las elecciones, y se basan en un pacto entre líderes.En nuestro país las coaliciones pueden clasificarse en tres grandes tipos: 1.- las del PRI, para apabullar a la oposición con sus antiguos aliados (PARM y PPS) o las que ahora realiza con el PVEM para eludir la restricción al tope del 8% a la sobrerrepresentación; 2.- las de los partidos pequeños para salvar el registro aliándose con alguno de los tres partidos grandes; y 3.- las de PAN-PRD para montonear al PRI, en un ejercicio pragmático de sumar votos para tratar de superar los del adversario.En los tres casos lo que menos importa es tener un programa o proyecto político común, mucho menos que sea de cara al electorado. Esto, y el que cada partido compita por separado con un mismo candidato hace que más que coaliciones electorales sean candidaturas comunes; en el fondo un fraude al electorado.La declaración de Agustín Basave, presidente nacional del PRD, las describe de manera nítida: “Aprobamos ya dos alianzas la primera, la de Zacatecas sería con un candidato nuestro quien nosotros designemos y la segunda de Durango la que Acción Nacional designe, fue un acuerdo que logré con Ricardo Anaya”. Más claro ni el agua.En cambio, en España la posibilidad de una coalición gubernamental se está discutiendo públicamente, con pleno respeto a los órganos colegiados de dirección de los partidos y tratando de interpretar fielmente el mandato del electorado expresado en las urnas. La simple suma aritmética para el logro de una posición de poder, o para superar numéricamente a un adversario común está por completo descartada, incluso entre partidos ideológicamente afines que disienten en tan solo un punto (como lo es el diferendo sobre Cataluña entre el PSOE y Podemos) que les impide concretar el acuerdo para formar gobierno. La diferencia entre esto y las coaliciones PAN- PRD son abismales y hablan de la precariedad (por no decir miseria) e ínfimo nivel de nuestra democracia: aquí en las coaliciones primero son los intereses de los líderes, después los del electorado.El otro punto a contrastar —no por ello menos importante— es el de las salidas o soluciones a los problemas de la política: mientras en España los críticos de los partidos tradicionales crearon nuevas instituciones partidarias, en México el cuestionamiento del viejo sistema de partidos no se encauza a formar nuevos partidos, sino a empoderar personalidades “independientes” o “caudillos de la democracia”.Han pasado ya 87 años del discurso de Plutarco Elías Calles en el que señalara la necesidad de que México pasara “de la condición histórica de país de un hombre a la de Nación de instituciones y de leyes”, y en vez de avanzar en el logro de ese objetivo cada día retrocedemos.