¿A quién le interesa, a quién le afecta o a quién le duele la muerte de unos pecesillos...? Nadie va a publicar esquelas o condolencias en los periódicos, en que se notifique al público o se extienda a los familiares el pésame “por el sensible fallecimiento” de los susodichos animalitos. Pocos irán más allá de las expresiones de admiración, asombro o repugnancia, según sea el caso, por las escenas publicadas: millones de pescaditos, apenas un poco más grandes que los charales, que semejaban crestas de espuma sobre las olas del mar; la verdad es que flotaban, inertes, súbitamente muertos las aguas de la laguna de Cajititlán, contaminadas por descargas tóxicas y por la ineficiencia de las plantas de tratamiento de las aguas negras que allá van a dar, comprometió el porcentaje de oxígeno que los peces requieren como elemento vital. Después, el fétido olor de las 48 toneladas de material orgánico en acelerado proceso de descomposición; después, la premura de sepultarlos de cualquier manera... -II- El hecho podrá parecer intrascendente. Se dirá, desde la soberbia que caracteriza al autoproclamado “Rey de La Creación”, que “si las popochas —el nombre con que familiarmente se les conoce— no se comen, no sirven para nada”. Se desdeñará el hecho de que aun esos humildes, insignificantes peces (que sólo dejan de ser insignificantes cuando varias toneladas de ellos mueren simultáneamente) forman parte de la cadena alimentaria. Se considerará irrelevante que ese ecocidio sea sintomático de que, puesto que son impropias para la vida de ciertas especies que tienen en ellas su elemento, las aguas de esa laguna están peligrosamente contaminadas. Se dirá que si, según estimaciones oficiales, “las plantas de tratamiento operan con un 90% de eficiencia”, el 10% restante “no pinta”... Se dirá, en fin, que si a nadie quita el sueño que la mayoría de las 500 muertes violentas de seres humanos que se han registrado en Guadalajara y sus alrededores en lo que va del año, llevan toda la traza de que van a quedar impunes, es ocioso dar tanta importancia a la muerte de millones de animalejos. -III- Pocos, al cabo de ese episodio, dedicarán al asunto las reflexiones necesarias para llegar a la conclusión de que las popochas de Cajititán no se murieron de viejas: fueron asesinadas sistemáticamente por la incuria, la irresponsabilidad, la ineptitud y la corrupción de quienes cobran por “cumplir y hacer las leyes” como si realmente hicieran esto último.