De entrada: que la Cámara de Senadores haya declarado ilegales las peleas de perros en México, no significa que esas prácticas vayan a desaparecer. Ni debe interpretarse como una señal alentadora en el sentido de que el país da un paso que lo aleja de la barbarie y lo acerca a la civilización. En absoluto.-II-La noticia, que muchos medios prefirieron ignorar, señala que la Cámara de Senadores, en efecto, resolvió incorporar a la Ley General de Equilibrio Ecológico y Protección al Medio Ambiente, la prohibición de “organizar, inducir o provocar peleas de perros”.Los taurinos se cocinan aparte. Ellos —muy respetables las personas, muy discutibles sus ideas— se amparan, para defender su espectáculo favorito contra quienes lo combaten denodadamente y ya han conseguido que se le proscriba incluso en regiones en que era una práctica ancestral, en que se trata de una expresión “cultural” e incluso “artística”: “El arte de Cúchares”, lo llaman…A diferencia de la “fiesta brava”, tanto en las peleas de gallos o de perros, como los de carreras “parejeras” (y hasta de gatos que en algunos poblados se acostumbran), y aun las que se celebran con toda formalidad en los hipódromos, interesa, más que el espectáculo en sí mismo, las apuestas que en tono suyo se realizan.El director ejecutivo de Human Society International México, Antón Aguilar asienta (“El País, XI-24-16) que “Los organizadores (de peleas de animales) suelen matar brutalmente a los que pierden”, si es que quedan vivos, y los “ganadores” muchas veces mueren a causa de las hemorragias o infecciones que sufren en las peleas. Subraya, a demás, que esos eventos afectan emocionalmente y dañan sus estados mentales, “ya que ningún animal es agresivo por naturaleza”.-III-Porque esos espectáculos suelen ser clandestinos; porque mucha gente se involucra permanentemente en ellos (criadores y comercializadores de especies, promotores, vendedores de boletos y aficionados a las apuestas); porque es frecuente que detrás de ellos haya ramificaciones de las mafias del crimen organizado, y porque se trata de costumbres muy arraigadas en ciertos estamentos sociales, sería ingenuo suponer que la resolución del Senado, de declararlos ilegales, vaya a servir para erradicarlos.De hecho, a partir de la máxima de “Hecha la ley, hecha la trampa”, es previsible que la medida sólo sirva para aguzar el ingenio de más de cuatro… y para mantener viva una industria más de las que viven –y aun prosperan— al amparo de la corrupción.