Domingo, 28 de Abril 2024

¿Los conociste? Lugares de Guadalajara que ya no existen

Memoria de aquellos lugares que alguna vez estuvieron presentes en las calles de Guadalajara, que formaron parte de sus barrios, y que desaparecieron en el transcurso del tiempo 

Fausto Salcedo

Panorámica de Guadalajara tomada desde el Barrio de Mexicaltzingo. Guadalajara, Jalisco. 1860. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Guadalajara, como todas las ciudades en el mundo, es una metrópoli que se transforma a diario. Eclosiona con sus habitantes, perece junto con sus individuos, marca el tránsito de vida de todos los que en ella nacieron, y a la par de acompañarlos, cambia en sí misma junto con las horas de los días, más allá de la memoria del tiempo y del viento.

Es una ciudad que prevalece, que deja de existir, que dejó de ser la misma que era ayer, y que no volverá a ser mañana como se muestra hoy, porque solo existe en el instante. 

Las calles que caminamos, los barrios en los que crecimos, las cúpulas de los templos que se perfilan contra el cielo como los dedos de un gigante muerto, y todo aquello que encontramos cotidiano, no puede ser más distinto a lo que alguna vez se erigió en las tardes del pasado. San Juan de Dios, el Centro Histórico, la Catedral, no son los mismos monumentos que deslumbraron a los tapatíos de otras épocas. Aquellos edificios que en algún momento se creyó durarían para siempre, no tienen otro vestigio más que los recuerdos.

Antes, la Catedral tenía un atrio. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Guadalajara no es la misma: la de Guadalajara de ayer, la Guadalajara que en algún momento se nombró la auténtica, solo existe en fotos, recortes de periódico, y archivos apolillados que se idealizan en el remanso de los recuerdos. Y junto con esa Guadalajara que ya no existe, se fueron lugares, monumentos, espacios donde los tapatíos de otrora disfrutaron; capillas, templos, lagos, cauces de ríos. 

Aquí un pequeño espacio para rescatar aquellos lugares que existieron alguna vez en Guadalajara, y que se perdieron en el transcurso del tiempo. 

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Río San Juan de Dios

El río San Juan de Dios era un sitio de identidad para los barrios originarios de Guadalajara. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Muchos años antes de que Guadalajara estuviese dividida por la Calzada Independencia, la frontera natural entre las dos ciudades, la aristocrática y la indígena, estaba trazada por los cauces mansos del río San Juan de Dios. A lo largo de su lecho, existían diversos puentes de piedra. Cuando Guadalajara fue creciendo, el río servía como desagüe natural, lo que fue deteriorando su naturaleza, y a la par de la modernización, se decidió entubarlo hasta las entrañas y ponerle encima cauces de concreto. Hoy la Calzada Independencia y el trayecto del macrobús lo sustituyen. 

El río persiste todavía como un símbolo de la identidad perdida, y como testigo incuestionable de las dos Guadalajaras, la de "este lado de la Calzada", y "más allá de la Calzada". 

 

Puente de Santa Maria de Gracia sobre el rio de San Juan de Dios en Guadalajara, Jalisco. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

 

Aspecto de un puente en el Rio San Juan de Dios, un organillero y un policia que trae un cerdo amarrado. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
El antiguo río San Juan de Dios. Pueden apreciarse las torres de la Catedral en la distancia. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
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Las manzanas aledañas al Hospicio Cabañas

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Hoy la Plaza Tapatía es uno de los lugares que se asocian de inmediato a la imagen del Centro Histórico, con su largo paseo de fuentes y árboles que corre desde el Teatro Degollado, hasta el horizonte del Museo Cabañas. Antes de que esto se edificara, en las inmediaciones del Hospicio había manzanas de asentamientos habitacionales, cantinas, e incluso salas de cine que fueron demolidas poco a poco con el fluir de los años. 

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Antiguo aspecto de la calle Morelos. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
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El Panteón de Los Ángeles

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Construido en 1833, su existencia parece casi mítica, pues hoy en día no quedan sino fotografías para atestiguar que alguna vez estuvo presente en Guadalajara. Su inmensidad, sus paredes largas y carcomidas, y sus hierbas solitarias, suscitaban leyendas y relatos de espanto en los tapatíos de la época. El Panteón de Los Ángeles fue demolido en las primeras décadas del siglo XX para dar lugar al Estadio de Beisbol; este a su vez, fue derrumbado para la edificación de la Central de Autobuses. 

Hoy, en la zona de Los Ángeles y 5 de Febrero, no queda nada que dé testigo que alguna vez ahí, en esa misma zona, existió un panteón. 

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Estadio de Beisbol y Baños Municipales

El Estadio de Beisbol. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Sobre los escombros del antiguo Panteón de Los Ángeles, se construyó el Estadio de Beisbol de Guadalajara, que fue uno de los primeros que hubo en el país. En su momento modernizó la ciudad, y su cercanía con el Agua Azul creó un sitio de recreo para los tapatíos de entonces. Los manantiales cercanos fueron utilizados para crear balnearios municipales, que quedaban justo enfrente del Estadio. 

Fue demolido a principios de 1950 para construir la Central de Autobuses, la cual, hoy en día, se encuentra también sobre el precipicio del olvido. 

Panorámica del Estadio de Beisbol en el fondo; al centro el balneario municipal con sus albercas públicas, y a la derecha inferior de la imagen el Agua Azul. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
Baños municipales de Guadalajara. Al fondo se aprecia la fachada del Estadio de Beisbol. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
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El Agua Azul

Antiguo aspecto del Agua Azul. En el fondo puede apreciarse el Estadio de Beisbol. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

El Agua Azul que hoy tenemos no se compara a lo que fue en el pasado. Mucho antes de la avenida González Gallo, muchos años antes del mariposario donde no vuelan más que plagas, sus jaulas de animales tristes y de sus charcos pequeños de aguas estancadas, el Agua Azul eran praderas invadidas de árboles y manantiales de agua fresca, que a su vez alimentaban el Río San Juan de Dios, y los veneros de Mexicaltzingo. 

Era un remanso de paz para los tapatíos, un sitio donde anidaban las aves y surcaban los patos, y donde las parejas del domingo rentaban barcas para remar a través de sus aguas mansas. El Agua Azul fue desecada poco a poco, para desaparecer sin remedio a mediados del siglo cuando González Gallo construyó la avenida que lleva su nombre, y secó los manantiales con cemento y concreto hidráulico. Hoy el Agua Azul es un parque de silencios, donde en el aire se respira la soledad. 

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Plaza de Toros Progreso

La Plaza de Toros se encontraba donde hoy está la Plaza Tapatía. Al fondo de la imagen se puede apreciar la Catedral. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

La construcción de la Plaza Tapatía no sólo implicó que se destruyeran manzanas enteras y se reestructuraran decenas de calles; también se llevó consigo la popular Plaza de Toros Progreso, la cual se encontraba justo en frente del Hospicio Cabañas, y era uno de los sitios preferidos de los tapatíos en sus tardes de fin de semana. Además de ser un sitio de corridas de toros y sus sangrías innecesarias, en la Plaza también tenían lugar actos circenses, pequeños conciertos, y era escenario recurrente de lucha libre. 

 Fue construida entre 1865 y 1866, y demolida en 1979 para dar lugar al paseo de la Plaza Tapatía. 

 

Interior de la Plaza de Toros; al fondo, la cúpula del Hospicio. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
La Plaza de Toros, a un costado del Hospicio Cabañas. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
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Penitenciaría de Escobedo

Fachada de la Penitenciaría de Escobedo, donde hoy se encuentra el "Parque Rojo". EL INFORMADOR/ ARCHIVO

El "Parque Rojo" -o Parque Revolución-, es uno de los lugares por excelencia de Guadalajara; un sitio de reunión, de cultura y disidencia y de encuentro que está incrustado en lo cotidiano de la ciudad. Donde hoy hay árboles, la entrada al Tren Ligero, bazares y puestos callejeros, hace 90 años hubo una penitenciaría. 

La Penitenciaría de Escobedo fue edificada a mediados del siglo XIX, y tomó su nombre por el ex gobernador de Jalisco, Antonio Escobedo. La Penitenciaría comprendía ocho manzanas entre Enrique Díaz de León, Puebla, López Cotilla y Pedro Moreno, y fue demolida en 1933 para dar paso a la Avenida Juárez. 

Los jardines frontales de la Penitenciaría se convertirían en lo que hoy los tapatíos conocemos como el Parque Rojo. 

Casas y viviendas, aspectos de casas en la Colonia Reforma, una vista de la avenida Vallarta desde la calle Progreso hacia la Penitenciaria de Escobedo. Guadalajara, Jalisco. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
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La Casa Cañedo

La Casa Cañedo, a espaldas de la Catedral de Guadalajara, donde hoy está la Plaza de la Liberación. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 

La Plaza de la Liberación es otro de los sitios icónicos del Centro Histórico de Guadalajara, y que le da una de sus imágenes clásicas con la que es conocida en México y en el mundo. El Conjunto arquitectónico de la Cruz de Plazas, que abarca la Plaza de Armas, la Rotonda de los Jaliscienses ilustres y la Plaza de la Liberación, y que vista desde el cielo da la imagen de una cruz latina. Esto fue obra de Ignacio Díaz-Morales, que reformó el Centro Histórico a mediados del siglo XX en esa época en la que los gobernadores movían cielo mar y tierra para modernizar la ciudad. 

Para su construcción, fue necesario demoler varios edificios coloniales que existían alrededor de la Catedral. Justo detrás de esta, donde hoy se abre la explanada inmensa que da al Teatro Degollado, había una manzana en la que existía la Casa Cañedo, uno de los palacios coloniales más antiguos de Guadalajara, pero que cayó en el olvido. En su momento de gloria, llegó a ser una de las construcciones más prestigiosas de la metrópoli. Ante el proyecto de la Cruz de Plazas de Díaz Morales, muchos intelectuales de la época quisieron oponerse a la destrucción de la Casa Cañedo, pero sus intentos fueron infructíferos. 

Se cuenta que André Bretón, el padre del surrealismo, visitó Guadalajara en 1938, y tuvo la oportunidad de visitar la casa ya cedida al olvido, a la que bautizó «El Palacio de la Fatalidad».

Vista aérea de Guadalajara; detrás de la Catedral había dos manzanas; en una de ellas existía la Casa Cañedo. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 
Teatro Degollado; frente a él había una manzana que fue demolida. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
La Plaza de la Liberación en construcción. Al centro de la imagen puede apreciarse una calle, que formaba parte de la manzana demolida. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

 

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La estación de ferrocarriles

La antigua estación de ferrocarriles de Guadalajara. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

A mediados del siglo XIX, el crecimiento de Guadalajara requería una mejora del transporte público, lo que conllevó a la implementación de los primeros tranvías, que entonces eran arrastrados por mulas, y que en primera instancia no hacían más que atravesar la avenida Alcalde, desde la Catedral hasta el viejo bario del Santuario. En un principio, las vías eran de madera.

Poco a poco el sistema comenzó a evolucionar y a llegar a más lugares de la zona metropolitana. El primer ferrocarril llegó a Guadalajara en 1888, y su estación quedó sobre el Centro Histórico, a un costado de la Calzada Independencia, lugar que floreció con lo que entonces eran considerados los hoteles más prestigiosos de su época. 

Allí permaneció la estación, sin molestar a nadie, hasta que en 1948 González Gallo llevó a cabo sus reformas mesiánicas, y reestructuró la zona metropolitana de la ciudad a como entonces se conocía. La estación se trasladó a un simple monumento conmemorativo que hoy se encuentra sobre 16 de Septiembre y Washington, y donde estaba la estación original se construyó el edificio de El Occidental. 

La estación de ferrocarriles, a un costado de la Calzada. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
Aspecto de Guadalajara con sus primeros tranvías. EL INFORMADOR/ ARCHIVO
Los tranvías comenzaron a llegar a más sitios; aspecto antiguo de lo que hoy conocemos como Plaza Universidad. EL INFORMADOR/ ARCHIVO 


 

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La garita de San Pedro

La garita de San Pedro, hoy Plaza de la Bandera. EL INFORMADOR/ ARCHIVO

Las garitas eran edificaciones antiguas que se utilizaban en las afueras de las ciudades con el propósito de hacer revisión del comercio y las mercancías que provenían del exterior, además de pagar los impuestos correspondientes para quienes accedían a las metrópolis.

En Guadalajara existía la garita de San Pedro, la cual servía como "aduana" para las caravanas que venían de Zapotlanejo y Tlaquepaque. La garita se encontraba en donde hoy es la Plaza de la Bandera, cerca del viejo barrio de Analco, y en las inmediaciones de la estación de la Línea 3 del Tren Ligero. Por esa garita Miguel Hidalgo entró a Guadalajara a finales de 1810 junto con sus huestes insurgentes, para abolir la esclavitud unos días después.

La garita fue demolida poco a poco por diversos gobernadores en el transcurso del siglo XX, y en vano fueron los intentos de quienes quisieron preservarla por su relevancia histórica. Hoy solo queda uno de sus pilares derruidos, oculto entre los árboles y las paradas de camión. 

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