Viernes, 26 de Abril 2024

Los pies en la tierra, pero la mirada en el cielo

Este domingo VII del tiempo de la Pascua celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor y la 56° jornada de las comunicaciones sociales

Por: Dinámica Pastoral Univa

«Levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo». WIKIPEDIA/«Ascención de Cristo», de Garófalo

«Levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo». WIKIPEDIA/«Ascención de Cristo», de Garófalo

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Hech 1, 1-11.

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.

Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: “No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”.

Los ahí reunidos le preguntaban: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Jesús les contestó: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”.

Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”.

SEGUNDA LECTURA

Heb 9, 24-28; 10, 19-23

Hermanos: Cristo no entró en el santuario de la antigua alianza, construido por mano de hombres y que sólo era figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para estar ahora en la presencia de Dios, intercediendo por nosotros. En la antigua alianza, el sumo sacerdote entraba cada año en el santuario para ofrecer una sangre que no era la suya; pero Cristo no tuvo que ofrecerse una y otra vez a sí mismo en sacrificio, porque en tal caso habría tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. De hecho, él se manifestó una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Y así como está determinado que los hombres mueran una sola vez y que después de la muerte venga el juicio, así también Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado, sino para la salvación de aquellos que lo aguardan, y en él tienen puesta su esperanza. Hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo. Asimismo, en Cristo tenemos un sacerdote incomparable al frente de la casa de Dios. Acerquémonos, pues, con sinceridad de corazón, con una fe total, limpia la conciencia de toda mancha y purificado el cuerpo por el agua saludable. Mantengámonos inconmovibles en la profesión de nuestra esperanza, porque el que nos hizo las promesas es fiel a su palabra.

EVANGELIO

Lc 24, 46-53.

En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.

Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.

“Los pies en la tierra, pero la mirada en el cielo”

Este domingo VII del tiempo de la Pascua, en nuestra Iglesia local celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor, en la que también recordamos la 56° jornada de las comunicaciones sociales. En el marco de ambas celebraciones, podemos resaltar la figura del testigo y la importancia de su testimonio en medio de un mundo tan lleno de mediaciones, en donde la verdad que se promulga esta tan relativizada, que es imposible asirse a la verdadera y única verdad que es Cristo el Señor Resucitado.

Por un lado, el evento de la Ascensión del Señor nos recuerda que hemos sido constituidos testigos que no solo han visto, sino que han experimentado la gracia que viene del resucitado, gracia que debe traducirse en obras y sobre todo en la misma vida de aquellos que, con un corazón abierto, nutren su realidad con la luz que brota de la resurrección de Cristo y que expectante aguarda al Espíritu Santo.

Aunado a esta experiencia de la Ascensión, al celebrar una jornada de comunicación social, nos abre un campo y una posibilidad de ejercer ese testimonio que nos apremia, pues por medio de la comunicación social es que podemos extender el mensaje de salvación que lleva al hombre a tener una vida plena que brota de la redención traída por Cristo. Cada uno de nosotros, los que creemos en Cristo, hemos recibido la encomienda de no encerrar nuestra experiencia con el Resucitado, sino que por el contrario debemos compartirla para así acrecentarla, esta encomienda es urgente en estos tiempos muy particulares de la Iglesia, en los que la inmediatez de los contenidos se vuelven el parámetro de consumo de los jóvenes.

La experiencia que brota de encontrarnos con el Señor, está diseñada para compartirse, y valiéndose de la creatividad de cada tiempo, ser presentada como una verdad perenne, pues Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre; comunicar a Cristo es comunicar vida, verdad, amor, comprensión, pero, sobre todo, es comunicar al mismo Dios, y esto no puede alcanzarse por medios fugaces en lo que la brevedad es el carácter de verdad.

La experiencia de Dios a manera de testimonio es por mucho una experiencia que se prolonga a lo largo del tiempo, pues es una experiencia que fue preparada, que es vivida y que será compartida, una experiencia que no se limita a elementos puramente subjetivos, sino que al ser compartida en el seno de la Iglesia es acogida y discernida, para luego ser iluminada y pasar a iluminar a los que como tú y como yo seguimos en un caminar constante hacia nuestro fin último.

El Señor asciende es verdad, pero nosotros que nos quedamos no podemos permanecer estáticos suponiendo que otros harán la tarea que a nosotros fue encomendada, nos corresponde por tanto seguir con la mirada en el cielo para no perder de vista el destino, pero tener los pies plantados en la tierra para trabajar por la dignificación de cada ser humano, reconociendo que son hijos de Dios y tratando de hacer de este mundo un lugar más justo.

Ser buena noticia noticia

En el llamamiento del rey eternal, meditación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, se nos invita a “ser buena noticia” para los otros y para el mundo. Nos pide calibrar la profundidad de nuestro amor y entrega para colaborar en la construcción del Reino, de un mundo donde todos los seres humanos podamos vivir con plenitud, particularmente quienes han sido arrojados a las periferias de la sociedad. ¿Qué respuesta le quiero dar a Jesús?

Y además surge una segunda pregunta, ¿qué tanto salgo de mi propio interés y me preocupo por los demás y cultivo el bien? San Ignacio nos lleva a valorar cómo es nuestra respuesta a la invitación del Señor Jesús para hacer presente la realidad del Reino: dar pan al hambriento, anunciar la buena nueva, vendar los corazones rotos, liberar a los cautivos, consolar a los que lloran, trabajar por la justicia y por la paz (Is 61,1-3; Mt 5, 3-12).

En la contemplación de la encarnación, que sigue de la anterior, san Ignacio nos invita a ver nuestro mundo, con realismo, pero con una mirada amorosa. Posteriormente, la meditación de las dos banderas nos pone delante de la realidad del corazón humano, jaloneado no solo por la necesidad de tener, de ser y de poder, sino por la tentación de ser más que otros, de poseer todo aun cuando despoje a otros; enfrenta a nuestra voluntad con la invitación a generar espacios vitales, signos de la presencia del Reino, lo que se dará en medio del conflicto, por ello habrá que estar atentos y discernir qué genera vida en mí, en los otros y en la creación… y qué la destruye.

Después, en las meditaciones de “tres binarios” y de los tres grados de humildad, nos hacemos conscientes del nivel de libertad y del grado de amor de nuestro corazón, y reorientamos la voluntad para responder al llamado del Sumo y Eterno Capitán. ¿Cómo es mi amor y cómo se expresa en mi respuesta para ser buena noticia? Cuando respondo al llamado, genero posibilidades de libertad, justicia y paz, también para otros, y me apropio de posibilidades que otros abrieron. Juntos nos hacemos más humanos, buena noticia para otros. El verdadero sentido de la vida es “el ser para los demás”.

Gerardo Valenzuela, SJ - ITESO

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