Domingo, 05 de Mayo 2024
Cultura | Por: Enrique Navarro

Visiones de Atemajac

Juan Soriano (V)

Por: EL INFORMADOR

La década de los cuarenta del pasado siglo constituyó para Juan Soriano una etapa de consolidación de la vocación artística y de reforzamiento de las relaciones sociales. Todavía con altibajos, cual su condición de adolescente tardío, pero ciertamente dando pasos mucho más firmes, vemos a un joven dinámico, productivo, perfilando un estilo pictórico personal y creando -a pesar de su relativa modestia y timidez- una sólida red de amigos, promotores y clientes influyentes. 

Para algunos pintores y estudiosos, esta etapa pictórica de Soriano, ciertamente ligada a la estética visual que postulaba la Escuela Mexicana de Pintura, es la más interesante y aportativa de su trayectoria. Volveremos sobre esta discusión más adelante.

Baste por el momento comentar que, ciertamente, una importante dosis de potencia expresiva y un evidente anclaje en sustratos misteriosos del México profundo, podemos disfrutar en estos cuadros de los cuarenta. Cabe remarcar que todo esto no sería posible sin el concurso de tres factores indispensables: la visión personal, la honestidad y el talento del artista.

Vemos desde niñas “aurorales” provocando inquietantes sensaciones de inocencia perversa, hasta escenas de bañistas y ángeles preñadas de simbolismos ancestrales, pasando por su franco coqueteo con la pintura surrealista y metafísica. Muchas de las figuras femeninas representadas por Soriano, además, tienen un aura de sensualidad trágica, por lo cual nos remiten al cine mexicano de la época de oro, pródigo en mujeres fatales. Hay una diferencia, claro está: este último se desplegaba en blanco y negro, aquellas en colores vibrantes.

Todo ello lo analizaremos llegado el momento. Digamos, en un balance provisional, que tanto los extraordinarios retratos y naturalezas muertas, como las escenas bucólicas y marinas, mitad realistas, mitad fantásticos, están filtrados, sí, por la mano diestra y la sinceridad del pintor, pero, yendo un poco más allá, están procesados por las originales interpretaciones que de la realidad hace gala nuestro autor, pero, ojo, a partir de las intransferibles visiones que emergen de su mundo interior. Es un círculo: Juan consciente de su yo; Juan estimulado por los signos externos; Juan  generando sus visiones pero enlazando ambas esferas.
Soriano insiste en que esta etapa está relacionada con el expresionismo.

Esto es inexacto. Una cosa es reconocer cierta crispación o agresiva rigidez en las formas y tratamiento de sus temas y otra, muy distinta, estar adherido al espíritu del expresionismo. Esta última corriente buscaba cimbrar las conciencias de los espectadores a partir del cuestionamiento de anquilosadas estructuras políticas, religiosas  y socioculturales. Un arte revolucionado, por supuesto, funge como poderoso vehículo de transmisión. Tales cargas idiosincrásicas, sin embargo, le eran muy ajenas a Soriano.

Él siempre pugnó por un arte despojado de anécdotas y mensajes. Empero, donde quizá sí había concordancia entre los afanes del expresionismo y la iconografía soriana era en el momento en que ambos “sujetos” colocaban su huella en el “objeto”, esto es: la proyección de la idea o emoción del artista sobre la representación pictórica. En este caso, la proyección es psicologista o intimista, propios, ahora sí, de los intereses de Soriano.  

navatorr@hotmail.com

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