La metrópoli siempre olvida sus calles. Poco se desvía la mirada ante las prisas y la urgencia por llegar de un punto a otro. Ahí, suspendidos en el tiempo, habitan los payasos que se ganan la vida entre cruceros: hacen suertes circenses, cuentan historias graciosas o simulan ser mimos para provocar una sonrisa y ganarse la vida.Rompen la rutina con sus ropas multicolores, lo exagerado de su maquillaje y su andar pausado. Viven con una nariz roja y la sonrisa tatuada en el rostro. Están ahí, justo al lado de la ventanilla del coche, a la espera de un gesto, de una mueca y de una moneda para continuar su labor: hacer más feliz el día a día de todos.