Entretenimiento | Nadie recuerda la última palabra del maestro, quien pervive en nuestro pensamiento porque nos hizo comprender que la magia existe CUENTO CORTO: Era dorada, de luchador “Nadie recuerda la última palabra del maestro, quien pervive en nuestro pensamiento porque nos hizo comprender que la magia existe”. Por: EL INFORMADOR 23 de mayo de 2008 - 17:02 hs Por: Guadalupe Ángeles Sonaban las campanas de la iglesia anunciando las ocho en punto cuando salí de mi habitación. El viento de la mañana era frío cuando entré en el mismo café donde bebía mi primera taza siempre. Era un lugar muy pequeño de puertas de cristal, quienes acudían allí, por lo general salían muy pronto con un vaso de cartón y se iban a lo suyo. Sentado a mi mesa, distraído, pensando en los pendientes por resolver ese día, no noté la presencia de una mujer muy vieja que había tomado asiento a mi lado, reaccioné porque en mi brazo izquierdo percibí una sensación leve: me tocaba con los pétalos de una rosa roja de largo tallo, y mientras hablaba no dejó ni un instante de acariciar mi brazo con la flor: “Conocimos al maestro un día lleno de luz, fue en una construcción antigua, ocupada por monjes en el siglo XVIII, sus paredes de piedra ofrecían refugio a jardines habitados por árboles de caprichosas formas y flores delicadas; había en él salones de música y danza, artes diversas; a uno de ellos llegó el maestro, con sólo verlo, entendimos que la vida podía ser algo más, algo diferente a la sucesión de imágenes anodinas a las que nos tenía acostumbrados lo cotidiano. Vestía un traje negro de etiqueta, elegantísimo, y llevaba el rostro cubierto por una máscara dorada. Quienes allí lo esperábamos conocíamos su nombre, él lo dijo al entregarnos a cada uno una rosa roja; nosotros, como sus alumnos, recibimos su gesto inesperado entre asombrados y divertidos. Fue luego a sentarse en la mesa donde ya antes nos habíamos presentado, asumiendo nuestro papel de condiscípulos, compartiendo expectativas y rasgos comunes. Sentado en su lugar en esa larga mesa de madera oscura, el maestro presidió la sesión. Fuimos leyendo, uno a uno, cuentos, poemas, fragmentos de novela, todas esas páginas con las que íbamos dando cuerpo a lo que llamábamos: nuestra vocación literaria, la que, a partir de ese día, se transformó en otra cosa. Ahora somos conocidos como ‘La Congregación’ y portamos siempre en la mano izquierda una rosa roja de largo tallo. Fue posible olvidar lo que antes fuimos porque ese día se operó un milagro, pero la lentitud de las palabras, su velocidad, siempre obliga a no desplazarse en el tiempo y el espacio de manera correcta, mejor sería que lo llevara a Usted a recoger junto con nosotros aquella tarde, los cientos y cientos de pétalos... pero... En punto de las cinco de la tarde el maestro se puso de pie, luego de habernos abierto el universo con los nombres e historias que moraban en libros sagrados, nosotros escribimos obedientes cada uno de esos títulos, que a partir de entonces fueron invitados cada noche a compartir, entre las sábanas, los minutos precedentes a los sueños y ese minuto, al amanecer, cuando la conciencia aún no penetra en la realidad. Fue así que la lectura, antes sólo hábito, se convirtió en verdadero culto. Hicimos un círculo a su alrededor y en ese instante, cuando el sonido de una campana señaló la hora que vivíamos, desde lo alto de una ventana se coló un casi líquido rayo de luz y fue a posarse sobre su cabeza, fue entonces que empezaron a brotar botones de rosas rojas, amarillas, de tonos pálidos, violetas, de los orificios de su máscara, rosas, botones de rosas, rosas abiertas, brotaban interminablemente. Nadie recuerda la última palabra del maestro, quien pervive en nuestro pensamiento porque nos hizo comprender que la magia existe. A los pocos minutos de iniciado el prodigio, cuando se extendía en el espacio que antes ocupara su cuerpo, una gran cantidad de rosas, de entre las cuales tratamos de rescatarlo, sólo pudimos recuperar su máscara dorada, pues ni su elegante traje, ni su cuerpo, volvimos a verlos nunca. Cada año, en la misma fecha en que lo conocimos al tiempo de perderlo para siempre, nos reunimos en ese mismo salón, y bajo la luz que penetra por la ventana, ese casi líquido rayo de luz, recordamos su nombre y leemos los poemas que a partir de entonces hemos escrito”. Terminado su relato, la mujer dejó sobre mi mesa la rosa roja y salió del café en silencio, pero apenas atravesó la puerta de cristal, se desmoronó transfigurada en una cascada de rosas pálidas, rojas, amarillas... Temas Tapatío Lee También Donde duele, florece: el universo de Frida Kahlo Sobre el pensamiento femenino de las comunidades nahuas del sur de Jalisco Isaac Hernández, del patio de su casa al “Olimpo” del ballet Valses, polkas y Mozart: la elegancia de Viena llega al Degollado Recibe las últimas noticias en tu e-mail Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones