Miércoles, 15 de Octubre 2025

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- Alcaldada

Por: Jaime García Elías

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Son célebres las “alcaldadas” de Don Diego Romero, al inscribirse en la historia como “El Alcalde de Lagos” por antonomasia. A la curiosidad, diligencia y buena pluma del escritor Alfonso de Alba se debe la relación de posibles sucedidos —gemas del humorismo involuntario, montadas a caballo entre la picaresca y la historia— que tuvieron como protagonista a ese peculiar personaje. Verbigracia, los “bandos municipales” en que se decretaba que “El que tenga puercos, que los amarre; y el que no, que no...”, o el que disponía que “Este puente se hizo en Lagos y se pasa por arriba”, como advertencia para los díscolos vecinos que, con tal de no pagar el peaje, vadeaban el río saltando entre las piedras.

-II-

Aunque aquellas “alcaldadas” ya son proverbiales, el estilo personal de gobernar que se caracteriza por tomar resoluciones “a la trompa talega” y a la soberana “Ley de las Pistolas” de ciertos alcaldes con complejo de reyecitos o de caciques, no era privativo de tan eximio laguense...

Véase, si no, el caso del presidente municipal de Tonalá, Jorge Arana, al promover la iniciativa y conseguir el consenso del cuerpo edilicio que encabeza, para “desbautizar” la calle que llevaba el nombre de Agustín Melgar y encimarle el nombre de Benjamín Arana Suárez.

Los méritos de este distinguido tonalteca están fuera de toda discusión. El mayor de ellos —hasta donde se tiene conocimiento—, el de haber sido padre del hoy alcalde. (“¡Qué mayor gloria...!”, exclamaría Cyrano de Bergerac).

 -III-

 Lo discutible de la novedosa “alcaldada” —por la que no deberán pagarse derechos de autor, dicho sea de paso— es, primero, la dudosa pertinencia de retirar el nombre a una calle que tenía plena aceptación social y que se había dedicado, desde que se estableció la nomenclatura original de la colonia, a uno de los cadetes que defendieron con la vida el Castillo de Chapultepec en 1847, en un barrio en que otras calles aledañas están dedicadas a sus compañeros de gesta; y segundo, la igualmente dudosa pertinencia de obligar a los vecinos que ya residen en esa calle a tomarse molestias e invertir tiempo y dinero para hacer trámites al efecto de hacer oficial un cambio de domicilio que no solicitaron... sólo por seguirle la corriente al capricho de un alcalde al que, por otra parte, debe reconocerse su calidad de “buen hijo” (dicho en la más sana, limpia e ingenua de las acepciones).

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