Lunes, 12 de Mayo 2025

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Celebración y elogio de los oficios urbanos

Por: Juan Palomar

Celebración y elogio de los oficios urbanos

Celebración y elogio de los oficios urbanos

Se llama don Guillermo y teje bejuco. Viene de Michoacán. Sabe de toda la vida su oficio y trabaja con calmosa celeridad y metódica constancia. Es uno de los artesanos que hacen mejor la vida urbana. Es practicante de uno de los oficios que hacen a la ciudad más vivible, conveniente, bonita y amable.

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Desde siempre han existido los oficios que acompañan al transcurrir de la vida urbana: mecapaleros, aguadores, evangelistas, afiladores de cuchillos, “torcedores” (afianzadores de sillas y mesas), zapateros ambulantes, buhoneros, marimberos, herreros o pintores de ocasión, un variado etcétera… y tejedores de bejuco. Son estos últimos quienes mantienen una de las ocupaciones callejeras más vigentes.

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Al decir de don Guillermo, el bejuco, su materia prima, es toda importada, en este caso de Alemania. Dice que en su pueblo se tienen que esperar ansiosamente hasta que el cargamento del barco que les trae sus encargos llegue a su destino, y así poder trabajar. Son los manojos de una fibra resistente y elástica, de precioso color pajizo, con la que realizan sus primores artesanales. (Curiosamente este tipo de fibras parecen ser de origen centroamericano…).

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Los bejuqueros funcionan con la más elemental y eficaz propaganda: se sientan en las banquetas, afuera de las casas o locales en donde encontraron trabajo, a realizar en público sus labores. Así, entre los transeúntes, van ligando encargos: la calidad del producto está a la vista, tanto en material como en mano de obra, y el trato se puede establecer de antemano, a reserva de que el artesano considere de bulto la pieza a intervenir.

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Y es sorprendente la abundancia de materia de trabajo que existe para el buen bejuquero. Muchas casas, entre los tiliches arrumbados, guardan una o varias sillas austriacas derrengadas, una mecedora veracruzana, un sofá mal parchado… Es preciso decir que el bejuquero que se precia de su trabajo invariablemente utiliza fibras naturales, y nunca sus remedos plásticos o sintéticos. No solamente por un purismo estético (que también existe), sino por respeto al material vegetal y sus cualidades térmicas y de durabilidad. Como es frecuente en la naturaleza, el bejuco envejece con dignidad, y va adquiriendo un uniforme y muy grato color dorado con los años.

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Un bejuquero trabajando en una banqueta citadina es, por sí mismo, un patrimonio urbano. Es una manifestación de honrada laboriosidad, de orgullosa buena factura de su trabajo, de sabiduría geométrica que incluye los muy sagaces trazos iniciales. Es una presencia benévola que hace a la vía pública más segura, convivial, habitable. Es la oportunidad de tejer y renovar relaciones humanas y comerciales que vienen desde hace siglos, que le dieron carácter y estilo a nuestras ciudades. Que se los deben seguir dando.

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El tejedor de bejuco es también el testimonio de una economía más humana y justa. Es darle directamente trabajo a un artesano que devuelve con creces la inversión en un limpio producto natural. Nada que ver con las grandes explotaciones industriales, sus cadenas de intermediarios, sus propagandas vociferantes, sus impactos colaterales en la ecología, su anonimato. En tiempos en los que parece sensato volver los ojos a nuestros propios recursos y valores, don Guillermo, el bejuquero, es un gallardo ejemplo de independencia, productividad, amabilidad.

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