Los ciudadanos que alguna vez desempeñaron el cargo de Presidente de la República, inspiran sentimientos encontrados. Por una parte, la malquerencia —o, de plano, el desprecio— de quienes los culpan cuantas desgracias y calamidades su país (y sus habitantes) tuvo que soportar durante su mandato; la más grave, vía de regla, que no se cumplieron al pie de la letra todas las promesas de felicidad, bienestar, prosperidad, seguridad, salud y demás, repartidas generosamente durante las campañas electorales. Por la otra, una secreta admiración; la callada certeza de que esos hombres, por el alto puesto que alcanzaron en la sociedad, se caracterizan por su experiencia, su sabiduría… y, sobre todo, por su prudencia y discernimiento.*Claro indicio de tales virtudes, la discreción que suele caracterizar a esos ciudadanos; la humildad con que asumen su abrupta transición vital: del puesto más encumbrado, al anonimato casi total… Por supuesto, ha habido excepciones. Entre las más notables de los últimos tiempos, en México, José López Portillo y Vicente Fox; el primero, por sus ocasionales apariciones un tanto cuanto escandalosas; el segundo, por el afán de hacerla de oráculo (personas a las que en la antigüedad se consultaba para que, apoyadas en su sapiencia, interpretaran los designios —inescrutables para el común de los mortales— de los dioses).Fox, en esa tesitura —según él…— se pronunció la semana pasada, porque los gobernantes, en México, “se arreglaran” con los cárteles de las drogas, “para que dejen de matarse entre ellos, y de matar a los jóvenes mexicanos”…*El Presidente que pasó a la historia por el carisma que, como candidato, le permitió “sacar al PRI de Los Pinos”, pero que una vez ahí se dedicó a inspirar un rosario de chascarrillos y decepciones a los ciudadanos que le dieron el voto con que hizo efectiva la bravata, no tuvo que ir demasiado lejos por la respuesta… Estas fueron algunas de las reacciones que generó: “Por razones éticas, jurídicas y de seguridad, no se debe ni se puede negociar con delincuentes” (Renato Sales Heredia, comisionado nacional de seguridad); “Llegar a un ‘arreglo’ con los cárteles del narcotráfico implicaría reconocer la incapacidad del Estado mexicano para combatir la delincuencia organizada” (Cuitláhuac Salinas Martínez, ex titular de la Subsecretaría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada); “Con los criminales no se debe negociar la ley, sino aplicárselas; dialogar con ellos significa que el Estado claudica; que está derrotado y fracasado” (Hugo Valdemar Romero, vocero de la Arquidiócesis de México)…Otros calificativos para su propuesta fueron “disparate”, “ocurrencia”… y otros menos amables.Colofón: conocía la tela, por lo visto, quien alguna vez, en otro contexto, le dedicó un sopla-mocos lapidario: “¡Cállese, chachalaca!...”.
