Jueves, 25 de Abril 2024
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"Un padre de familia plantó una viña..."

En donde habita en plenitud Cristo, el fruto de la fe no puede ser aderezado con chispas de maltrato y rencor

Por: El Informador

El amor no necesita condimentos, necesita de acciones y de viñadores responsables que entreguen los frutos a tiempo.

El amor no necesita condimentos, necesita de acciones y de viñadores responsables que entreguen los frutos a tiempo.

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Isaías 5, 1-7:

“¿Qué más puedo hacer por mi viña, que yo no lo hiciera? ¿Por qué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias?”

SEGUNDA LECTURA
San Pablo a los filipenses 4, 6-9:

“No se inquieten por nada; más bien presenten en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”.

EVANGELIO
San Mateo 21, 33-43:

“Arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.

En este domingo vigésimo séptimo ordinario del año, la liturgia de la misa dominical presenta una parábola que el Señor Jesús dijo en la última semana de su vida pública, después de su entrada triunfal el Domingo de Ramos y ya en vísperas del tremendo drama del Calvario.

El lugar donde el Señor expuso esta parábola es solemne, dentro del templo de Jerusalén, y entre los oyentes se encuentran —no con deseos de aceptar, sino de atacar—, los sacerdotes de la antigua ley, los escribas y algunos de la secta de los fariseos. Para ellos singularmente va el mensaje.

Ésta es una amarga síntesis de la historia del pueblo de Israel, el pueblo escogido y colmado de bendiciones, privilegios y gracias, y de la malicia, la perversidad, de los ingratos que no quisieron responder.

El Señor compara el Reino de los cielos a una viña en magníficas condiciones: “La rodeó con una cerca, cavó un lagar —donde se habría de convertir el mosto, el jugo de la uva, en la materia para la fermentación del vino— y construyó una torre para el vigilante."

El tema era muy conocido allí, como en todos los pueblos del Mediterráneo, en donde el cultivo de la vid es parte importante entre las actividades más comunes. Tal vez en esos días ya estaban visibles las vides en sazón. Lo grave fue la aplicación de la figura a la situación del pueblo de Israel. A su tiempo, el dueño de la vid “envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores. Así lo habían pactado y era justo lo que pedía, pero los viñadores se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro y a otro más lo apedrearon”.

Estos criados o siervos son los profetas enviados por Dios en distintos tiempos y momentos importantes, para enseñar, para corregir, para urgir al pueblo escogido a servir a Dios con fidelidad.

Aunque la palabra profeta tiene diversos sentidos, la Sagrada Escritura les llama así a los hombres escogidos por Dios para recibir una revelación y hacerla saber a los pueblos para su instrucción y edificación.

En la Sagrada Biblia está la palabra escrita de los profetas llamados mayores por la extensión de sus escritos: Isaías, Jeremías —cuya profecía va unida a la de Baruch—, Ezequiel y Daniel; y los profetas menores: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías y Malaquías, todos éstos con escritos más breves.

Muchas veces el pueblo de Israel se entregó a falsos dioses y torció el rumbo de su vida por influencia de los pueblos que lo rodeaban. Esas infidelidades, esas ingratitudes, son el tema de esa parábola.

“Les mandó a su propio hijo Pensando: A mi hijo lo respetarán...

Pero le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron”.

Así, a los dos o tres días de que suceda, les está anunciando que ellos, los que allí le escuchan, el viernes, ante el gobernador Poncio Pilato, pedirán a gritos “¡crucifícale! ¡crucifícale!” y lo sacarán de la ciudad al Calvario, para matar al Hijo de Dios, con muerte cruel y entre dos malhechores.

La culpa de los propios judíos; su infidelidad colectiva a los designios divinos; su presunción racial religiosa —se creían ya salvados sólo por ser judíos— increyente y rebelde; la autojustificación legalista —fariseismo ambiente— y el exclusivismo mesiánico, pues esperaban un Mesías solamente para ellos, inspiró esta parábola, porque en ellos —los ciegos para ver y duros para aceptar— están representados por esos viñadores ingratos y asesinos.

Culmina la parábola con una pérdida para ellos, por su apostasía ante Cristo y su repulsa a la invitación a la fe salvífica: se arrendará el viñedo a otros viñadores que le entreguen a su dueño los frutos a su tiempo.
Y el Reino de Dios lo entregó a un pueblo nuevo, al pueblo de la Nueva Alianza. La viña es la Iglesia, por la que el Salvador derramó su sangre. Y de la Iglesia, sobre los creyentes están el gozo y el deber de producir buenos frutos.

José Rosario Ramírez M.

Historia de un amor ingrato

Había una vez un hombre bueno, que llenó de cuidados y atenciones a su amada, con el firme compromiso de que se supiera amada y cuidada, sólo esperaba que le correspondiera a tan grande amor.

Pareciera el inicio de una novela romántica, pero es la historia de Israel y hoy de la Iglesia. Como bien representa la parábola que nos narra el evangelista Mateo, había un propietario que plantó un viñedo y lo proveyó de todo lo necesario para que diera frutos y lo encargó a unos trabajadores, estos en el momento de la cosecha en la entrega de frutos, respondieron con ingratitud, violencia y muerte, ante tanto cuidado y amor, no supieron corresponder.

Esa puede ser nuestra historia, amados y cuidados por Dios con la única finalidad de que entreguemos los frutos a tiempo, que son aquellos que hemos recibido: los del amor. Pero ante la petición obligada de quien tanto nos ha dado, seguimos actuando como aquellos viñadores, maltratamos, golpeamos y asesinamos a nuestro prójimo y en ellos a Cristo, por la simple razón de que a falta de amor que dar, desbordamos odio y con ello muerte.

El fruto de la fe no es otro que el amor, el fruto de nuestro seguimiento a Cristo no puede estar ajeno al buen trato para con nuestro prójimo. En donde habita en plenitud Cristo, el fruto de la fe no puede ser aderezado con chispas de maltrato y rencor, el amor no necesita condimentos, necesita de acciones y de viñadores responsables que entreguen los frutos a tiempo.

La ausencia de frutos tiene la terrible consecuencia de arrebatarnos el Reino de Dios, no por intransigencia del propietario, sino por falta de aplicación de nuestra parte.

Pero la misma parábola encierra una gran promesa: la viña no será destruida. Mientras abandona a su suerte a los viñadores infieles, el propietario no renuncia a su viña y la confía a otros servidores fieles. Por eso el texto concluye diciendo: “La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular”, con esto nos garantiza que su muerte no es una derrota, y su victoria es nuestra victoria.

Somos ahora los viñadores de su viña, somos los trabajadores a quienes a confiado el Señor dicho trabajo, y con paciente espera desea recibir los frutos, que ya aquí y ahora podemos ir cultivando en el amor a nuestro prójimo, para no ser un ingrato más que no supo dar amor.

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