Miércoles, 24 de Abril 2024
Suplementos | Cuarto Domingo de Adviento

La alegría del Adviento

No basta ofrecerle un espacio y un tiempo al niño Jesús, se requiere también el corazón, la inteligencia y toda la voluntad

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?». WIKIMEDIA/«Visitación», de Mariotto Albertinelli

«¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?». WIKIMEDIA/«Visitación», de Mariotto Albertinelli

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Miq 5, 1-4.

«Esto dice el Señor:
“De ti, Belén de Efrata,
pequeña entre las aldeas de Judá,
de ti saldrá el jefe de Israel,

cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados,
a los días más antiguos.

Por eso, el Señor abandonará a Israel,
mientras no dé a luz la que ha de dar a luz.
Entonces el resto de sus hermanos
se unirá a los hijos de Israel.
Él se levantará para pastorear a su pueblo
con la fuerza y la majestad del Señor, su Dios.
Ellos habitarán tranquilos,
porque la grandeza del que ha de nacer llenará la tierra
y él mismo será la paz’’».

SEGUNDA LECTURA

Hb 10, 5-10.

«Hermanos: Al entrar al mundo, Cristo dijo, conforme al salmo: No quisiste víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado; entonces dije –porque a mí se refiere la Escritura–: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.

Comienza por decir: “No quisiste víctimas ni ofrendas, no te agradaron los holocaustos ni los sacrificios por el pecado –siendo así que eso es lo que pedía la ley–; y luego añade: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”.

Con esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas».

EVANGELIO

Lc 1, 39-45.

«En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”».

La alegría del Adviento

¿Qué o quién viene? La cercanía de la Navidad nos anuncia que quien llegará es un niño. Mientras llega, nos relata Lucas, transitamos entre la incertidumbre y la esperanza. No es para menos. Muchas dudas surgen: ¿Qué mundo le saldrá al encuentro? ¿Hemos generado las condiciones que nos permitan amarlo como quiera que sea? ¿O será, como proclama Juan, que vino a los suyos pero estos no lo recibieron?

Mientras nos interrogamos, también anhelamos que llegue. Porque su presencia sin duda nos renovará; aportará a nuestro mundo, a sus rutinas, a su determinación, e incluso a sus ruinas, un elemento que puede embellecerlo al hacer florecer diversas posibilidades. Para ello no basta ofrecerle un espacio y un tiempo, se requiere también el corazón, la inteligencia y toda la voluntad.

Nuestros tiempos de violencia, de desamparo y de inequidad pueden hundirnos o causarnos heridas. Pero -de nuevo Lucas-, dos mujeres, ambas estigmatizadas por su condición existencial, nos invitan hoy a pasar del desaliento a la esperanza, no con ánimo de revancha ni con afán justiciero, sino con la alegría que da el reconocer la bendición que se hace presente cuando alguien aparece y tiene rostro. Las mujeres y los hijos que vienen exultan. Ellas y ellos llegan a ser y son alegría. Son el bien que Dios nos da.

Es tanta la alegría que llega al extremo de subvertir la realidad del mundo en el que unos dominan a otros. Viene un niño, viene la esperanza; quien no era hoy está aquí, toma su lugar aun si nadie se lo reconoce. Y con él, que adquiere un rostro en la fragilidad de nuestro mundo y en la vulnerabilidad de nuestra condición, viene el bien que irradia como amor.

Estamos en un tiempo propicio para dar paso a la felicidad y contagiar la esperanza de que vendrán tiempos mejores, más allá de las angustias que vienen de un mal que ha sido ya vencido. Jesús, desde la pobreza de su nacimiento, pero desde la consistencia de su rostro de niño, se hace humano y comienza así una trayectoria marcada por el anhelo de hacer el bien. Una trayectoria en la que podemos reconocerlo y seguirlo, un camino en el que estamos invitados a poner el amor tanto en las palabras como en las obras.

Luis Arriaga, SJ - Rector del ITESO

María, nuestro modelo de vida cristiana

Nos encontramos en el cuarto domingo de Adviento. Y partiendo tan solo como una clara referencia en el Evangelio de Mateo la infancia de Jesús se centra en torno a la persona de José, padre putativo de Jesús. Y a través de “José, esposo de María” (Mt 1,16) es como Jesús llega a ser descendiente de David, capaz de cumplir las promesas hechas a David.

En el Evangelio de Lucas que escucharemos hoy en toda la Iglesia sucede al contrario, la infancia de Jesús se centra en torno a la persona de María, “esposa de José” (Lc 1,27). Lucas no habla mucho de María, pero lo que dice es de una gran profundidad e importancia. Presenta a María como modelo de vida de las comunidades cristianas. Como quien ha sabido dejarse encontrar, encaminarse y compartir lo que viene eminentemente de parte de Dios, a Jesús.

Dejarse encontrar por Dios, por su Palabra, que mas allá de la escucha es distinguir la clave de este modo de mirar la Palabra de Jesús con respecto a su madre María: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11,28). En el modo en el que María se comporta con la Palabra de Dios, Lucas ve la actitud más correcta por parte de la comunidad para relacionarse con la Palabra de Dios, y es esa figura que todos podríamos imitar incansablemente, de asumir el proyecto de vida que Dios tiene para cada uno de nosotros, de decir sí a lo que Dios me propone, decir sí a esa propuesta del Cielo en este momento especial de Gracia, de decir sí al perdón, sí a la concordia, sí a la honestidad, sí a construir juntos el proyecto de Dios, cada uno desde su campo de acción.

Encaminarse. Salir al encuentro del otro. Y, fiel a esta tradición bíblica, podemos evocar el último capítulo de la “Lumen Gentium” del Vaticano II que habla de la Iglesia, y representa a María como modelo de la Iglesia. El episodio de la visita de María a Isabel indica otro aspecto típico de Lucas. María no permanece estática, no se guarda para sí semejante noticia divina, y acontecimiento a modo exclusivo. Sale al camino, el encuentro de su prima Isabel para dar continuidad a la gracia que a su vez ella recibió. Y contemplando esta imagen, bien podríamos nosotros reproducir también esta actitud, nada nos impide salir al encuentro del otro con la escucha atenta, el interés por su salud, sus necesidades, encaminarse e interesarse por el otro y anticipa ya un feliz encuentro, que nos enseña a transformar una visita de Dios en servicio a los hermanos.

Compartir. Todas las palabras y actitudes, sobre todo el Cántico de María, forman una gran celebración de alabanza, y al mismo tiempo de un singular modo de compartir. Animémonos a compartir en todas direcciones y a todo volumen esas experiencias buenas, sanas y verdaderamente valiosas. Descubramos que existen desavenencias sí, pero que las cosas buenas son más, cada día que amanecemos, vernos por ventura Divina en los ojos de las personas que amamos y que nos aman, de encontrarnos, es ya un modo tan vivo y actual de encarnar la palabra de Dios, que pidamos hoy la gracia de seguir en esta perspectiva de Navidad, de Buena Nueva y de cristiana motivación.

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones