Domingo, 12 de Mayo 2024
Suplementos | Domingo vigésimo segundo ordinario

Jesús, el Mesías, anuncia su pasión

Jesús tiene claro lo que debe enfrentar en la cruz, su anuncio no es el de una persona que se victimiza sino más bien de alguien que asume, plenamente convencido, lo que tiene que llevar

 

Por: Dinámica pastoral Univa

«El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga». WIKIPEDIA/

«El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga». WIKIPEDIA/"Camino del Calvario", de Andrea de Bartolo.

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Jr. 20, 7-9.

«Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;
fuiste más fuerte que yo y me venciste.
He sido el hazmerreír de todos;
día tras día se burlan de mí.
Desde que comencé a hablar,
he tenido que anunciar a gritos violencia y destrucción.
Por anunciar la palabra del Señor,
me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día.

He llegado a decirme: “Ya no me acordaré del Señor
ni hablaré más en su nombre”.
Pero había en mí como un fuego ardiente,
encerrado en mis huesos;
yo me esforzaba por contenerlo y no podía».

SEGUNDA LECTURA

Rm. 12, 1-2.

«Hermanos: Por la misericordia que Dios les ha manifestado, los exhorto a que se ofrezcan ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto. No se dejen transformar por los criterios de este mundo; sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto».

EVANGELIO

Mt. 16, 21-27.

«En aquel tiempo, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: “No lo permita Dios, Señor; eso no te puede suceder a ti”. Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: “¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”

Luego Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla?

Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras’’».

Jesús, el Mesías, anuncia su pasión

Después de año y medio de seguimiento, a la mitad de la vida pública de Jesús, ya con claridad meridional saben que está allí frente a ellos el esperado por siglos por el pueblo escogido —el pueblo de Israel—, el anunciado por los profetas, el anhelado por los patriarcas deseosos de que de su estirpe, de su descendencia, llegara el Salvador. Llegó del linaje de David, nació en Belén de Judá y es llamado nazareno porque escogió esa villa, Nazaret, para vivir; hombre entre los hombres, oculta su divinidad en el trabajo, en el sencillo devenir del tiempo de aldea, hasta que la hora de Dios señaló llegado el momento de manifestarse ante los hombres. Él es el Mesías. Porque lo proclamó Simón, el Señor le impuso a éste otro nombre: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Terrible y gloriosa la suerte que le espera por ser el Mesías: “Comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén, para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes, de los escribas”... “Que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día” Nunca —en la historia de todos los pueblos de todo el mundo, en todos los tiempos— ha habido algo semejante: Esa revelación clara de que tenía que subir voluntariamente a Jerusalén, para padecer, para morir y luego, la máxima señal de que era el Hijo de Dios. Si voluntariamente entregaba su vida para redimir a todos los hombres, volver luego a tomarla, porque podía hacer lo que sólo Dios puede hacer, porque es Dios. Terrible, porque anunciaba su propia muerte; gloriosa, porque no era la tumba el final, sino la victoria sobre tres terribles enemigos: la muerte, el pecado y el demonio.

Tan alta revelación dejó atónitos y mudos a los 11, mas no a Pedro, quien sintió que otra vez debía hablar. Mas ahora sus palabras no llegaron a su alma por inspiración divina, sino por el sentimiento humano, el miedo, la cobardía, la conveniencia; “y se llevó aparte (a Jesús) y trató de disuadirlo diciéndole: ‘Eso no puede pasarte a Ti’”. Ni Pedro, ni los 11, ni otros admiradores y seguidores de Cristo, entendían la profundidad del misterio. Venía como víctima pacífica, a ofrecerse en voluntario sacrificio sangriento para salvar al género humano. Mal le fue a Pedro en esta desafortunada intervención disuasiva, porque el Señor le dijo; “¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes h acerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!”.

José Rosario Ramírez M.

Hacia un nuevo horizonte

Semáforos y botones de alarma, la prolongación de la cuarentena, un inédito regreso a clases a distancia mediado por la televisión abierta y otras redes de comunicación, muestran el rostro de una “nueva normalidad”. En esta realidad, caracterizada por la incertidumbre y la complejidad, están las familias que no cuentan con condiciones y medios para que sus hijos “aprendan en casa”. Esta sobrecarga impuesta la viven principalmente las madres en contextos marcados por la desigualdad y la injusticia social, y en ambientes vulnerables donde la violencia intrafamiliar y de género aumenta; prueba de ello es el incremento del maltrato y abuso de niñas y niños que se da en el aislamiento que dictan los tiempos pandémicos.

En esta manera tan desigual en que los corazones y las mentes de muchas familias experimentan responsabilidades, entre ellas las educativas, en medio del quebranto y el dolor, la fe y la praxis religiosa ofrendan caminos hacia la construcción de nuevos horizontes, en donde el caminar tiene que ser más radical, pues hay que ir a la raíz: Jesucristo.

La Palabra de la liturgia dominical ofrece pistas para discernir lo que nos pide el Padre, el Dios de la vida que nos revelo Jesús. La Buena Noticia que relata Mateo (16,21-27) es la invitación a pensar al modo de Dios y no al de los seres humanos. Con apertura a la Palabra, Jeremías muestra cómo su corazón se fortalece con la fuerza divina que describe como “un fuego ardiente” (Jer 20,9) que lo anima a denunciar las infidelidades del pueblo y proclamar la voluntad de Dios.  Por su parte, para san Pablo el verdadero culto es el servicio, la entrega a los demás (Rom 12,1-2). 

En la intensificación del ritmo de vida y con la Palabra como referente esencial, aprovechemos los tiempos para discernir las actitudes y ser agentes de cambio y transformación de los signos de muerte en signos de vida. Los valores evangélicos invitan a edificar maneras de actuar para que con esperanza creativa se transfigure la realidad presente en nuevas posibilidades que se logran con fraternidad y solidaridad.

Luis Octavio Lozano, SJ - ITESO

La herencia de la cruz

El evangelio que ofrece la liturgia dominical de este domingo nos permite, una vez más, darnos cuenta cómo los pensamientos de Dios no son los pensamientos del hombre. Jesús tiene claro lo que debe enfrentar en la cruz, su anuncio no es el de una persona que se victimiza sino más bien de alguien que asume, plenamente convencido, lo que tiene que llevar, o como decimos vulgarmente: “Jesús toma al toro por los cuernos”. Ya desde aquí podemos hacer una aplicación del evangelio en nuestra vida. La situación que vivimos es sumamente complicada, pero la invitación es para no victimizarnos, más bien asumamos esta realidad y pensemos que los momentos duros de la vida hay que asumirlos como Jesús y ser sostén de los demás.

Jesús tiene muchos amantes de su Reino, pero muy pocos quieren ayudarle a cargar su cruz. Muchos que anhelan su consuelo, pero pocos que aceptan las dificultades. Todos buscan gozar junto con Él, pero pocos quieren soportar algo por Él. Muchos quieren a Jesús mientras no sucede nada adverso. Muchos lo alaban y bendicen mientras puedan recibir los consuelos que otorga.

Cuando la condición humana no cuenta con Dios (oración, reflexión, sacramentos, etc.), no hay entrega ni servicio, y, la pasión por el Reino de Dios desaparece del horizonte. Todo lo contrario al proyecto de Jesús, que en palabras del papa Francisco, es “instaurar el Reino de Dios”; misión para la cual vino Cristo al mundo. La cultura del “bienestar”, instaurada en nuestra sociedad, se convierte en pseudo-mesías y salvadora por el adormecimiento de costumbres, en las que el dinero, el poder, y la fama son los mejores analgésicos de esta cultura. Es querer ganar el mundo a cualquier precio, incluso a costa de perder la felicidad que da la libertad de trabajar por el Reino de Dios.

La cruz, el martirio incruento de cada día, el peso constante del mal, la falta de cirineos en el mundo son fuerza para el discípulo de Jesús. El servicio humanizante compartido e instaurador del Reino de Dios asumido con el sufrimiento que pueda llevar, sin ser una postura de resignación o falsa mortificación, sino la aceptación de la inseguridad, el rechazo, la mofa, la persecución con la esperanza puesta en Cristo, aligeran grandemente el peso de la cruz.

Como miembro de una sociedad, al igual que Jesús, el cristiano debe estar atento a los lamentos y lágrimas de los que le rodean, y vive para regalar a los demás el gran don de la vida recibida de Dios. Vida que enseña a renunciar a las satisfacciones inmediatas y caprichosas, a repartir el peso de la carga que hace madurar al ser humano dando fruto nuevo que perdura; prepara a los hombres y mujeres de cada momento a un nuevo y definitivo resurgir. Así es el camino hacia Jerusalén, camino en el que Cristo aclara las dos caras de la moneda a sus apóstoles. Es el camino de la Pascua y la Resurrección.

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