Sábado, 11 de Octubre 2025

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Atotonilco, Guanajuato

Por: María Palomar

Atotonilco, Guanajuato

Atotonilco, Guanajuato

Muy cerca de San Miguel de Allende está el santuario de Jesús Nazareno del poblado de Atotonilco, que se menciona en los libros de historia porque de ahí tomó el cura Hidalgo el estandarte de la Virgen de Guadalupe que llevó al frente del movimiento de independencia. Por entonces, el santuario era relativamente nuevo (fue construido entre 1740 y 1776). Se trata de un conjunto de edificios muy notables, en particular la iglesia, sus capillas y la casa de ejercicios. El santuario es más bien pequeño, de una sola nave, con nártex (elemento muy raro en la arquitectura virreinal), y tiene alrededor una docena de capillas laterales. Su fachada y los muros exteriores son sobrios y lisos, mientras que por dentro la decoración es de un barroco delirante y popular, donde predomina la pintura al fresco en la mayor parte de las superficies, salvo los retablos de madera dorada de los altares.

Atotonilco es una follie arquitectónica fruto de la devoción (y la obsesión) de un personaje singular, el padre Luis Felipe de Alfaro, quien a lo largo de 36 años que pasó en el lugar dirigió la edificación desde la primera piedra hasta la última. Alfaro había nacido en México en 1709 y en 1949 pasó a San Miguel el Grande, donde ingresó en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, fundada en 1712 y que tanta importancia tuvo en esa villa y dio a México figuras como el filósofo Díaz de Gamarra.

Luis Felipe de Alfaro debe haber heredado una fortuna importante, pues se hizo cargo de toda la fundación, centrada en los Ejercicios Espirituales; él dirigió a todos los artesanos, y sobre todo al diligente Miguel Antonio Martínez de Pocasangre, un pintor queretano de factura ingenua, alegre, de un barroco popular inspirado en estampas flamencas sobre pasajes evangélicos. Lo más notable es que esas escenas pintorescas y coloridas van acompañadas de muchísimos textos, la mayoría en verso, que escribió el propio Alfaro y copió fielmente Pocasangre (aunque quizá no siempre con mucha atención, porque tienen una ortografía errática aun para los estándares de la época). Los versos no son de gran mérito, pero al igual que las imágenes, su función era pedagógica y mnemotécnica, para grabar firmemente en la sensibilidad y la memoria de los fieles las distintas etapas de los Ejercicios de San Ignacio, alrededor de los cuales se vertebra el Santuario. También están presentes en él devociones de origen jesuita como la casa de Loreto y Nuestra Señora de la Luz.    Una de las capillas más bonitas y logradas, la de la Virgen del Rosario, con un retablo dorado y pinturas sobre espejos, queda fuera del temario ignaciano. Las pinturas de la bóveda son escenas de la batalla de Lepanto (1571).

De alguna manera el santuario guanajuatense, con su abigarrado programa estético unipersonal, obsesivo y excéntrico, surrealista avant la lettre, es pariente o cuando menos antepasado de otras follies constructivas, como la de Edward James en Xilitla.

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