Sábado, 11 de Octubre 2025
Entretenimiento | La triste realidad de muchos que se dicen cristianos y que afirman creer en Cristo

Jesús es el Reino

Cuando se tienen ojos solamente para lo superficial, lo pasajero, lo placentero y lucrativo; cuando se es esclavo del egoísmo, de la envidia, de la soberbia, de la lujuria, de la gula, de la avaricia, las ansias de poder y, por tanto, solamente se busca satisfacer todo esto

Por: EL INFORMADOR

    La triste realidad de muchos que se dicen cristianos y que afirman creer en Cristo; que fueron bautizados algún día, y ni siquiera lo recuerdan, mucho menos saben ni comprenden el significado, la trascendencia y el compromiso de serlo, es que dicen tener fe en alguien que ni siquiera conocen quién es, de dónde y a qué vino, qué hizo, qué dijo, cómo vivió, cómo murió y resucitó, qué hizo para que su obra continuara, etc., y al que, sin embargo, lo llenan de calificativos de labios para afuera, permaneciendo su corazón muy lejos de el.
    Y como paradoja, todos ellos, sin excepción, lo podemos afirmar, no son felices, ya que estamos convencidos, por la fe y por la experiencia propia, de que “sólo Dios hace al hombre feliz”, como lo expresa la misma Palabra de Dios. Sin embargo, se empeñan en buscar esa felicidad en otros caminos: falsos “dioses”, “ídolos”, “maestros” y falsas doctrinas; o bien, en las cosas materiales, en el placer, en la búsqueda y el afán del poder y de la fama, etc., habiendo quienes no se tocan el corazón y pasan por sobre personas, leyes, instituciones, y llegan a extremos verdaderamente terribles e inhumanos, que afectan al bien común, a la paz y progreso sociales.
    Una muestra de ello es lo que actualmente vive nuestro país con la ola de asesinatos de gente de todo tipo, muchos de ellos ajenos e inocentes de los delitos cometidos; y pareciera que, en lugar de que ante las acciones gubernamentales y la concientización de la ciudadanía, disminuyera, se incrementa exponencialmente, poniendo en peligro la estabilidad nacional
    Sin duda, víctimas del Enemigo, el diablo, “que ronda como león rugiente, buscando a quien devorar”(1Pe 5, 8), viven envueltos, enajenados, “endiosados” y encerrados en sí mismos y con un tremendo vacío, y por lo mismo no pueden ver ni descubrir a Jesucristo, quien se encuentra en todas partes: en la Eucaristía; en el hermano y la hermana; en la Sagrada Escritura; en las obras de la creación; en los acontecimientos; en los más necesitados... Pero sobre todo, se encuentra en el fondo del corazón de esas personas, gracias al Espíritu Santo que vive en su interior, precisamente desde que recibieron el Bautismo, y por su desorientación han sofocado su acción, sus manifestaciones a favor y en beneficio de ellos mismos y de los suyos.
    Cuando se tienen ojos solamente para lo superficial, lo pasajero, lo placentero y lucrativo; cuando se es esclavo del egoísmo, de la envidia, de la soberbia, de la lujuria, de la gula, de la avaricia, las ansias de poder y, por tanto, solamente se busca satisfacer todo esto, sin importar los medios, las consecuencias, nunca se podrá descubrir a Jesucristo en su propio ser, ni en donde Él se manifiesta realizando prodigios y maravillas a favor de los sencillos y creyentes.
     Jesús, en el evangelio de hoy, nos ordena que busquemos el Reino de Dios y lo demás se nos dará por añadidura. Ahora bien, sabemos, o deberíamos saber, que ese Reino no es un lugar físico, con fronteras, instituciones de gobierno, etc.; ni un conjunto de bienes que entre más se acumulan, más rico es; ni tampoco en ese Reino se tiene gran poderío, capaz de dominar a cualquier nación o pueblo… El Reino es Jesús mismo, pues “por Él, con Él y en Él, fueron creadas todas las cosas”, y “al final serán sometidas y puestas a los pies de Jesús”.
    De tal manera que, al que debemos buscar con anhelo, ilusión, expectativas, fe, esperanza y amor es a Jesús mismo, y para ello es preciso despertar; abrir bien los ojos, quitando de ellos toda lagaña, basura, venda o hasta la misma viga a la que Él se refirió(Cf. Mt 7, 3), para darse cuenta de que Él, sí Él, es el verdadero Reino de Dios en persona, pues es el Hijo de Dios, perfecto Dios y perfecto hombre, quien, gracias a su perfecta obediencia al Padre, ha recibido el Nombre que está sobre todo nombre (Cf. Fil 2, 9), y, siendo el Sumo y Eterno Sacerdote (Cf. Heb 4, 14), intercede por nosotros ante su mismo Padre.
    Pero, ¡atención! No intentemos hacerlo con nuestras propias fuerzas y capacidades, o recurriendo a las de otros, sino pidiendo con humildad el poder del Espíritu Santo; para ello, contamos con la más poderosa intercesora ante Jesús: María, madre de Él y madre nuestra.
    Después de esto, ¿qué esperamos?

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj(arroba)yahoo.com.mx

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