Entretenimiento | Cincuenta días después --eso significa la palabra griega pentecostés-- “El Espíritu del Señor llenó el orbe de la tierra. ¡Aleluya!” Tres signos sensibles para hacerse presente el Espíritu de Dios, quien por ser espíritu no puede ser abarcado por los sentidos Por: EL INFORMADOR 10 de mayo de 2008 - 11:22 hs Cincuenta días después --eso significa la palabra griega pentecostés--, se manifestó de nuevo la bondad de Dios, como el regalo prometido por el Señor Jesús antes de subir a su Padre: “Os enviaré un Consolador. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hacia toda la verdad, porque no hablará de sí mismo, sino que dirá cuanto habrá oído y les anunciará lo que habrá de venir” (Juan 16, 13). Fieles los discípulos al mandato del Señor, no se dispersaron todavía. Estaban juntos, oraban juntos, esperaban juntos y juntos recibieron al visitante prometido. Es el evangelista San Lucas a quien le fue confiada la gracia de transmitir, en su libro Hechos de los Apóstoles, capítulo 2, 1--11, ese momento glorioso: “Un gran ruido... un viento fuerte... unas lenguas de fuego sobre las cabezas de los apóstoles” Tres signos sensibles para hacerse presente el Espíritu de Dios, quien por ser espíritu no puede ser abarcado por los sentidos. Un gran ruido: Tal vez un cortejo de espíritus celestiales haga resonancia al anuncio de honor. Luego el viento fuerte, para sacudir, para vivificar al mundo. Un viento nuevo, como el viento de la primavera, que no mata, sino que trae ondas de vida: la vida del Espíritu, la vida de santidad. Es el viento que ha soplado en los grandes días, trascendentes, en la historia de la Iglesia, y son incontables las historias relativas al impulso que ha dado a cada uno en ciertos momentos. Fue el viento que impulsó a los obispos en el Concilio Vaticano II (1962-1965), e impulsó a los obispos iberoamericanos en Aparecida, Brasil (mayo de 2007). “Arde sin quemar y alumbra sin consumirse” Lenguas de fuego fueron apenas un instante, mas para siempre ha quedado ese fuego, que es la virtud cristiana llamada fortaleza, y es la inspiración --luz sobre toda luz-- para entender, gustar y comunicar con eficacia el mensaje de Dios a todos los hombres, de todos los vientos. La presencia del Papa Benedicto XVI en los distintos escenarios, entre diversos auditorios, fue luz del Espíritu Santo en un país ensangrentado por la guerra de Irak y encandilado por las riquezas y esas enfermedades contemporáneas como son el materialismo --apego a las cosas--, el consumismo --afán de adquirir compulsivamente, a veces sin saber por qué-- y el hedonismo --cierta enfermedad ya no teórica, sino práctica, según el lema de Epicuro: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”--. Es la locura de las diversiones, de vanidades, de placeres, con un voluntario olvido del sentido de la vida; y un dejarse arrastrar por el torrente de ese estilo de verlo todo así, sin hacer un alto para dar tiempo a la reflexión y a la toma exacta de diversión, en este paso fugaz que es la vida en el tiempo. Sopló suave y fuerte el viento del Espíritu Santo desde los Estados Unidos de América, mas la fuerza de ese viento fue, es, ha de ser, para todos en un solo cuerpo. “Unidad y pluralismo” Sopló y sigue soplando ese divino soplo, y sus efectos siempre van en el ámbito de la fe y el ser íntimo, espiritual, de todos y cada uno a donde llega su acción santificadora. Su presencia es, por sí misma, unificadora. El Espíritu Santo es vínculo con el Padre y el Hijo. Es la vida que estrecha los lazos, los miembros todos en un solo cuerpo. San Pablo, en su primera carta a los cristianos de Corinto, se anticipa en momentos críticos en éstos, en que se daban preocupantes señales de división entre ellos.Dedica todo un capítulo a llamarlos a la unidad, con una figura literaria muy bella y elocuente que ha persistido a lo largo de los siglos: Cristo es la cabeza del Reino, de la Iglesia, y todos los bautizados forman el cuerpo místico; a cada uno de los miembros le corresponde un lugar y una acción. Sin embargo, “hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el mismo Señor. Hay diversidad de operaciones, pero el mismo Dios que todo lo obra en todos... a cada uno se le ha dado la manifestación del Espíritu para la utilidad de todos”. (Corintios 12, 4-ss). Especifica después: el don de la sabiduría a unos, a otros de ciencia; la primera agudiza la capacidad, la segunda, la abundancia; a unos la fe, a otros dones de curación, a otros más poderes milagrosos; unos reciben el don de profecía, otros el de discernimiento de espíritu; otros el don de lenguas, a otros el de interpretación, mas “todo esto lo obra el único y mismo Espíritu, que distribuye a cada uno en particular según quiere” (Juan 12, 11). Mas el lenguaje de la caridad es universal Mas, sea el que sea el don recibido que viene a convertirse en el propio carisma, nada ha tenido ni tendrá valor, si no es en el amor, que viene de Dios, quien lo aspire, lo aliente y lo lleve a término. En el breve paso de Santa Teresa del Niño Jesús --mejor conocida por el diminutivo Santa Teresita--, ella cuenta que llevaba tiempo en la inquieta búsqueda de su personal carisma. Lo encontró en el siguiente capítulo de la misma Carta a los Corintios: “Aspiren, sin embargo, a los dones mayores”, y les señala la cumbre, vivir el amor todo, para todo y para con todos. La virtud más grata a los ojos de Dios es la caridad. Es un don del Espíritu Santo que ha de ser recibido, cultivado, engrandecido y practicado, con la certeza de que se manifestará en adelante inseparable del cristiano, porque la fe y la esperanza son para cuando se va en el tiempo, y la caridad va más allá, hasta la eternidad. “Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz” Quizá alguien no sepa cómo hacer una oración sencilla, sincera; tal vez no le vengan las palabras adecuadas para expresar su deseo. Vayan, por tanto, aquí unas breves fórmulas: “Espíritu Santo, enriquece nuestras almas con la abundancia de tus siete dones: “Haz que con el don de la sabiduría sepamos apreciar en tal grado los regalos divinos, que con gozo --ante el acoso constante de los bienes materiales-- sepamos jerarquizar y dar primicia a lo espiritual. “Con el don del entendimiento sepamos discernir lo que verdaderamente tiene valor en este espacio temporal llamado vida. “Necesitamos el don de consejo, para nosotros mismos y para saber conducir a otros con la verdad y el bien. “Con el don de ciencia que esperamos recibir, Espíritu Santo, aprenderemos a discernir entre el bien el mal en este siglo, pues corremos el riesgo de caer en confusión porque abundan palabras y luces que apartan de la verdadera luz. Nunca como ahora, el maestro del engaño y de la mentira había tenido la astucia de presentar el mal con tan atractivas vestiduras. “Danos el don de piedad, porque nada sabe la vida sin el aliento del amor. Danos ser compasivos, ser comprensivos, ser misericordiosos. Que ante el pobre, ante el injustamente oprimido, ante aquellos a quienes se les cierran las puertas, sepamos abrir la de nuestro corazón. “Y el último de tus dones, el don del Temor de Dios, para que si el amor no nos mueve a caminar siempre por el sendero del bien, el temor a la justicia divina nos aparte de la ceguera de los vicios y las pasiones desordenadas”. Pbro. José R. Ramírez Temas Religión Fe. Lee También La Iglesia Católica recuerda el legado del Papa Francisco Cierran féretro del Papa Francisco: será sepultado con sus zapatos usados Hacen largas filas para despedir al Papa Francisco REVELAN fotografía de la tumba del Papa Francisco Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones